lunes, 29 de septiembre de 2008

PALAVRA ENCANTADA

Silvia le propone al Niño ir al Festival de cine en el Shopping de Gavea. Acabo de bajarme del onibus de allá. Son las doce y cuarenta. Y no puedo hablar. Se me cayeron todas las lágrimas en la oscuridad de la pantalla. Una a una fueron formando un charquito en las córneas y mis dedos se las arrancaban, para que no lo vieran, ni Mariana, ni la gente. Pero ver a Chico, a Vinicio, a tantos grossos en la iluminada, es demasiado. Se acuerda, también, de Zelia Duncan (http://www2.uol.com.br/zeliaduncan/), que es amiga de Silvia y que vive en URCA. Increíble; ella junto a Chico, en la misma película y yo amigo de su amiga y en el mismo barrio. No puede ser. Sus concepciones del arte, su vivir la música y la palabra, la escritura, por fuera de cualquier preconcepto y de cuestiones tan ideologizadas en la cultura argentina, me ponen la piel de gallina. Y creo que Josefina tiene razón cuando dice que nuestra cultura está envejecida. No ve más allá de sí misma y discute temas que no tienen nada que ver con el mundo actual; es un anacronismo. Eso cree el Niño Campeche. Y también se da cuenta de que quiere aprender música, de que eso que pensó hace tiempo; de que el arte del presente es un arte de la performance, del acting y del espectáculo es lo que falta en Argentina y lo que mejor define la contemporaneidad. Pero nos falta. Y va a aprender canto y ya no va a leer más poemas; va montar espectáculos poéticos. La única forma de salvar a la poesía y a la literatura. Eso va a hacer. Nada de leer. Nada de anacronismos. Hacia adelante, hasta que la literatura vuelva a tener fuerzas y la gente se acerque a ella y no se distancie más. El Niño Campeche se asombra hasta la náusea y no puede creer tanta música, tanta palavra, encantatoria, que lo mete en la pantalla, entre los aplausos y lo hace soñar con estar con ellos, con hablar con Chico y llorar, de sólo verlo.

domingo, 28 de septiembre de 2008

FABIÁN SE FUE

Simple y llanamente real. Se fue a las seis en un onibus Real en el que lo acompañé hasta el aeropuerto. Llegamos a las siete. Para mi sorpresa, me encontré con gente de Leones en el embarque. Le dije chau. Y ahora, mientras camino por URCA, de regreso, recuerdo el mensaje que me envía antes de salir: el avión está carreteando. Entonces, para volver más dramática y extraña la escena, por encima de la Bahía y muy cerquita del Pao de acucar, pasa, hacia el sur, un avión Gol, con su cola naranja y su trompa y sus alas también laranjas. Sé que en ese vuelo, va él. Y me ahogo. LA ANGUSTIA. Me quedé solo. La bahía vacía el agua y me muestra su lecho mugriento. Me arde el cuerpo, de tanto espanto.

DINNER FREE EN EL ALPHA HOSTEL

Es la última noche de Fabián acá. Hace cinco días que pienso cómo será esto; me malhumoro, me pongo nervioso. Es hoy y la fauna del Alpha hostel hace una dinner free, um lanche de graca o una cena gratis. El niño rulos corta las papas, las salchichas y los churrascos y los mete en una parrillita con tapa. El niño rulos, nos damos cuenta con Fabián, es una geisha de la noche, porque trae a su mariposa rosa a comer con la fauna alpha (Ahí la ven en la foto). Se tocan las manos, se abrazan. Y vino una morocha impresionante, de esas negras cucurteñas; pero en versión brasuca, que habla en todos los idiomas y no deja un segundo de usar el doble sentido sexual, tan gostoso para el Niño campeche. En un momento la nueva yanquee -antes había otra que era insoportable; con sus pantalones mugrientos, no esperaba ni tres segundos para tirarse sobre la notebook y revisar, sin permiso, sus emails (el Niño campeche contenía la bronca y no decía nada, por su condición de clase oprimida; pero la odiaba hasta el odio que genera la energía suficiente como para que su avión se cayera sobre Cuba y terminase rotas en mil pedazos sobre la isla el día de su partida-; pero la nueva yanquee tiene más onda y se hizo amiga de un tipo Frodo y de un Harry Potter de tonada inglesa -sé que Harry le encantaría a Caro; si estuviera acá, lo deboraría (intuyo que a Estefy también)-, y ahora la nueva yanquee grita que es torta y que quiere salir con la negra. La morochinha le dice que si sólo quiere salir o algo más... y la yanquee, con su tortez al descubierto, se sonroja y dice que por el momento sólo salir. Las parejas heterosexuales miran recelosas al grupo gay que quiere convertirlas en seres raros y extraños, en minorías, para conquistar el mundo de enfermos pervertidos con desvíos morales y corporales. Pero como sólo hablan alemán, los heteros se quedan sentaditos con la Corqui -una de las del Hostel que no entiende más que alemán y portugués en señas y que cada vez que le preguntás algo, se queda mirando fijo y sólo lanza sonrisitas, por eso la bauticé Corqui (con mi respeto y amor por Corqui) y ahí está en la foto; es obvio cuál es, no??-. Y desde allí los heteros nos miran, asombrados y compungidos, esperando el momento en que un demente como Hittler decrete la posibilidad de meternos en una cámara de gas. Que lo intenten; se van a quedar sin fanatasías y sin homofobia, los dos motores que controlan el mundo. Y ahora, degustamos las salchichas que el niño rulos hizo con su mariposa rosa y los churrascos sabrosos y las papas con leche condensada. Y una cipirinha grossa que Fabián no soporta porque dice que es nafta. Yo me tomo tres vasos, de una. Y sigue la última noche, que no quiero que termine. Entonces, se les ocurre jugar a un juego con unas cartas. Resulta que, según la que le toque a cada uno, se debe o no, beber. Ya van cinco vasos de caipirinha y hablo todos los idiomas. Increíblemente, las lenguas amordazadas del niño campeche se liberan de la represión y habla en inglés, en portugués y en español y no le importa nada. Y no ve nada y se terminan las cartas y la caipirinha y sale con Fabián, mareado y torcido, por la Praia de Botafogo, a los tropezones, de un lado hacia el otro y Fabián lo mira y no puede creer que esté tan borracho y se le ríe, mientras él se come la porción de torta y ahora cae, borracho, en la cama del hostel. Es la última noche de Fabián en Rio. Y es la mejor manera de soportarlo. Borracho en una cama oscura.

jueves, 25 de septiembre de 2008

J Club o cómo Silvia nos consiguió más entradas

El Niño campeche olvida, a drede, estas cosas. De sólo pensar que tiene que entrar a un lugar con florcitas perfectísimas y pitucas en las mesas, de manteles blancos, con un escenario en el fondo, después de atravesar corredores bizarramente opulentos y recargados de detalles, hasta el asco barroco y aristocrático; luego de que le dicen que Silvia nos consigue entradas para ir al J Club, olvida la etiqueta y olvida las características del lugar y de decirle a Fabián que no es un lugar cualquiera y van los dos de zapatillas y una remera comprada en calle San Luis. Fabián encoge los pies debajo de la mesa y se oculta tras el florero. Mariana me responsabiliza cien por ciento por no mencionar el detalle y yo, ante tanto, tanto glamour; perdón, el Niño campeche siente ganas de saltar sobre las mesas y romper a mordizcones las flores, el mantelito, los tapizados de los sillones. Pero se acuerda de Silvia y su hermosa sorpresa y se contiene. Agarra la tarjetita vip que le dieron en la entrada (imagínense él, el Niño campeche, con una tarjetita Vip en un salón o conjunto de salones aristocráticos -el contraste, la deformación especular del personaje y el escenario en opuestas realidades) y con ella en su mano pide una cerveja, Terethopolis. El mozo le dice que tiene que pedir dos por lo menos y se miran con Mariana y asienten resignados y piden dos, mientras Fabián mira abstracto porque no entiende un carajo. Entonces, después de que el mozo se va y por vergüenza se ve en la obligación moral de pedir más y sugiere unas Batatas prussianas. Los otros dos asienten. El mozo vuelve y ahí se da cuenta de que toma nota en UNA PALM, donde anota el código de barra de su tarjetita VIP. Increíble el derroche, la exageración de la eficiencia. Se acuerda de sus bares preferidos: La bella napoli, la Sede, Beatrice y nao acredita isto, nao. Nao da certo. Pero sí, el mozo toma nota en una palm y luego vuelve otro, que trae las batatas, diminutas batatas en un bols cóncavo de porcelana por unos 15 reales. Y empieza la música. Es el jueves de Sururú. Dos chicos blancos y negros y dos chicas blancas y negras respectivamente; el equilibrio de mercado perfecto, el producto vendible más lindo. Cantan. Son lo más. Sambas armónicas y eléctricas y aullidos selváticos brasileros y voces potentes y coordinadas perfectamente. Sururu me lo llevo en la cabeza, Cucurto diría en el corazón; pero yo no soy él y me los llevo en la cabeza, bien metidos en la memoria, saboreados, percutidos. Sus voces enredadas y coordinadas, y música instrumental al cuadrado de las percepciones.






Al otro día, el Niño Campeche tiene que volver al J Club, porque Silvia nos vuelve a conseguir entradas de graca (sin ella, el niño campeche sería nada y quedaría reducido a su condición campeche; ella le posibilita o lo obliga a dar el salto por el cual el personaje muta, cambia la trama de los acontecimientos. Esta vez, presionado, se pone zapatos y una remera de shopping y un pantalón de vestir. Fabián, camisa y zapatos y un jean de shopping. Siente que esa ropa le saca alergia en la piel, le corroe los pelos negros y gruesos, se los quema. Pero lo soporta. Por los otros dos que le pidieron encarecidamente la noche anterior que se ubicara y que terminara con su parloteo clasista porque cansaba. El Niño campeche, dada su condición de cuasi esclavo, agacha las orejas y cumple lo que sus patrones le solicitan y aguanta la tortura de la ropita cheta. Esta noche cantan Joyce e Zé Renato. Como siempre, casi no los dejan entrar, porque no tenían reservas; pero la productora amiga de Silvia, nos cede su lugar y nos invita a compartirlo. Y se carga las tres gaseosas y una comidita en su tarjeta. El Niño campeche siente vergüenza; pero como siempre acepta pasivamente lo que hagan de él; si no, no sería campeche. Joyce e Zé Renato tienen eso de la Bossa nova brasilera, la combinación exacta entre demasiado "buen gusto" y armónica música de salón. Los acordes, las ejecuciones, la respuesta vibrante y enloquecida del público -las mujeres se sacuden como macacos en celo y no paran en toda la noche- son más que otimas, rozan la perfección y, por eso, el Niño campeche prefiere a Sururu que, por otro lado, le suena a un pescado Surubí y más acorde a su realidad y amaría volver a escucharlos. Porque los tiene en su cabeza. En un momento, mira a Fabián y lo ve completamente dormido, luchando con las cabeceadas al aire. El Niño campeche se desespera porque, disfrazado de chetito, no le puede pegar una patada por debajo de la mesa (y si la productora o el hermano de Silvia que acaba de llegar, lo ven, qué va a pasar; qué vergüenza). Entonces, Fabián se acerca a él y le pide ir al baño. Qué alivio, se va a lavar la cara a ver si se despierta un poco. A mí me gustan Joyce y Zé; pero son tan perfectos y sin riesgos que aburren. Demasiada técnica, poco carisma, aunque el público enloquezca. Qué sé yo, el Niño no es brasilero y capaz que está absolutamente equivocado y fuera de lugar. Pero prefiere a Sururu.


miércoles, 24 de septiembre de 2008

CRISTO

Ayer fue el Cristo, sobre el morro del Corcovado. El tiempo de la lectura (Sarduy), Fabián y la PUC roban lugar a la escritura y se aparta y me aparto de lo inmediato. Hoy, aburrido en una clase en la cual se discuten temas ya pasados de edad en la cultura argentina, vuelven, de a poco, las letras. Retomo las percepciones y mudanzas de la altura. La nube que nos cruza, nos mete adentro, nos lame con un humo que se exhala desde los costados del Corcovado. Nos hace cagar de frío; estamos a punto de gelarnos. Poco antes estábamos abajo, acediados por los vendedores de excursiones que picoteaban los cuerpos caídos de los onibus como si fuéramos pedazos de carne disponibles para el consumo. A propósito del desfile mercantil, Mariana me recuerda que todavía existen poses de intelectuales que se niegan a subir al Cristo o al Pan de azúcar porque son "comerciales o turísticos"; sí, lo dicen así y se toman una Coca o un café en el bar de la esquina, o prenden la tele o se compran un libro, creyendo o negando que ésas no son actividades comerciales (algunas, comprar un libro en una biblioteca, turísticas también). Yo creí que ese anacronismo decimonónico estaba extinto; pero no, se reproducen con sus prejuicios intelectuales para alcanzar quién sabe qué fines oscuros (¿preservar algo que perciben amenazado si ellos no se vuelven los superhéroes protectores?). No importa. Ellos se pierden la nube, el viento que levanta los pies del suelo de pedra de sabao, a Rio; no pueden conocer al Rio dividido cruelmente por el morro entre el norte y el sur por un morro que tapa la vista para que los turistas no se lleven una imagen real del país: la pobreza, la ruina de un proyecto urbano que terminó tirando la vida a la condición de sobras. Por el prejuicio. Y mucho antes, de la nube, el tren nos había metido en las Tijucas con la espalda vertical en sus asientos. Flores y pájaros y aberturas de ciudad entre las plantas. De acá se ve Rio o, al menos, la parte que parece no tener favelas casi. La postal hermosa del turismo. Edificios que contornean lagos turquesa y el fondo de un mar intenso. Rio tranquilo, maravilhoso. Como la señora del onibus que pegué antes de entrar a esta clase. Maravilhosa, como dice la cinta del Pan de azúcar. Y es cierto. Los cariocas son buena gente. Porque me había subido a un colectivo que nunca había tomado antes. Y por leer un resumen de un texto de Hayden White en español; pero que tenía que exponer en portugués -imaginen la locura y el estrés que me provocó- por distraerme en eso, me desorienté completamente. Y le pregunté a la carioca maravilhosa si a gente ja passou pela PUC. No supo responderme, pero se levantó y le preguntó a todo el colectivo , buscó diferentes respuestas y luego trasladó las conclusiones: ella no sabíabien; porque nunca había venido para esta parte de la ciudad; iba al hospital y nunca lo habia hecho antes. Esa pasión con la cual se movió para satisfacer minha pergunta me reprodujo la imagen servicial, amistosa y cool que cada carioca tiene cuando se trata de ayudar a alguien. Rio está hecha de esa gente. La que no se veía desde arriba del Corcovado; pero que estaba ahí, se percibía. Eso se pierden los anacrónicos denegadores: la percepción de tanta gente que sostiene ese monstruo de belleza de cemento y naturaleza de allá abajo. Y el Cristo de brazos abiertos y la transformación de los cuerpos; sentir que uno es uno más de la mayoría, sentir lo que la mayoría turista y consumidora siente. Y por eso, pierden comprensión y la posibilidad de contacto; de ser parte de una cultura para llevarla al extremo hasta que no resista más y estalle. No pueden volverse unas locas o unas modelitos, como nosotros, frente a la cámara. Mariana con los pelos al viento, Fabián con la cámara, tirado en el piso y yo con poses y más poses. Soy uno más. Por suerte. Uno de todos los personajes que frívola y cínicamente se divierten gracias a lo que oculta el morro del otro lado. Y ahora entiendo como se sostiene este mundo.

lunes, 22 de septiembre de 2008

BUZIOS

GENTE: Fue imposible colgar, como los he acostumbrado, los textos y fotos ni bien se vivieron, porque la señal de La Pousada Ilha Formosa no andaba con la configuración de mi notebook. De todos modos, la escritura, a pesar de los destiempos, continuó en archivo de Word. Ahora reproduzco la crónica, tal y como aconteció el fin de semana.

Sábado
I
Nos levantamos, borrachos y decidimos salir para Buzios. Me tengo que preparar, psicológicamente, para los posibles golpes del camino. El primero, es la Rodoviaria, en plena favela, o en el límite. Vamos a dejar las valijas a URCA y, luego, en Botafogo, pegamos el onibus Real hasta ella. Ahí nos ven, a toda rueda sobre el mapa verde de la costa de Flamengo, Lapa (el lugar mágico de anoche), el Centro y, en este momento, en calles que cambian su fisonomía y dejan atrás el estilo domo seguro. Desportilladas, rotas, derruidas, nos abren un tapial de alambres con cuchillitas y cemento y, más allá, la Rodoviaria. El trámite es simple, como comprar un pasaje en Argentina. Subimos al 1001. Le escribo un mensaje a Mariana: A genchi e no onibus. Fabiano fala que voce e otima com os cálculos –Mariana nos había dicho, segundos antes, que si tomábamos el ónibus Real en ese momento llegábamos al cole de las 11 para Buzios. Nos reímos. El portugués de los anuncios de la Rodoviaria empieza a degustarse en la lengua y en los dedos (tal vez por tanta feijoada y salgados). Arranca el 1001 sin aire acondicionado (raro porque si hay algo bueno en Rio son sus onibus; casi todos los onibus urbanos tienen aire y son excelentes; pero éste, interurbano, no –no importa, de todos modos; en Argentina uno tiene que pedir que el onibus esté mínimamente limpio y, a veces, el aire tampoco funciona; digo, estamos acostumados, ¿ne? No me voy a hacer el exquisito y menos después de los días fríos que pasamos).


Y ahora estamos por la costa. Salimos camino al puente. De Niteroi. Vamos a cruzar el mar y esa ciudad que se ve siempre del otro lado. La otra orilla. La autopista comienza a ascender, paulatinamente. Los techos de las favelas de Rio corren a los costados. El mar se mueve abajo, turquesa. Y atravesamos la bahía, sobre este tendedero que choca las dos partes separadas por el agua. Puertos, torres de petróleo de Petrobas, islas, veleros y los enfrentamientos de dos ciudades que custodian, militar y estratégicamente, los accesos al continente. Allá, lejos, en los confines, los fuertes militares de Rio y Niteroi se enfrentan en la entrada a la Bahía, con los agujeros por donde las balas de cañón se dispararían sobre barcos enemigos o piratas. Más acá, se enfrentan los dos centros de las ciudades, con sus rascacielos y edificios; apenas un mínimo porcentaje del territorio restante, ocupado por las que se enfrentan a continuación, luego del centro: las favelas. El espacio de las dos ciudades, jerarquizado y en espejo sobre los márgenes de la bahía. Pienso que las hipótesis de Ángel Rama, tan criticadas y refutadas desde su publicación, sobre el orden piaramidal del espacio urbano latinoamericano, digo, creo que acá son reales. El onibus cruza. Asoman más islas, barcos, puentes y, entonces, como siempre ocurre, todo es favela. Kilómetros y kilómetros de favela. Horas de favela. Mininos que corren y juegan al fútbol en los callejones de tierra y la pobreza que se extiende kilómetros y kilómetros sobre los morros. La vista es una gran favela. Ese continente que se abismaba en la otra orilla, es favela. Y yo soy uno de esos mininos. Sé lo que es el callejón de tierra, las paredes que se caen sobre las camas, el padre que se toma una damajuana sentado al pie de una planta extraña, la madre que barre la vereda con un

chuflo despeinado en la cabeza y un vestido sucio y roto. Y ahora no puedo más que sentir angustia. Hay tanto por hacer y sé que lo mío será nada. Y me pagan por esto. Y a esa gente, no, la dejan igual, desde los tiempos de los tiempos, y por kilómetros y kilómetros, la dejan (o la dejamos) igual. No lo soporto. Y sin embargo, tengo que seguir y vivir. Nada más frívolo y cínico.

II

Buzios es eso. Sí, miren las fotos. Seguro que la vista y la imagen, tal y como lo demuestra nuestra cultura del presente, harán más comprensible pero no totalmente, esto que percibo. Aunque no lo que vivo. Pero si cruzan foto y lenguaje, tal vez estén cerca; aunque no completamente, insisto, de eso que vivo. Pero ahora, basta de metatexto. Hay que dejar de aburrir con estas pajas intelectuales y pasar a lo concreto: a la experiencia de Buzios.
Primera impresión: se parece a un pueblo y, como no tengo amigos ni conocidos, me voy a embolar como los mejores. Los pueblos sólo son divertidos si uno conoce gente, si uno puede pasar sus días en companía de otros que le abren las puertas de sus casas para compartir el tiempo de pueblo. Pero acá no tengo a nadie y me voy a pegar un embole. Mucha lagunita, costa, casita; pero...



Segunda impresión: Todo es artificio. No hay rastros de favelas o pobreza en los alrededores. No parece parte del departamento de Rio de Janeiro, ni de latinoamérica. Tal vez, hayan conseguido solucionar la vida de los pobres y tenga algo que aprender. Pero no creo, por lo poco que veo, es el centro del conchetaje. Fabián será feliz; yo un malhumorado.
Tercera impresión: Ni bien nos bajamos del onibus, un tipo negro nos ofrece una posada -pienso que es la típica ciudad turística donde todo está preparado para consumir o hacerte consumir. El tipo se llama Paulo.
Cuarta impresión: No hay ni siquiera rodoviaria -terminal-. Me parece que va a ser deprimente.
Quinta impresión: Paulo nos mete hacia el centro. Cruzamos por calles de pirca. Hay una proliferación de vidrieras y de pousadas. Se oye el ruido del mar. La ventana de la Pousada que Paulo nos ofrece, da al mar y por ochenta reales -Menos que el Hostel húmedo de Rio.




Sexta impresión: La habitación está buenísima. Lástima esta gente que lo único que quiere es vender. Paulo nos ofrece una promo: si pagamos en efectivo, ochenta reales, con débito, noventa. Porque preguntamos si podemos pagar con débito. Se pelean con la encargada que nos quiere cobrar noventa en efectivo -por diez reales somos capaces de sacarle los ojos a cualquiera. Pero lo prometido, se cumple o se cumple. No nos van a engañar, endulzar para vendernos algo que luego cambia. Se pelean mal entre ellos. Intuyo que desde siempre la habitación costaba 90, en efectivo o débito; porque es fin de semana y sólo en la semana tiene el otro precio. Para venderla, Paulo se hizo el vivo y quiso engañarnos frente a otras ofertas: nos dio el precio de la semana. Cuando dijimos de pagar con débito, quiso reponer los diez reales que solito se había olvidado de cobrarnos y nos mintió; pero no contó con que teníamos efectivo. Conclusión: nunca me prometas algo que luego no has de cumplir, ni me mientas, porque no perdono, seas o no vendedor. Se sacaron los ojos y nos cobraron ochenta reales.
Séptima impresión: El mar, finalmente. Me meto; pero como pasa siempre, no puedo dejar de lado la inseguridad de dejar la mochila en manos de cualquiera y no me alejo de la costa. Las algas me raspan los pies. El sabor a sal cristaliza en la boca.
Octava impresión: Los precios no tienen nada que ver con los de Rio. Cincuenta por ciento más baratos. Me voy a comprar todo y no voy a poder contenerme. Y lo que voy a comer.
Novena impresión: Caminos por el paseo del centro. Se multiplican las playas, pequeñas, de aguas traslúcidas y turquesas. Piedras y arena en el fondo como una fotografía. El paisaje es indescriptible, es certo. Pero mi cuerpo está frío, congelado. Como una Hamburguesa con queso. No puede haber tantas opciones. No deja de sorprenderme lo armado que está todo: ya me cansaron los vendedores; salen hasta de las paredes, brotan y cada uno ofrece, infinitamente, lo mismo. Los ignoro. Estoy tiritando y me duelen los huelos.
Décima impresión: Son las doce de la noche y todo, tiendas de ropa, de souvenirs, panaderías, supermercados, todo, absolutamente, sigue abierto. El pueblo del principio deja de ser tal. Se parece esto a una ciudad en miniatura, a un shopping a cielo abierto preparado para el placer del consumo. El paisaje se borra en la noche; pero el mercado sigue iluminado.

Domingo

Íbamos a irnos de excursión a las islas. ¿Adivinen? Sí. Está nublado y el mar, como nunca, picado. El viento encalló veleros y barcas de pescadores enfrente de nuestra ventana. Las algas y las ostras, revueltas, quedaron tiradas en la playa. Por eso hemos caminado durante todo el día, con mapa en mano, buscando las playas que rodean a Buzios. Las conocimos a casi todas y a ninguna pudimos meternos. Imagino la decepción de Fabián, su angustia. Yo la pasé bien: pero venir a Buzios y no poder meterse en la Playa, es el colmo de la mala suerte en la que Rio me ha atrincherado.
Estamos comiendo un salgado de presunto y queixo. Una trafic rumbo a Geribá, una de las playas y barrios de Buzios, para en la calle principal. Nos subimos. La mala suerte de encontrarnos con la Rosarina nueva rica y conchuda. Rubia y maquillada hasta la médula. Nos dice su nombre con una vocecita de nena que no deja de taladrarme los tímpanos. Y comienza el delirio. Siempre me pasan estas cosas a mí. Las locas se me pegan como garrapatas. Ay, sí, yo encontré acá mi lugar en el mundo. Qué sé yo, yo les decía que las playas de acá no tienen nada de arena en comparación con la Florida (jajajaja -me río y no puedo creer que diga eso-). Pero Geribá es mi lugar en el mundo, donde ellos tienen su cabaña, Uds. la pueden venir a conocer y se toman un café. El hijo de ellos está en Rosario, en mi hostel, por Pellegrini. Sí, qué lindo. Esto es lo más lindo que me pasó, tengo una familia, ellos, y joda todas las noches y gasto y gasto y gasto plata todo el tiempo (mañana tengo que pedir otro giro porque ya me quedé sin de nuevo). Además, vos viste lo que es Buzios, un gran country, de qué otro modo se puede describir. Es mi lugar en el mundo. Bajamos de la trafic. la Loca no para de hablar. Encima nos lleva a la Posada de estos otros dos que, me imagino, deben estar hartos de ésta. Nos meten en un lugar (si Fabián no le huebiera hablado, no estaríamos acá, pienso; pero se va a quedar callado y todo). Ahora nos dan café y la Loca nos muestra las fotos de su viaje y nos explica y nos da nombres de gente que no conozco ni me interesa conocer. Nos tomamos rápido el café. Nos muestra la Posada. Es linda; pero no me interesa; me quiero ir porque se hace de noche y quiero conocer la playa, antes de que se apaguen las luces. Odio esa cara de boluda y esa vocecita. Nos saca por la calle y nos mete en infinitas diagonales. Crizamos un pasadizo entre los chalets del gran country de Geribá (la definición más acertada de Buzios se la debo a una Loca) y allá están las olas y la Playa. Nos saca una foto y ya no escucho lo que dice porque mi mal humor es descomunal. Nos da dos besos, porque acá se saluda así y desaparece por uno de los corredores, no sin advertirnos, antes, que nos podemos perder en Geribá, porque es como un laberinto; pero que preguntemos por el supermercado la princesa, ¿viste?, como yo y todos les van a decir cómo llegar. Descomprimo y miro el mar. La noche contrasta con sus olas, brillantes.

viernes, 19 de septiembre de 2008

Festejos del cumpleaños

Silvia nos busca con su batimóvil negro por la PUC. Después vamos a Ipanema a encontrar a Fabián que se fue a la praia y ahora, ya volvimos acá, a la Lagoa de Gavea. Comemos como cerdos unos panes árabes y unas cremitas de amargos, salados, quesos, etc. Y cerveja. Mucha, de verdad. La clase de Marilia fue otima. Nos comprimió y nos hizo comprensible a Benjamin en dos horas. La alegoría, esto que nos pasa, descompuesto, la Vida como alegoría, la mía o la tuya, o la de todos, un fragmento de algo más allá de todo (¿la historia del universo, tal vez?), se volvió real. Este cumpleaños es cerveja al costado de la Lagoa y comida y no paramos de hablar y es también parte de una alegoría mayor, irrefrenable, que pasa y no se detiene. Fabián tiene frío porque está como un pollo mojado. Es que se levanta un viento congelado. Pero ahora, en el auto, decidimos que la noche, exactamente después de bañarnos, la noche será LAPA.

Mariana nos busca por el Hostel tipo once de la noche. Silvia no puede venir. Pero nos atrevemos igual. Subimos a un onibus que dice Lapa y a mil quilómetros por hora cruzamos la costa. El reloj, próximo a Cinelandia, es la referencia que busca Fabián para bajarse. Va tan rápido este onibus que da vértigo y miedo de terminar revoleados en cualquier lado, menos en Lapa. Yo prefiero encontrar los arcos, LOS ARCOS DE LAPA -por donde pasa el bondinho, arriba, hasta Santa Teresa-; esa referencia no falla y, además, seguro que nos deja en Lapa. Y allá están, enormes y gigantes arcos amarillos que cruzan y cortan la calle -son tan altos que pienso que los que viajan colgados del bondinho están locos-, y lo que está con ellos es lo increíble. Cuerpos, que se mueven, se aglutinan, ahí, en la calle, debajo del escenario arquitectónico de los arcos, a plenas músicas, mezcladas músicas de sambas, de disco, lentas. Música y carritos de tragos y comidas diseminados como islas en el mar de cuerpos, sin distancia, en pleno roce y choque y movimiento. Cuerpos que bailan, comen, hablan, se ríen. Bajamos. Nao posso acreditar esto. Ni dejar de repetir esa frase. Paso entre los cuerpos en una suerte de éxtasis siniestro. Una fuerza me impulsa.Muevo los ojos, los hombros, las caderas, los pies. Bailo y camino y me siento levitar en un mar de cuerpos, mezclados. Negros, rubios, trigueños, conchetos, pobres, favelas, centro de la ciudad y periferias. Es un gran carnaval de cuerpos. Y venden camarones y caipi frutas y unas salchichas alemanas enormes que me dan hambre y decidimos comprar. Una para cada uno. Cada uno con su salchichón -chistes obvios-, agarraditos al palito de madera caliente, en posición erguida y a la lengua. Sabor intenso. Y la foto que no puede ser porque no trajimos máquina y ahora la cerveja Antárctica; la mejor cerveja del mundo, sí, mejor que la Argentina; está acá, en Río. O mais grande do mundo. Es fría y suave y sacia la sed de alcohol de la sangre consanguínea. Y las calles que se pierden, sin pausa. Esto es el Rio real, el que deja de lado la sensación de domo cerrado y posibilita la mezcla y el contacto. Sólo la noche, la música, la comida y la bebida consiguen esto: que el Rio real muestre sus contrastes mezclados, en pastiche. Que los domos se rompan y que se filtren en ellos todos los peligros y las seguridades, todos los sexos y sexualidades, todas las clases sociales y los colores de piel. Éste es el Rio real y la verdadera forma de sentirlo. Las callecitas seguras y peligrosas, así, al mismo tiempo, todo el tiempo. Los sabores de camarones fritos y las caipifrutas que probamos y son riquísimas y los tambores y la gente en los balcones con sus copitas en las manos. Rio es Lapa, su noche, y siento que, con los domos rotos y la mezcla en mis narices, por primera vez en Rio, soy feliz. No voy a dejar de venir a Lapa ningún viernes desde ahora hasta que me vaya. Espero poder sostener la promesa. Mientras, aspiro la borrachera y la comilona de la noche: ambas, mezcladas, saben a caipifruta, salchicha, queso, cerveja y camarón frito. Todo adentro, como se dice en Leones.

EL VIEJO JARDÍN BOTÁNICO

Por el cumpleaños de Mariana y por Fabián, me levanté a las siete de la mañana. Por suerte. El día es sol y más sol y a las 13 tengo que ir a la PUC (con Mariana ya estamos cansados de esto de ir a seminarios en días sólo aptos para la praia; pero vamos). De todos modos, ahora, con Fabián, entramos al Viejo Jardim Botánico. Nos enteramos de que está al pie del Cristo (Corcovado) y de que por él sale un camino hasta el Señor Cemento (?) de Brazos abiertos. Pensamos que podríamos subir por ahí, ¿pero nos vamos a animar? No importa eso ahora, veremos más adelante. Ahora son los olores y la selva, auténtica, de las Tijucas, la Floresta de las Tijucas. No es como el prolijito jardim botánico anterior, de súper stars y demás; es otro, más descuidado y, por lo tanto, más propicio para que la fauna haga la suya. Murciélagos y grutas, con guano y el olor a guano que me recuerda el olor de los versos de Trilce. Y la madera mojada por la lluvia y las flores y los lagos, con peces enormes y brillantes y los macacos de salto en salto entre las lianas, enormes lianas que se enredan a los árboles y al aire de las hojas. Es más descuidado, pero los olores juegan en los ojos verdes, en el tacto, en los pies, cansados del segundo día de sol y de excursiones. Pero no importa. Es la selva; no la de Quiroga; pero una similar, intuyo, y sé que yo, como él, no pararía de escribirla si viviera un poco más acá, si tuviera un rancho entre la Floresta de olores y animales mariposas murciélados peces pajaritos y cantos estridentes y mezclados que coagulan la humedad en la sangre. Pienso que Laura, con sólo haber venido hasta acá, habrá comprendido mejor que nadie a Quiroga y que le alcanzaría un año de vida entre la selva para escribir una tesis entera. El goteo del agua. El sol en flecos por los troncos de hojas, cubiertos. Y todo gratis, auténticamente para todos, hasta para los habitantes de la favela, aunque no haya favelas en el Jardim botánico; pero, por eso, auténtica; no es un domo de seguridad y prolijos aires de artificio que no deja entrar a la gente o que restringe el acceso; es la selva, floresta de Tijuca y el morro del Concorvado y la posibilidad de que Rio sea real; verdaderamente real.

MARIANA Y SU SORPRESA

Casi nos caga la sorpresa. Pero salió, al fin, la sorpresa y ella de adentro del departamento. Hoy es su cumpleaños y como sabemos que lo extraña a Juan y que Juan la extraña a ella, decidimos hacer posible lo que no querían hacer por esas razones tan simples de la economía de mercado que hace que un ramo de flores desde Argentina hasta acá cueste 150 dólares, mientras a la vuelta de Botafogo, apenas 15 reales (30 dólares aproximadamente). Entonces, le decimos a Juan que nosotros le compramos el ramo. Y se lo llevamos. Pero Mariana casi se caga la sorpresa, porque no había forma de hacerla salir del departamento para que viese la macetita en el suelo y SU FELIZ CUMPLE PICHON. Pero después de ensordecerla y enloquecerla con el timbre y los golpes a la puerta, salió. Nosotros escondidos debajo de las escaleras. Cuando se fue hacia adentro, aparecimos con nuestras modestas facturas. Nos abrió la puerta e, imaginamos, después de leer el mensaje de su Gran Pichon, tuvo ganas de llorar y se fue al baño con la excusa de lavarse la cara. Ni ella ni él saben cómo aguantar; pero lo hacen y cuando vuelvan a estar juntos en el nido, les parecerá mentira haberlo soportado; aunque lo volverían a hacer puesto que ya lo hicieron y, después de todo, no fue tanto. Tiempo, nada más, que como todo tiempo, pasa y vuelve a pasar; sólo que desde entonces, juntos.

jueves, 18 de septiembre de 2008

Ipanema. El regreso.

Volvimos a Ipanema. Resulta que la noche anterior, mientras leíamos unos folletos, descubrimos que existía una cuadra enterita gay. Decidimos ir. Nada del otro mundo, ahí, adelante, gente que come, se ríe, etc. Entramos al Bar do Beto y pedimos la segunda Feijoada carioca. Otra vez el sabor. Pero nunca tan rico como el de Santa Teresa. Cuando le digo al mozo eso, quiere convencerme de lo contrario; pero no, a mí me gusta más la de Santa Teresa y a Fabián la de este bar y se lo digo, descaradamente. El Grembling con anteojos me quiere persuadir a que diga que esta es la mejor. Me ve dejar una montonera en el plato, aparte. Es que no es que la dejé porque no me gustaba, sino porque le puse unos pimientos putaparió en aceite que me dejaron la boca en llamas. Le metí caipirinha, gajos de naranja, cerveza, cualquier cosa para calmarla y no hubo caso. Hinchada me quedó. Y la montonera en el plato y el mozo que me quiere convencer de no sé qué cosa. No, señor, no se compara a la de allá, en aquella tarde, a pesar de estar ahora en mi salsa. Los chongos pasan, mirones, por las veredas. Se acumulan en las discos, en los banquitos, en las calles. Y la noche llovizna. Ipanema no quiere que la visitemos. Por eso, nos tomamos una trafic a dedo y nos quedamos, tranquilos, en Botafogo. Para de llover. Mañana, si hay sol, tal y como sostiene el Weather Channel, nos vamos al Viejo jardín botánico, al pie del Corcovado. Si es que me levanto, porque estoy, literalmente, molido del cansancio. Que se enoje Fabián y todos los santos. Voy a dormir.

Pao de azúcar- FINAL

Ya casi es la noche. Decidimos quedarnos porque al panorama hay que verlo en todos sus colores. Con sol, nublado y de noche. Algunas luces empiezan a encenderse, entre infinidad de morros oscuros multiplicados hacia el horizonte, incontenibles, imposible de retenerlos a todos juntos en el plano de la vista. Y ahora llega el frío y la oscuridad. El Cristo se enciende, alto y blanco y todo es un mapa de luces diseminadas. Recién ahora, lo turbio del día deja ver la dimensión del Paraíso infernal: Rio parece no tener fin, coparlo todo, entre sobre, detrás de los morros, del mar, de las islas, coparlo todo con irradiaciones de luces de casas, edificios, faroles. Y el Cristo blanco de brazos abiertos sobre el morro más alto, creo. Un grupo de uruguayos paquetes se acerca y nos cuenta que en el Rio de la Plata no somos así (Nos saca toda la información pertinente a quiénes somos con anterioridad - La senhora no puede creer que el Niño campeche viva de su trabajo cómo qué, qué hacen ustedes los que estudian letras, porque en nuestros países no se puede vivir de "eso", "de lo que a uno le gusta hacer"-odio "ése" lugar común-. Al contrario, señora, le responde El niño campeche, usted no sabe lo bien que se vive si se consigue una beca, no podría creerlo). La mujer se queda con los ojos abiertos y no para de hablar; no sabemos si le dicen en broma o no Senadora; pero tampoco me interesa. Sigo perdido en la sábana negra con luces de arbolito de navidad, según Fabián. Se van los uruguayos, después de llegar a la conclusión, cuando ven mi cintita de Carioca maravilhoso, de que los brasileros quieren a sus gobiernos y a sus países, no como nosotros que somos grises y sin espíritu de progreso y fe en nuestra dirigencia política (confieso que eso que parece ultra conservador, es un contraste más que obvio y sincero). Bajamos ahora, en medio de un contingente de jubilados. Fabián no deja de reírse por las alusiones obvias. Los viejitos cariocas tienen un idioma más comprensible que los más jóvenes. Mi oído, después de probar los sabores del Pao de azúcar, ya no es el mismo, puedo entender el protugués sin necesidad de traducirlo y hasta me he dado cuenta de que el Pao de azúcar me abrió tanto los tímpanos que comprendí a los turistas yanquees y franceses (a pesar de lo poco que el Niño campeche estudió idomas -siempre hay otras prioridades en su vida- algo, evidentemente, pudo aprehender). Agarrado al caño del telesférico, el descenso acontece y la noche, deja de estar abajo, para volver a estar arriba, también con sus lucecitas interminables.

PAO DE ACUCAR IV. El Pan de azúcar al fin.

Hace frío. Y los pájaros vuelan arriba, en círculos, con las alas desplegadas para aprovechar las corrientes de aire caliente (según el Discovery Channel). Lo que se ve desde acá no entra en el lenguaje. No puedo hablar. Todo es celeste, puntitos, verdes, puentes, techos rojos, y mar y barquitos y aviones y el Cristo de brazos abiertos adelante. Fabián se mete en los callejones de roca del Pao, túneles de cañas, enredados. Otro bar y rocas y porquerías a la venta (no bajan de los 50 reales las más chiquitas y hay unas joyas y unas gemas y unas esculturas de gemas brillantes, como el agua celeste y verde de abajo, que no baja de los 175 reales -hay que tener plata en este mundo, no queda otra (o conseguirse una beca y, a lo mejor, a alguna cosita se puede acceder). La tarde nos pasa. Fabián no deja de tirar fotos; pero con él, no quiere que el paisaje deje de involucrarlo, ser, por un instante, el centro del paisaje. Me pone nervioso su insistencia en fotografiarse; pero no importa, le gusta, lo complazco. Y la tarde vuelve a pasarnos. No paro de comer cosas típicas de Brasil (siempre que siento placer, el hambre que me agarra es incontralable -típica reacción nerviosa de gordo, con placer o displacer, la descarga es la comida). Nos quedamos sin otra cosa más que mirar Rio. Porque no podemos hacer otra cosa. Y sacamos todas las fotos, las fotos de tudo o mas grande do mundo.

PAO DE ACUCAR III. El Morro de Urca.

Estoy pisando la ladera que cae en la ventana del departamento. Acá todo se transforma. Éste es el Rio de postal, el que se vende. Perfecto domo en las alturas, donde ninguna favela va a entrar, donde cualquier favela se deforma y aparece diseminada y confundida con cualquier casa o puntito de techos de Rio. Esto es perfecto. Uno se olvida del peligro, de la pobreza, de la culpa. Y no puede más que ver el mar, celeste y esparcido, la Bahía y el otro morro, al que nos falta subir. Caminos y sendas de cañas de azúcar, callecitas de roca. Y el celeste, de arriba y de abajo y Rio, increíble, irreconocible, perfecto, sin contrastes: un aparente Paraíso. Y hasta hay bares y anfiteatros y cines. Nada escapa a la posibilidad de sentirse en las alturas (inclusive, si uno quiere subir más, hay un helipuerto, que hace de Rio algo más perfecto todavía, sin ninguna visión del horror en que se han vuelto nuestras ciudades, las antiguas sedes de la Utopía. Por suerte esto es celestial.

PAO DE ACUCAR II

El Bondinho (telesférico) es lindo. Se balancea. Me da miedo siempre cuando estas cosas arrancan. Por eso me agarro de las estructuras de hierro; si se desfonda el piso, no puedo ni debo caerme; me quedo prendido a los caños, como una garrapata y con la otra mano, lo manoteo a Fabián y nos salvamos. Si se cae, lo cual es improbable, según nos dicen (no como en la película del agente 007, donde el villano corta los cables y se va todo a pique), si eso ocurre, hay que saltar justo cuando va a hacer impacto en el suelo para no quedar como un acordeón. Eso pienso, imagino; nadie me lo dice. Y pasamos sobre URCA. Allá los militares; allá las casas, Mariana y el apartamento en una de ellas, y allá los militares de nuevo y allá la Playa Vermelha y, del otro lado, la Praia de los militares. Como para que haya una favela. Por suerte el bondinho no se cae y entrancamos perfecto, en el Morro de URCA, el primer descanso del Pao.

PAO DE ACUCAR I

Amanece con lluvia y, después, por suerte para. Así ha sido el clima en Río desde hace un mes. Así es hoy. El primer día de sol desde que está Fabián. Tenemos que aprovecharlo. Le digo que meto a Sarduy en la mochila y nos vamos a Ipanema, a las 13. Pero no, en el camino a URCA (para ver si por fin encuentro al chaveiro; desde hace dos días que cada vez que voy, me cierra en la cara su autito -conclusiones miserabilistas obvias; no voy a reiterarlas-), justo en ese momento, vemos el Pao de acucar y decidimos que va a ser lo mejor (el weather channel nos anticipa una semana entera de chuva, pero no santa, como en la canción de María Rita). Así que hago el juego de llaves (por fin) y, luego de la conclusión de que en esta ciudad hay una proliferación de chuveiros (a veces tres por cada cuadra) y de que, además, hacen un muy trabajo (no tuve problemas en abrir la puerta), luego de eso, nos vamos a la montaña. Ahí lo ven al Niño Campeche. Pregunta si eu sou estudante da PUC, tenhio alguma promocao por isso. Le responden que as promocoes sao so para residentes da cidade. Eu sou um residente temporario. Entao tem que passar por alá. El Niño va a la otra ventanilla, muestra la carteirinha da PUC y, sin nigún problema, lo aceptan como un carioca más. Le entregan un ticket de descuento y le ponen en la muñeca una cintita que dice CARIOCA MARAVILHOSO. Nao pode acreditar isso, mas é certo. Nao da certo. E certo. El Niño campeche se da cuenta de que con sólo esa carteirnha (la credencial de la PUC) es un carioca y no únicamente eso; también la carteirinha lo denomina Pesquisador sem vinculo. Es investigador. Ya no va a desyuyar más soja, no va a hacer alambrados, ni a construir casas, ni a darle de comer a los animales, ni para su padre ni para ningún patrón. Ahora es pesquisador y carioca y paga el 50 % menos para subir al telesférico del Pao de acucar. Increible. Y sólo por eso. Lástima que por ser habitante de una Villa en Argentina, sin posibilidad de estudio universitario, no les den la oportunidad a otro. Pero no importa eso, menos ahora. Hay que disfrutar, lo dicen en la tele, me dicen ustedes, que me leen, perdón, que lo leen; no hay que pensar, hay que dejarse de eso y disfrutar a Rio, eso es para otro. Fabián lo mira con odio, porque a él no le hacen ningún descuento. Y se ríen.

martes, 16 de septiembre de 2008

RIO 20000, EL NIÑO 0

¿Quieren saber qué pasó? Sí, sé que sí. Bueno, pasó nada. Eso. Llueve desde hace tres días, casi desde que vino Fabián y todos los pronósticos dicen que en estos quince días de sus vacaciones, sólo habrá dos días de sol. Muy interesante. No me hago la víctima. Rio me hace su víctima en cada iniciativa. Si esto fuera un partido y él mi contrincante, el niño campeche iría perdiendo por goleada, lejos. No sé que más negro que esas nubes va a venir; pero estoy estresado ya. El malhumor de Fabián y mi angustia. Esta llovisna de mierda que no para e Ipanema con sus olas gigantes en frente. Y NO HAY NI HABRÁ SOL. Nos mojamos hasta los calzoncillos. Y todo para ver lo poco que se podía, debajo de la cortina de agua y del techo del puestito de salgados cerrado. Un solo pibe en un suicidio hacía surf en la tormenta del mar. Apenas paró un poco, huimos. Nos fuimos a la Lagoa. Para nada, claro. Apenas unas transparencias dejaban ver a los morros por detrás. Sólo eso. Lo demás, miríadas grises. Sacamos un par de fotos pasadas por agua. Que pare de llover y que el milagro exista: que el weather chanel y su clima estén totalmente equivocados, por favor.

lunes, 15 de septiembre de 2008

CANTAME UNA DE CHICO Y SOY FELIZ

Se podría decir que es mi debut. La primera vez que estoy en Rio, no. Que voy a una especie de recital-concierto de música. Nada más alejado de la vida de niño Campeche. Por supuesto, usted no lo comprende; ocurre que siempre hay otras prioridades, la comida por ejemplo, en la vida de un niño campeche, antes que la entrada a un concierto. Pero Silvia es mágica y transforma al niño campeche y lo lleva, casi de las pestañas. También le paga las entradas o le consigue unas. Y entra. La sala es grande; un restaurante con mesas enumeradas en un sótano: RIVAL, un lugar de la resistencia cultural que funciona desde hace cien años. Y la mae chi Siuvia nos divierte; una gran sonrisa. La alegría carioca. Luiza Pozzi en concierto. La graban para la radio. Pienso que mis aplausos, mañana, estarán sonando en todo Rio. El niño campeche dejará el sonido de sus manos en la ciudad y la ciudad se volverá un corral y él volverá a su ambiente. Lo que dure su aplauso. El arte del niño campeche es eso. Un aplauso que se expande en un solo segundo, infinitamente, pero tan intenso que, en un simple tecleo, vuelve corral y campo sus alrededores. Mañana, los cariocas van a ordeñar vacas, descargar fardos, desyuyar soja, sentirán los golpes alcohólicos de sus padres, la mirada miserabilista de su madre y querrán escapar de Rio, hacerla añicos. Serán el niño Campeche. Lo que dure un aplauso. Y entonces, Luiza, con su vestidito pop rojo y con flecos dorados y ramitas y flores del mismo color, nombra el nHombre: Chico buarque. Y explotan los acordes brasileros mezclados a una especie de tango. La voz se vuelve penetrante. El oído en sintonía. Luiza canta, tomada al micrófono, posesionada a él, en una pose sensual. Fabián vibra en la oscuridad y protesta porque no pudo traer la cámara: no tenía baterías. Y yo no puedo pinchar una aceituna porque vuelvo a quebrar el tenedor de plástico. Rio me gana otra vez, como siempre. El tenedor se suma a la pila de tenedores y cuchillos rotos que se amontonan desde que llegué. Yo cada vez más pelotudo. Pero soy feliz, por Chico, con Chico y Luiza. Silvia, su madre, el amigo de su madre, su irmao, Mariana y Fabián. No puedo hablar. Tan sólo unos aplausos, para que vuelvan corral a Rio y lo transformen. Lo poco que puede dar el niño campeche. Un producto de su cuerpo o su fuerza de trabajo. Nada más. Y ahora termina, después de cantar Gloria; es cierto, a pesar del tema, no está Giordano, ni Tinelli, para la parodia, sino Fabián, que se levanta y escribe un papelito a unas señoras y les pide, en castellano (ni obrigado quiere decir -yo estoy casi igual-), les ruega que le envíen las fotos de súper Luiza roja y sus brillos al email que les escribió en la servilletita. Las mujeres se ríen y dicen que sí. El niño campeche no sabe qué entendieron; pero no importa. Estuvo ahí y le cantaron una de Chico Buarque. Y mañana sus aplausos estarán en Rio. Es feliz.

LLAVES

Sí, perdí las llaves del departamento de Silvia. Algo que se suma a mi lista de idioteces desde que llegué acá. Es que Río me pone así. No puedo entender, si yo le digo a alguien que Rio te estresa se me caga de risa en la cara. No, la verdad, no te puedo entender. Me dice Fabián. No entiende lo que me pasa. No. Hay algo que se despierta y está a punto de salir. Rio produce esta tensión permanente. Una angustia que crece, agigantada, adentro, y es que no puedo soportar estar adentro del morro lindo y que haya otros afuera, en el morro feo. No lo soporto. Siempre me creí más frívolo, un Nomeimportanada. Pero ahora, no lo tolero. No me tolero. Tener una beca del Estado Nacional, mientras la gente se muere de hambre y sentirme un completo inútil para hacer algo, para cambiarlo. Me taladra la cabeza, me la agrieta. No puedo salir de ese malestar y malhumor. Digo mil veces lo mismo. A Eulo, a Estefy, a Mariana. Y encima llueve y parece que los del pronóstico aseguran que no parará hasta el sábdo. La lluvia no ayuda para nada. Y no aguanto esto. Y ahora pierdo las llaves, para recordarme y hacer evidente lo inútil que soy y lo afuera que estoy del Domo URCA, de la seguridad militar y Súper Star de Rio. Para no estar ahí adentro. Pero lo estoy. Y la cabeza se me quiebra. Y más la rompe Fabián con su no puedo entender, con su tirarse en la cama porque estoy histérico, furioso, con un odio que no sabe por dónde salir, pero que sale. Algún día voy a romper el mundo, porque seré bomba, y el niño campeche habrá sembrado su semilla. Mientras tanto, el resentimiento crece, como el tic tac de una aguja del reloj. Voy por vos, rico.

sábado, 13 de septiembre de 2008

Santa Teresa II


Ya es la noche. Sólo lucecitas en los morros. Infinitas. La tarde la pasamos abriendo ventanas entre los callejones por donde se dejaba ver Rio, las casitas de Rio apiladas unas sobre otras en medio de morros y árboles. Increíble. Así fue todo. Subir morros y pasar por calles que abrían la visión al infinito urbano de más callecitas y casitas de colores. Ahora estamos en un bar. Entramos a tantas lojas ya. Ahora, no. En un bar, tomando la octava cerveja. Afuera bailan y tocan furiosos unos tambores y cuerpos la Samba más popular y hermosa. Hay uno que me da risa, con su pantaloncito ajustado y de colores turquesas. Se contornea y mueve las caderas hecho toda una diva. Es el clisé. Y ahora el otro clisé. Pero este tipo latinoamerican lover de una XXX. El mozo. Babeamos los tres. Sonríe. Y nos hace tomar otra cerveja más. Ahora, la lengua degusta, adentro y por primera vez, el otro clisé, más popular, uma feiyoada. Entran todos los sabores juntos del Brasil, adentro, deliciosos. La naranja, el chorizo, el cerdo, los porotos, el arroz, la farinha con chicharrón, suponde de pollo. ultra light. Pero no importa. Delicioso. Es como el locro argentino. El típico guiso popular. Profundo, cargado de historia y ya la cerveja o qué sé yo me pierde. El sabor es tan profundo que pierdo mi memoria argentina y no puedo escribir m

Santa Teresa I

Decidimos el turismo, hoy. Me pasé la mañana leyendo Crítica y Ficción de Piglia o de sus entrevistadores; uno nunca sabe de quién/es son esos productos de marca Piglia. Ahora, por la tarde, vinimos hasta el centro de Rio. Obviamente, Mariana y Fabián al mapa. Yo soy un completo inútil con los mapas; no sirvo para eso. Es un mundo demasiado grande, cargado de referencias y nombres que resuenan y anudan significados densos y oscuros y que siempre me hacen perder y salir del objetivo: trazar una relación representación-realidad casi de similitud. No me ubico. Pero ellos parece que sí. Llegamos a una Av. Chile. Y como no sabían para dónde ir, le pregunté a un motorista onde pegar o bondinho o comu a gente pode chegar ate Santa Teresa. Nos da dos opciones. Obvio que nos vamos hasta el bondinho y ahí nos ficamos. Cuando le preguntamos a un hombre si hay que comprar los pasajes, nos señala una fila inmensa, enorme, interminable. Nos ponemos atrás. Hay césped de potus y de unas plantas que allá ponemos en macetas. Las flores están en todos lados. Me siento Heidi, a punto de subir a la mantaña-morro. Pero no. Soy el niño campeche. Chega u bomdinho. Comienza a circular la fila. Lo veo. Es la estructura de un colectivo, pero sin nada en los costados. Se parece al trencito del parque Alem en versión adulto. Cuando chegamos al molinete para pasar. No hay más lugar, la gente se cuelga de los costados del bomdinho, parada sobre unos tabloncitos de madera en los costados. Mariana se quiere colgar como pulga rabiosa y aventurera.



Obvio que nosotros, no. Ni en pedo. Puedo llegar con un ataque de asma incontrolable, asfixiado o en un estado en el que mejor, no querrían dejarme. Por el mal humor. Así que esperamos el próximo. Sale éste, con a gente colgada como bolsitas en los costados y llega el otro. Nos sentamos. La gente emocionada. Los mininos y mininas como en un parque de diversiones. Se cuelgan menos a éste. Pero se cuelgan igual. Salimos. Comienza a subir la montaña. La ciudad de Rio se queda chiquita abajo. Se abren avenidas y los movimientos y velocidades del bomdinho nos alteran. La gente colgada, por precipicios de un puentecito. Están, totalmente, locos. Mariana agradece que la frenamos. Aunque imagino que de todos modos, le hubiera gustado. Quizá a mí también. Pero el asma. Ni en pedo. El horror. Y ahora, después del puentecito y de los precipicios, Santa Teresa. Casas y chalets coloniales y de la independencia del Brasil. Ferias y puestos y lojas de artesanos. Y verde y plantas enormes y musica. Todo es color. No hay peligro alguno en este nuevo domo, con aires de pueblo, que ya empiezo a adorar.

viernes, 12 de septiembre de 2008

A FABIÁN NO LE GUSTA EL HOSTEL

Sabía que no le iba a gustar. Mientras yo trabajo, él se viene de vacaciones. Y sabía que el hostel no le iba a gustar. Pero si hubiera visto los otros...
Paredes descascaradas, sin baño, dos camitas con acolchados rotos y todo por cien reales. Y acá el sueldo en branco, decía la tele, es de 900 reales y el sueldo en preto, de 550. De más está decir que la mayoría cobra en preto. ¿Cómo hacen para vivir con esto? ¿O para pagar un alquiler de 1800 reales, o de un hostel-pocilga que cuesta cien reales por día? Es la gran pregunta. La respuesta es obvia: viven. Y lo hacen en una ciudad como Angosta, la del libro de Fasciolince. Sí, los que cobran eso, viven en la favela. Trabajan ocho horas al día, todos los días para vivir en el peligro y en el dolor. Porque la ciudad segura y linda, sólo admite sueldos mayores y ese peaje hay que pagarlo. ¿Para qué trabajar así y cómo no ser narcos o dedicarse a robar, entonces? Nos preguntamos con Mariana. Brasil no se parece tanto a ese mundo perfecto que por estos días pintan los diarios argentinos. Claro, eso sí, los que acceden al peaje están bien. Yo estoy bien. Usted que me lee está bien. ¿Pero a costa de qué? Un poquito de frivolidad y cinismo: mañana me voy a la playa. Comeré salgados y sacaré fotos. Qué lindo!!

Dos cosas, la misma cosa

Salgo, como puedo, a las siete de la mañana para el aeropuerto internacional a buscar a Fabián. Casi no duermo en toda la noche. No sé cómo llegar, ni dónde tomar el onibus real; ni sé cuáles dos onibus reales pegar. Pero me subo al Metró. Salgo del barrio militar y me meto en Botafogo, por debajo de la favela. Camino pela praia. Veo el onibus y subo. El corazón a mil. le pregunto al motorista si voce vai pra o aeroporto internacionau. Vou, me dice. Pero el corazón, igual, a mil. Se los juro, parece que va a explotar. Tengo ansiedad y angustia. Un niño campeche no puede tolerar la dimensión del laberinto, el no saber dónde ir, el no poder trazar mentalmente el mapa y quedar a disposición del desplazamiento del motorista, del donde sea. No. Un niño campeche no lo tolera. Siente que la vena va a explotar. Toma el mapa del bolsillo de la mochila y trata de recomponer el recorrido del onibus real, tomando como referencias algunas calles, algunos puntos importantes. Y entonces, de golpe, la vista deja el centro de la ciudad y todo es favela. Se da cuenta de lo que había del otro lado de los morros, cuando corría por URCA. Que eso que se veía por encima de los barrios más seguros y conchetos del centro, no era más que un derrame del espacio que se abría del otro lado. De la gran favela que es Río. Las casitas unas arribas de otras. Hay crímenes ahí, en ese lugar, se matan por celos, sí, crímenes pasionales, o porque sí, porque les agarra bronca y se matan, me decía Silvia. Sé de lo que me hablaba. Pero el niño campeche lo sabe más y no puede contener en la vista tanto, tanto, tanta pobreza, crimen, dolor de una parte oculta tras los morros. Y entonces, es el cliché, no aguanta más y de bronca y angustia y resentimiento, todo junto, se larga a llorar. Atrás de todo, para que nadie lo vea. Pero llora, de verdad.

jueves, 11 de septiembre de 2008

UN POQUITO DE FRIVOLIDAD, POR FAVOR

Intento ser lo más frívolo que puedo. No puedo demasiado. Pero lo intento. Al fin de cuentas, sin frivolidad, el mundo no se sostendría. Mi mundo. Trato de hacer algo de turismo, jugar a parodias de los brasileros y tomar una cerveza. Eso nada cambia la favela que está allá atrás; es cierto. Pero acaso, lo no frívolo, lo supuestamente serio, ¿cambió al mundo? Yo sigo viendo el mismo esquema con distinta careta: los que tienen y los que no tienen. Ser serio o frívolo, o incluso, indiferente, en nada altera las cosas. Sí, eso creo. Por eso me permito la estupidez en mi vida, los realitys (anoche me quedé a ver a American idols en versión carioca -Idolos-), el turismo con camarita digital, que sí, reemplaza la visión por la concentración en el foco, aliena (¿y? También la literatura aliena si lo único que hacemos es leer literatura -No, no les creo a ustedes, señores, que sostienen la pose de no veo tele, de no consumo, de puaj el turismo. Esa situación forzada a la que se condenan, los vuelve un anacronismo y es la respuesta al hecho de por qué los intelectuales han dejado de ser un elemento vivo en nuestras sociedades y se han transformado en museos -Ustedes, los que dicen no tener gusto por la industria cultural y del entretenimiento-). Me alieno. Para desalienarme. Y me desalieno. Para alienarme. Todo el tiempo. Porque a la alienación y a la frivolidad no le escapa nadie; ni siquiera ustedes, señores intelectuales, porque, si no, deberían renunciar a sus viajecitos y a sus bequitas, para que realmente les crea que no están alienados y que no son frívolos frente a los que, como los habitantes de las favelas, no salen siquiera de su barrio o no tienen un puto subsidio para viajar en ómnibus. Sí, acéptenlo; están, como yo, cooptados por la misma maquinaria. Y eso, y a pesar de sus escritos, en nada cambia la favela, ni la Villa, ni la redistribución de la riqueza. A pesar de ustedes, la maquinaria sigue. Y entonces, ¿para qué nosotros? Por necesidad pura y por la pura posibilidad. ¿No se entiende? Porque algo nos hace decir por necesidad de decir lo que sea -favela o no favela-. Porque, finalmente, ese decir es posibilidad de que intervenga en el otro, de que estalle la realidad y la haga más real en algún momento. Pero, insisto, es poco y, hasta en vano, si nosotros solos. Lo comprueba la historia, Werther, por ejemplo. Con él, más que un saco y una ola de suicidios no hemos conseguido. Tal vez sea suficiente para que la necesidad crezca y la posibilidad se abra. Como y por Werther.
Sin embrago, junto con ellas, también la frivolidad y el cinismo como reacción ante la maquinaria y como acción de la maquinaria que nos hace sus piezas. Como táctica de supervivencia ante lo exigido por la maquinaria. Como máscara para vivir de nuestra necesidad en medio de la maquinaria y para hacer posible, alguna vez, un punto de fuga que la haga estallar. Porque si no, sin la frivolidad y sin el cinismo, ya estaría desintegrado por esta suerte de melancolía que, de acuerdo con Agamben, me crea fantasmas para subsanar una pérdida de algo que nunca tuve. No sé todavía, qué. Pero me pierde la mirada, en la tierra, allá en el morro, en el suelo donde está la favela.

ME DESPIERTAN LOS MILITARES

Me despiertan los militares. Cantan, mientras corren, con su entrenador al lado, como en una película Yanquee. No pude escribir más en estos días. Los dedos pesados, hinchados, de tanta humedad. Me duelen. Demasiado. Y ahora los militares desparecen al final de la calle, por el costado de la bahía. En un rato voy a correr, como ellos. No entiendo qué cantan; pero el otro día, mientras iba por ahí y ellos adelante, me repugnó ese exhibicionismo. Es un genocidio encubierto de uniformes. La favela de botafogo se caía desde el morro y ellos, a los gritos y corridas, intimidando y haciendo una performance de su dominio de URCA, de su presencia que asusta y controla a la favela que nunca se instaló en el barrio. Según wikipedia: en URCA la criminalidad es prácticamente nula. El adverbio de modo me da arcadas: a fuerza de práctica, militar (muerte), la criminalidad (la otra muerte) es nula. Pero está, porque algo se practica para que así sea. Mientras vuelvo por la Bahía no dejo de mirar la favela. Si fuera brasilero, habría nacido ahí y también sería escritor, creo. Pero nací en un rancho en medio del campo, allá, en Leones y me crié entre galgos y piñas y alcohol y cuchillos. También estaban los militares, que reprimían el, para ellos, crimen subversivo. Mi viejo estaba preso, por intentar matar a alguien un domingo alcohólico, y aprendí a caminar en la cárcel, según cuentan. Por eso, la favela me dice algo. Y vivir en este barrio-URCA, limpio y prolijo, sin criminalidad, es un contraste insoslayable que me hace doler los dedos y me abre un vacío que desarma a la altura de la garganta. Tampoco hoy toleraría vivir en la favela. No es eso lo que digo. No podría volver a ese punto donde se desencadena... La cara de mi madre llorando, los moretones en los brazos. Las tardes de sexo reconciliatorio entre ellos, mientras me mandaban a dormir la siesta y se tiraban una cobija en el comedor (porque teníamos una sola pieza) y las noches de vino tinto y gritos y corridas y cuchillos y lágrimas y miedo, mucho, demasiado, debajo de las cobijas. Los ojos cerrados y el rezo, como si hubiera alguien que pudiese escucharme, con la confianza en que hubiese alguien, mágico, gigante, todopoderoso que parara el tiempo y me hiciera nacer en otro lado. No podría vivir ahí tampoco. Ya no tengo un lugar cómodo, ya no tengo nada, ningún sentido ni espacio de pertenencia.

martes, 9 de septiembre de 2008

CAMPAÑAS ELECTORALES BRASILERAS

El próximo 5 de octubre, se eligen los vereadores no Brasil, que son como Concejales en Argentina, además de los prefeitos (intendentes-alcaldes). En la televisión locau, tienen establecido un horario durante el cual pasan publicidades para elegirlos electrónicamente. No sé qué pensarán ustedes; pero creo que lo que decía Canclini en Ciudadanos y consumidores se cumple a raja tabla en el caso de Brasil. Las publicidades son muy alevosas y, aunque parezca delirante, este videíto preparado entre comida y trabajo que hicimos con Mariana, es la publicidad electoral más verosímil y seria que vimos. No hay parodia alguna, sino copia y reproducción pura de un modelo de venta de un producto político. Ustedes elijan cuál de las dos versiones es la más real o la que más consumirían. Voten en la encuesta al costado de la página. En el café de zoe, Mariana sabrá explicar mejor esta experiencia. A mí, me dejó sin palabras. Por eso apelo a la mimesis como única forma de que algo quede. Prometo grabar las campañas y colgarlas, para deleite de todos. Ahí van a ver de qué nos sorprendemos.







MARIANA ME ACUSA DE ROBARLE UNA BOMBACHA

Como si ya no fuera suficiente. No sé qué imagen tiene de mí. Que le robo una bombacha cuando ella no estaba. Para qué. Se imaginará que me la pongo y juego a ser María con un plumerito en la mano y que lustro los muebles, mientras ella camina pela Bahía. No me puedo hacer cargo de sus fantasías. O quizá crea que soy un perverso polimorfo que usa su bombacha para satisfacer su pulsión fetichista. Sería un milagro y es la hipótesis menos acertada. De todos modos, si llego a encontrar la bombacha por ahí, voy a hacerla desaparecer de verdad; para que el mito crezca y se convierta en real. Uno debe dejar que el otro lo construya y apoyar esa construcción o suministrarle alimento. Para que el Otro tenga un margen de libertad y una posibilidad de invención. Si aparece esa bombacha que, ella cree, yo le robé, la voy a tirar por el morro. Ustedes, blogolectores, serán los únicos que sabrán el destino final de la bombacha. No se lo digan. Que deje volar su invención y haga de mi imagen lo que le plazca.

SILVIA NOS VISITA

Es raro; pero eso no le quita verdad. El título de esta entrada. De eso hablo. Silvia nos visita. ¿Alguien puede visitar su propia casa? En todo caso, nosotros deberíamos ser los visitantes, no ella. Pero es ella la que nos visita, porque desde hace un mes, hemos estado todos los días acá y ella, a lo sumo, cuatro o cinco. No está nunca, literalmente. Y cuando viene, nos alegra, cariocamente, con su predisposición. Me pasó una biblioteca entera sobre mercado editorial brasilero, más algunas páginas web con novedades en relación al tema. Y me comentó cómo y dónde tomar el Onibus Real para o aeroporto do Rio de Janeiro. Y cómo volver para acá. Una locura de horas y se fue la visita. Nosotros, la verdadera visita, volvimos a ser los moradores y dueños temporarios del lugar.

lunes, 8 de septiembre de 2008

NUBE

Me pasan cosas. No me puedo quedar quieto. Mariana me dice que en un viaje uno no llega cuando baja del avión; que uno tarda en llegar a un lugar. Porque me cuesta adaptarme. Instalarme de una vez. No es así como si nada. Y me pasan cosas. Camino por la Avenida Portugal da Urca, al costado de la Bahía y me traga una nube, densa, negra y que descarga su llovizna en la ropa. Me engulle a mí y a la Bahía y a URCA y a todo Rio, a raz del mar y llueve. Toda la noche llovió y cuando lo hacía más fuerte me desperté. Ya era de día. Y me di cuenta de que acá sale el sol a las cuatro de la mañana y me quise morir. Yo pensé que mínimo, eran las seis. Y no. Eran las cuatro. Y había sol. El mismo que se había escondido a las cinco y media de la tarde, ahora volvía a las cuatro. ¿Será que la tierra gira más rápido acá? ¿Cómo me voy acostumbrar a irme a dormir a las nueve y no a las dos o tres de la mañana? Imposible. Y sigo por la Bahía. Paso por el Instituto de Física que están reacondicionando. Lleno de tubos y travesaños. Y me acuerdo que mi tía está mal. Y la lluvia se pega más a la cara y al cuerpo, debajo del paraguas que Mariana me prestó. A pesar del paraguas. No sé cómo voy a cruzar la calle. Los autos no paran. No hay semáforo. Pero falta para llegar a la Praia chi Botafogu. Tengo que encontrar y reservar el Hosteu pra Fabián. Verlo primero. Si está bueno. Y mi tía que está mal, sin poder levantarse, en un día de llovizna. No tengo más ganas de nada. Y adelante, volvió Gota d'agua, una de las dos obras de teatro de Chico Buarqui. Pienso que tengo que ir a verla. Por la cara afligida y de dolor de la mina. Mi tía con esa cara en una pieza descascarada y húmeda de Leones y yo acá. Espero encontrar el Hosteu. Tengo que seguir por Avda. Pasteur até a Rua do Passagein. Si es que puedo cruzar la calle. Se corta el chorro de autos y paso. La obra de chico Buarque es esencial para mi investigación. He avanzado bastante en la pesquisa de bibliografía de la biblioteca de la PUC. Me quedé toda la noche a rastrear y a hacer la lista. Y a escribir.La Prasa da Botafogu, Voluntarios da patria, Sao Clemente, Rua do Passagein. Sigo. Es linda la zona. Deja de llover. Mi tía se debe haber levantado de la cama. Toma el té con galletitas. Eructa y pierde la mirada en la tele. Se mira las piernas postradas y siente ganas de tirarse a la cama. Se le van las fuerzas. Hasta que alguien la saluda y vuelve a la realidad. Sale de la angustia. O no, se olvida por un rato. Ya caminé tanto que me debo haber perdido. Saco el mapa. Me pasé. Vuelvo y entro en el callejón. El barrio me muestra a toda nube su inseguridad. Parece como si la vida se cotizara a centavos en esa parte de Botafogu. Atrás, en el morro, parecen asomarse algunas favelas. Entro en el callejón. Encuentro el Hosteu y regreso. Horrorizado. Un bar y una construcción laberíntica. Un bar con todo tipo de botellas y las paredes descascaradas. No voy a regalar 100 reales o 200 pesos por noche a eso. Ni loco. Voy a la Praia chi Botafogu. Sé que Fabián va a llegar y me va decir: ¿Vos te creés que yo voy a meterme ahí? Y tiene razón. Ni yo lo haría. Menos después de que estuvimos en Tucumán y nos atacaron las pulgas. Por tacaños. Acá no nos puede pasar lo mismo. Escribí toda la noche mi libro de cuentos PUTOS DE CAMPO y el blog. Del blog apenas unas líneas. El otro proyecto es más ambicioso. Me demanda tiempo. Y no puedo ver a mi tía. Estar con ella. Decirle y acompañarla en este trance a la desaparición, que también es la mía y la de Leones. Porque cuando no esté, Leones no tendrá sentido o tendrá uno menos y no quiero hablar de esto... La rua da Vila. Veo los carteles; hay tres hosteles seguidos. Mejores que el otro; pero no tanto. Al menos, la zona está buena. La praia en frente. Me meto en los tres. Eu vou ver. Toco timbre. Una carioca um poquinio estrania. Le digo no sé para qué carajo que eu sou aryenchino. Me muestra las habitasoes. No están mal ni bien. Salgo. Voy al otro. Igual; aunque las habitasoes no me gustan. Para nada. Huyo desconcertado de mi economía devaluada. Corro por la Praia chi Botafogu. Como si lo hiciera con mi tía, abrazándola como la nube a la Bahía. Sé que esta noche voy a escribir esto y retengo, esa sensación, en la cabeza. Lo voy a escribir. Y después voy a leer a Piglia (y aburrirme) y a Siuviano Santiago. Mi tía dormirá. Los hosteles van a esperar a que los reserve. Fabián me va a escribir al messenger. Chateamos. Como. Salgo de la nube en la que me metió Rio. Y termino de escribir. Me pasan cosas.

domingo, 7 de septiembre de 2008

SUEÑO

Mariana quería ir a la Praia chi Ipanema. El día anterior, yo también. Pero hoy no. Anoche hablé con mi hermana, la Lore. Mi tía casi no se quiere levantar de la cama ya. Me duele hasta la punta de los dedos. No puedo escribir casi. Sólo dormir. O no; volver y que ella se levante y comience a caminar y vuelva a tener setenta o sesenta y no ochenta y cuatro. Me vine igual; a pesar de que los médicos no nos dieron esperanzas. Me vine. Y la angustia no puede aguantarse. No sé si cuando vuelva ella va a estar o no. Sólo sé de la angustia que me hace doler los dedos y que hoy me hace agarrar sueño. Ganas de encerrarme, de no salir para no ver que el mundo se mueve y su aire nos oxida. Quiero creer que nada se mueve. Que el tiempo no es. Ni yo tampoco. Me tiro en la cama. La pérdida de la conciencia me va a calmar con un poco de placer. Es domingo y es triste. Me tiro a la cama. Como mi tía-madre. Pero yo me voy a levantar; aunque me duelan los dedos, al menos por unos sesenta años más. Me voy a levantar y cuando vuelva a Leones, la voy a sacar a dar una vuelta en su silla de ruedas motorizada y me voy a reír con ella, para no llorar, para decirle en ese gesto que la amo y que me gustaron siempre sus papas fritas. Las que no como desde hace un año y, creo, nunca más podré comer. Mejor me voy a seguir durmiendo.

sábado, 6 de septiembre de 2008

PRAIA CHI IPANEMA

Es casi de noche y veo el agua. No es igual que en Urca. Menos que en Mar del Plata. Dan miedo. Las olas. Y me mojo hasta la vista que mira cómo los dos tipos se besan y se revuelcan en la arena. Ojalá Argentina fuera... La arena y el mar salado me van a curar las heridas de los pies. Por correr en un suelo que no es el mío. Las piedritas de la Bahía de Urca me sacan ampollas cada vez que impacto en ellas. Y los pies enllagados. Pero me va a curar el agua y la noche. Esa noche.
Este mar es intimidante. Violento, tanto como mi mundo de infancia. Me asusta esa violencia. La misma que en el morro de Ipanema, en el fondo de la praia se ve extenderse en lucecitas sobre la ladera de favelas. Y que se va a comer a Rio en cualquier momento. Y merecidamente. Porque se puede hacer algo desde el poder, sólo hay que hacerlo. Pero no. Se prefiere controlar la violencia con cercos militares, sin cambiar el fondo de la cosa. Igual que en Argentina, frenar el hambre con plan trabajar de cien o doscientos pesos. Pero peor que Argentina, más multiplicado y con un arma en la cabeza y con la gente que asimila como normal esa voracidad de las lucecitas que la vigilan desde el morro y que cualquier día se les van a venir encima y no va a haber militar que resista. Tal vez por eso el mar es tan violento; para que le temamos a él y no tengamos que matarnos entre nosotros.

FERIA

No sé cómo decir hoy. Quizá por las cervezas o qué sé yo. Nada puede salir, aunque quiero contar que Denisse... y el sandwich, extraño, de queso y la carne gorda. La cerveza suave, sin amargo. Nos invitó a la Feria da rua... Ésa, en el Centro de la ciudad. Una vez por mes, se hace. El primer sábado de cada mes. Una borrachera que en la lengua no se puede contar. Es Río otra vez metiéndose hasta lo profundo y rellenando el vacío de... No, no es Rio porque ya me hubiera desintegrado. Fue la Feria da rua... El clisé, fue la primera vez que el clisé carioca-brasilero dejó el plano de la ficción y se hizo real. Y es él, el que rompe y corta la lengua y no me deja decir. Mariana dice que esto es bizarro. Yo digo que no, que es el clisé latinoamericano, más el carioca, más el brasilero, concentrado en un solo lugar. Una feria de antigüedades que le regala color y alegría a un centro aburrido, gris y descascarado. Camino, en un estado de éxtasis y de desconcierto. El idioma suena como tambores agitados en una danza de colores. Risas y mesas y puestitos y tienditas por todos lados. Baratijas y los restaurantes con comidas típicas. Camino y quiero decir y contar. Que Denisse. Hablamos guturalmente. Un Baile de Capoeira en una esquina. Sim sim. Nao nao. SIM SIM. El idioma y los cuerpos son los que me atraviesan y clavan la lengua. Mariana me señala el clisé darck ahí. Están todos los clisés circulando sobre la rua... Ya he contado miles y miles de clisés gays... Y yo, ¿no me habré transformado en uno? Miro mi pulserita en la muñeca. Antes no me hubiera atrevido a usarla. Ahora no me importa. Ni tampoco si soy o no un estereotipo. Y le señalo las joyas y las carteritas a Mariana que son lindas. Para ellas. Mi clisé llega hasta ahí, hasta el gusto. Pero no puedo contar que Denisse... Nos iba a encontrar ahí. la lengua hinchada por los ojos hinchados ante la Darck, con voladitos y polleritas y la cara con estrellitas y una bandera de Brasil. ¿Para qué semejante clisé? ¿Porque se le canta? ¿Simplemente? O algún precepto transgresor se lo dicta. Y la negras y los negros que mueven las caderas y bailan, en la rua con carioca. La música. Y unas banderitas y unos parlantes. Y ya me dieron como veinte panfletos para que vote a Claudia Le Cocq, Xica da Silva, Gabeira, Ingrid con sus manitos tatuadas y su sonrisa y Paulo Ramos. Paulo Ramos como prefeito, vótelo, aquí estamos con él para saudar a sua genchi; com tudos os archistas da rio chi Yaneiro, com eli, com voces, os archistas que podein cambiar o mundu, Paulo Ramos. Y Paulo Ramos que sonríe en los carteles y saluda y abraza a tuda a genchi. A los políticos argenchinos si montaran este espectáculo, los linchan, le comento a Mariana, mientras Paulo Ramos nos pasa por el lado y abrazo y besa sin parar. Y ella se ríe, asombrada. No lo podemos creer. Esto es demasiado. Y más adeanchi, Gabeira. Se le nota lo concheto en la ropa y en la genchi que o acompaña y lo saluda. Lo vamos a votar, le gritan las pitucas en los costados. La calle nos lleva no sé dónde en este delirio. Y nos damos cuenta de que estamos en el ombligo de Rio, de que por ahí pasa, mezclada, toda la vida de la ciudad y, por eso, el clisé se potencia. Y yo que no puedo contar que Denisse.

viernes, 5 de septiembre de 2008

CHAT

www.totalmenteequivocado.blogspot.com dice:
por qué no me hablás, malo???
www.totalmenteequivocado.blogspot.com dice:
eyyyyyyyyyyyyyy

Has enviado un zumbido.

Has enviado un zumbido.

F dice:
ok
Fdice:
aqui estoy
www.totalmenteequivocado.blogspot.com dice:
pero por qué no me hablás, malo???
Has enviado un zumbido.

F dice:
jajajaa
F dice:
si aqui estoy
www.totalmenteequivocado.blogspot.com dice:
qué estás mirando, más importante???
F dice:
ok
F dice:
solo terminaba de leer del blog
www.totalmenteequivocado.blogspot.com dice:
ah, bueno
F dice:
pero no podía por mi ojo majado
www.totalmenteequivocado.blogspot.com dice:
bobo
F dice:
perdón mi Ojo mojado
www.totalmenteequivocado.blogspot.com dice:
caro dice que también lloró
www.totalmenteequivocado.blogspot.com dice:
NO ES PARA TANTO
F dice:
Es que tine imagenes
F dice:
que siempre sentí de mi vida
F dice:
tuve oportunidad de ver cosas que mis viejos nunca vieron
F dice:
y ahora creo que por ahí ahora ya tampoco tienen interés de ver
F dice:
quizás antes, de jóvenes pensaban en eso también
F dice:
ahora como que ni se acuerdan de que hubiesen queriado ver
F dice:
o tal vez nunca ni siquiera pensaron porque sabían que no era para ellos o que no iban a poder
F dice:
jajaja
F dice:
pensaba
F dice:
en mi papa
www.totalmenteequivocado.blogspot.com dice:
ES LA DIFERENCIA DE LA CLASE Y VISTA DESDE ABAJO COMO DISTANCIA
F dice:
contento con un tele 29 con pantalla plana
www.totalmenteequivocado.blogspot.com dice:
ESAs SENSACIONES ME ACOMPAÑAN TODO EL TIEMPO
www.totalmenteequivocado.blogspot.com dice:
SON LO POCO QUE PUEDO APORTAR
F dice:
y yo quiero un plasma
F dice:
es como cuando ellos pensaban en vacacionar en córdoba y yo quería ir a europa
F dice:
jajajaja
www.totalmenteequivocado.blogspot.com dice:
JJAJAJAJJJAJAJJJAJAJAJJJA. Pero no es tan así lo que digo yo: a mí nunca se me cruzó por la cabeza salir del país, hasta el año pasado y, ahora. Cuando era chico, no pensaba en salir de Leones, ¿cómo iba a hacer?
F dice:
esta lentecita como un punto rojo que me mira
F dice:
pelotudez
F dice:
pero me emociona
F dice:
saber que por estas letras que tipeo mal o detrás del ojo rojo que me mira como tuerto
F dice:
podes estar vos… miles de kms
www.totalmenteequivocado.blogspot.com dice:
mmmmmmmmmmmm
www.totalmenteequivocado.blogspot.com dice:
es re lindo que digas eso
F dice:
Mañana tengo que hacer 57 hs en el trabajo, podré?
www.totalmenteequivocado.blogspot.com dice:
nunca antes lo habías hecho y, además, no fuiste cursi
www.totalmenteequivocado.blogspot.com dice:
hiciste poesía
www.totalmenteequivocado.blogspot.com dice:
sí, vas a poder
www.totalmenteequivocado.blogspot.com dice:
eso que sentiste es lo que me pasa todo el tiempo y me lleva a escribir
www.totalmenteequivocado.blogspot.com dice:
y me encanta que te haya pasado
www.totalmenteequivocado.blogspot.com dice:
F dice:
qué silencio
www.totalmenteequivocado.blogspot.com dice:
simmmm
F dice:
menos mal que trabajo mucho
F dice:
así no pienso
www.totalmenteequivocado.blogspot.com dice:
estoy demasiado feliz
F dice:
yo estoy algo triste
F dice:
no triste
F dice:
emocionado
www.totalmenteequivocado.blogspot.com dice:
a pesar del espacio
F dice:
o angustiado
www.totalmenteequivocado.blogspot.com dice:
pero es una tristeza de amor, no de angustia
www.totalmenteequivocado.blogspot.com dice:
es linda
www.totalmenteequivocado.blogspot.com dice:
porque hicimos contacto, muy profundo
F dice:
pero mañana me pongo el traje de chico Sies o me cargo la corzolandia encima
www.totalmenteequivocado.blogspot.com dice:
para algo sirvió el viaje después de todo