sábado, 22 de noviembre de 2008

lunes, 17 de noviembre de 2008

LLEGADA DEFINITIVA

Esto fue el regreso al Rio sin morros ni mar. O a este espacio hecho de tres lugares que ya no puedo descifrar por separado. Hay idiomas y voces extrañas, raras, pero son las mismas o parecen las mismas, también. Qué sé yo. El auto está sobre la ruta. Atrás, Leones, adelante, Rosario y, si sigo, Rio. No sé qué decir ni si me dejó o no algo, esta experiencia que, ahora, sobre la ruta con eucaliptos, termina. Tal vez, sí. La posibilidad de ser todos, en una breve brecha de tiempo. El Cempeche, el burgués, el villero. Los tres, en un mismo mundo que fulguro, por fuera de la ventanilla, mientras termino de llegar a un punto que, solo ahora, o desde hace pocos días, sé que nunca dejé.

domingo, 16 de noviembre de 2008

Mañana de domingo

Leones me agotó. Agarro mi bicicletita, después de la borrachera de anoche, y salgo para la casa de mi hermana. Quisiera volver anoche; a la goma que se pincha en la ruta y por la cual no pudimos llegara a Noetinger y tuvimos que volver, con los chicos, a Leones y nos quedamos, a bailar en una disco en la que estábamos nosotros y nadie más. Por herejía: los leoneneses no nos quedamos ni locos un fin de semana en nuestra ciudad. Pero no esta vez. Y menos ahora; estoy acá, yendo a lo de mi hermana, a ver si me da ropa para el Nahuel, que está de mi abuela, porque, parece, le dieron la tenencia. Y me entero que mi hermana está embrarazada de nuevo y que están intentando sacarle la tenencia del otro nene y que lo quieren llevar a mi casa, para que lo críe mi mamá y mi papá. Voy. Le llevo en el bolsillo un recuerdo de Buzios. Frívolo, en medio de este desastre. Pero la frivolidad es necesaria, si no, lo único que queda en medio de esta impotencia, es el suicidio o la depresión. Y soy frívolo y bailo, borracho, con Fabián y Mariana y el Bepa y el Favio y la Edith, en plena disco, borrachos y solos, los cinco, mientras los policías se nos cagan de risa de las pelotudeces que hacemos. Sin nadie más en la pista. Pero abro los ojos y no, estoy en la calle de mi hermana, en pleno pedaleo. Y ahora, le toco la puerta y sale y le pido lo que le tengo que pedir. Y me hace señas para que me calle, porque Torofo duerme y que no nos escuche, porque no quiere que nos dé nada por hacer quilombos, que si lo quieren al chico, que lo críen ellos y le compren ropa. No digo nada, para evitar el Apocalipsis. Saca unos trapitos y unas zapatillas rotas de la pieza y me las da hechas un boyo. Mi otro sobrino juega a la pelota en la calle, embarrado y mugriento, con los mocos que le caen por el cuello. Salgo, después de darle la tortuguita que dice Buzios. Y llego de la nona y le dejo la ropa del nene, que juega y juega y no para. Se ríe. Le doy un beso y me voy. Esta parte de Rio, nunca me gustó.

SIGUE EL QUILOMBO

Ya me quiero volver a Rio. Aunque, ¿salí? Ayer, cuando volvía de correr, me encuentro a mi hermana. Me cuenta su versión. Que ella le pegó al nene, no el Torofo, como dicen, y lo hizo porque estaba insoportable. Me quedo mudo. ¿Se justifica que ella, porque era la madre le pegue, y no el otro, en un "ataque de nervios"? Insinúo, conteniéndome y diplomático, que quiera o no, legal y humanamente, eso le hace mal al pibe. Que más allá de todo este puterío, están ellos en el medio, mis sobrinos, sus hijos. Me dice que no da más y que los Otros -una otredad sin referencia basada un real diferencia- arman todo el quilombo porque no se aguantan que ella haya vuelto a trabajar en el bulín y, por eso, la gente de mierda de este pueblo, arma puterío. Le digo que no mezcle las cosas, casi al borde de morderla. Que en eso tiene razón; pero que ella elige eso y sabe cómo son las cosas en "ese pueblo de mierda" con "gente de mierda", de la que ella y yo, formamos parte, quiera o no. Y que eso no tiene nada que ver con las marcas del Nahuel. Me congelo, no sé si por el frío que se levanta y me seca la transpiración, ahí, en medio de la calle salitrosa y enfrente del boliche de donde se oyen las miradas y risas de todos los borrachos, o porque efectivamente el cuerpo enfría una respuesta que puede ser insoportable. Y no sabe qué ni cómo reaccionar ante ese cuerpo de una misma máquina, tan golpeado y lleno de quemaduras por el mismo dolor de la infancia. No sabe cómo reaccionar, incluso, cree hasta que la comprende en algún punto, endeble, ahí, en medio de la calle y recuperándose de una cirugía de cuerpo entero, después de que una "puta" la prendiera fuego por robarle los clientes. La impotencia es tan grande, que Rio desaparece, el mundo de Rio, desaparece; o no, se vuelve más real, como si eso no pasara ahí, si no en el medio de una de las favelas, a las que allá no quiso entrar, porque ya las conocía.

sábado, 15 de noviembre de 2008

QUILOMBO

Después, viene la otra noticia, mientras mira el asado que el Padre Campeche del Niño campeche cocina en el patio. Su hermana -la que dice que cuando era chica su papá la violó-, desfiguró a golpes a uno de sus sobrinos y se desató el conventillo y el quilombo. Por puta, por trabajar en el bulín de Gral. Roca y andar con ese drogado-villero de Villa María, dicen, le destruye la vida a sus hijos. Yo sé que, si mi papá la violó como dice, no hace más que reproducir la forma de amor que le enseñaron: destruir la vida de sus hijos. Por suerte, piensa, no va a tener los suyos; pero sus sobrinos ya existen y eso le rompe la cabeza con la impotencia de las circunstancias y todos los sufrimientos que él conoce y sabe que están pasando. La cuestión es que una maestra de primario, le encontró una marca en el cuello a su sobrino y le dijo a su abuela que mirase lo que tenía. Nahuel, apenas la Nona María le miró la marca -de un cinto o una soga- alrededor del "cogote", empezó a interrogarlo y a aguijonearlo para que le contase qué había pasado. "Torofo", el "villero drogado", "me pegó". Y eso desató el quilombo, sobre todo, cuando le sacaron la remera y le bajaron el pantalón y le vieron todas las marcas que tenía. El Sodero, tío del Niño, salió con una escopeta y empezó a los tiros. Su otro tío, Café, fue a buscar al Torofo con su chata destartalada; pero el Torofo le cagó a ladrillazos la puerta y se la abolló hasta dejársela inservible. Como Café estaba tan borracho, no hizo más que volver a su casa como un perrito asustado. El papá del Niño, quizo salir con su escopeta y puñal, porque siempre se sintió Juan Moreira; pero su madre lo detuvo y lo desarmó. Así que, ahora, están todos asustados, porque lo denunciaron al Torofo -que tiene un hermoso y frondoso prontuario- y tienen miedo de que se cobre venganza con su abuela. Esta noche tendrán que ir a cuidarla.

Quilombos

Las cosas son así. Una madre que abraza, fuerte, a su nene y una abuela melodramática que llora como si él, El Niño Campeche, hubiera muerto. Ahora entiende de dónde le viene el gusto por el melodrama; lo lleva en la sangre. Y ni bien baja, comienzan los quilombos, que se mezclan con las lajas de la plaza, allá abajo de los árboles que oscurecen un césped fosforescente. Su tía, medicada hasta la médula y con la mirada perdida que le dice que sólo sobrevivió para verlo volver; aunque sabía que no lo haría con la frente marchita y que no está flaco; sino bien. Tirada en una cama y con la vista de ultratumba que lo destruye. Y Silvia y Guille y Lelia en los dos ojos del cuerpo -que él desconoce- y que no va más. No dice nada. hace chistes, le saca una sonrisa desencajada, en medio de la poca percepción que le queda a ese cuerpo sedado con tranquilizantes. No dice nada; pero al mismo tiempo, todo. Adentro, una tropilla de caballos lo caga a patadas hasta dejarlo inflamado y dolorido con tantos moretones, que nadie ve; pero que están ahí y duelen como la concha de la lora.

Segunda llegada: LEONES

Salimos a las diez de la mañana. El Niño Campeche metido en su rutina y apenas ha llegado. Fue a presentar la clase de postítulo con La pequeña alondra Rolle. Y Fabián lo pasa a buscar y suben al auto y, después, van de su hermana, Lorena, y la meten adentro y salen. Cruzan Pellegrini y, ahí, miren, el campo. Su campo. Los corrales derruidos que cortan, al costado, la continuidad entre la autopista y las siembras. Sol y un calor que se precipita en los espejitos. No entiendo dónde estoy, ni si es posible que haya pasado el tiempo, que Rio sea, desde ahora en más, un recuerdo y haya dejado de ser real. Y piensa, monótonamente, durante dos horas lo mismo, hasta que allá, adelante, turbio, Leones se levanta sobre la llanura y feliz y decepcionado, se dice que sí, que todo termina, como dice la canción.

viernes, 14 de noviembre de 2008

PRIMERAS PERCEPCIONES DE ROSARIO

Nada tiene las dimensiones del monstruo. Ni las villas, ni las luces, ni las aguas, ni el paisaje. Ni este viaje, automatizado, en el auto. El auto que extrañaba, el asiento adherido a su espalda. La vista se acostumbra a su realidad, otra vez. Y nota todas las mudanzas de estos meses. Las luces nuevas sobre la Avenida Alberdi. Las plantas florecidas. Su casa con pilas de cachivaches acumulados. Y también lo que nunca cambia: el arroyo Ludueña con sus olores al final de la calle y, ahora, la Facultad con sus buitres que le laceran y le lacerarán las carnes en el Taller de Tesis. Por ese proyecto endeble que revela, hoy, todas sus precariedades. No le importa. Se ríe, porque él ya es otro: su aburguesamiento le desfigura los dientes con el gesto cínico. Y todo se vuelve así. Y él, un ave de carroña más dispuesta a comer también de la carne ajena y a defender su tajada. Como sujeto capitalista del presente. Los nervios se acumulan y aprietan en las cervicales. Y no está, no, en los edificios babélicos de la mañana anterior, ni en la Bahía, ni el aire que le agrietaba los poros mientras caminó por el costado de un mar turqueza. No, hay una rutina de taxi, bajo árboles de plátanos desfigurados por la poda y unas calles, cenicientas y anchas, atravesadas de canteros.
Volver, como el tango, pero con frente florecida y en alto. Triunfante. Un Astier triunfante. Y la percepción extrañada de un salto en el espacio y en el tiempo. Una imposibilidad de comprender a mudanza que tem feito. Cómo e posible? No comprende. Dos cosas diferentes y unos morros que la vista busca, en vano. Y unas frases que el portugués repite frente a las circunstancias más absurdas. Con la cajera, a la que le dice obrigado, con el chico al que interpela con Chiscuupas. Y la piel que se reseca y se desprende del cuerpo como una bolsa orgánica, sobre el piso, mientras su lengua se divide, bífida, con el sabor de todos los venenos. Es tristemente feliz en esta ciudad que siente propiamente ajena. Le falta el mar y los morros.

PUNTITOS SOBRE EL RÍO: primera llegada

Ahora, ahí abajo, los puntitos blancos sobre una llanura en declive y un río marrón que parece estancado y él sabe que no. Puntitos de luz de un puente sobre un río. Que se agranda a medida que los círculos del avión caen sobre la ciudad. El corazón ansioso, a mil. Rosario. Llega. ¿Llega? Eso cree. Aunque le falta Leones. Y ni bien tocan la pista, un millón de cosas y de imágenes, como fotografías, caen a pique. Ya está hecha la tripartición y la necesidad de los tres espacios a los que se siente, inexorablemente, ligado (unido y llamado). Y sabe que no tiene que perder las tarjetas de embarque, ni los papeles de migraciones, ni nada. Y se acuerda de que a lo mejor le toca el semáforo y le abren y le rompen toda la valija, porque se le trabó el cierre. La puta. Y no puede creer el carácter precario del aeropuerto de Rosario. Un tractor arrastra una escalera hasta la puerta del avión y allá, lejos, se mueven los peones del dispositivo acomodando mostradores o montándolos, para la recepción y los controles. Cero infraestructura. Pero seguro que son más rompebolas que los brasileros y él sin el DNI, y ya ve que lo dejan ahí toda la noche, sin poder volver y con las ganas que tiene de cruzar el edificio del otro lado y pasar calles, el Carrefour, el puente sobre Sorrento, las Avenidas. Entonces, desciene y mientras cruza la pista, entre los cristales de arriba, ve una mano que le toca el cuerpo y lo electrifica. La cola que se armó es interminable. Va a ser un karma y ya necesita apretar y amarrarse a esa mano que se eleva, arriba, allá, en los vidrios enormes.

jueves, 13 de noviembre de 2008

ENCUENTRO EN EL AIRE

Segunda vez que el Niño se cruza con más Campeches en un aeropuerto; sólo que ahora, las coincidencias son atroces. A su lado, ahí a la izquierda, se sientan los otros. La primera vez; seguro que ustedes lo recuerdan, se encontró con un par de profesores en el aeropuerto de Rio, cargados de bolsos, cuando se despidió de Fabián. Lo saludaron y, a los pocos días, una de las hermanas de esa profesora, le escribió una carta que colgó en el blog. Para saber qué hacía el chico Molina en Río, porque, pobrecito, vio? Estudia esa carrerucha que no sirve para nada y yo le había dicho que hiciera otra cosa; pero no. Y con las posibilidades que tenía; si hasta le pagaban toda la carrera. Ahora debe andar probando suerte por ahí, sobreviviendo y se debe haber arrepentido. El Niño, siniestro, se ríe de la operación pueblerina para dar nacimiento al chisme. Y entonces, responde con todas las letras. Y se hace el importante, se pone en la posición de una Ludmer y les agradece por haberles hecho elegir la carrera que eligió, cínicamente. Y ahora, estos dos. Caza al vuelo, mejor dicho, en el vuelo, que son de Leones. Y que son gringos, tan empobrecidos, tanto, tanto, que ahora tienen que hacer un viaje menos a Brasil por año. Por esa política desastroza y populista con la cual le pagan la beca a él y mantienen a toda esa manga de vagos. Y encima les baja cada vez más la soja. No sabe qué van a hacer con sus ahorros que descienden y descienden. Por dios. Bueno, pero tienen que aprovechar para comprar en el Free shop. Y más porque los precios, ustedes saben, están en dólares. Y salen desesperados, con los oídos descomprimidos, por el aeropuerto de Porto Alegre a desbaratar débitos. Y son tan felices, como él en Uruguayana, el otro día. Sólo que ellos, por gastar en dólares y volver sin nada de cambio y con perfumes y ojotas de marca originales. Y entonces, vuelve a hacerse el importante. Él, el Niño Campeche, mientras le dicen que leyeron su nota en El informante, donde atacaba a los gringos por el conflicto con el Gobierno. Y se ríe, tan perversamente, de hacerles notar que ellos, con su poder y su pragmatismo antiartístico, no van a impedir que les diga en la geta todo su resentimiento de clase y todo el rencor por ser relegado a la posición oprimida, ni tampoco, va a dejar de hacerles notar que no puede comprar en dólares en un free shop; pero que está ahí, con ellos, en el mismo avión y gracias a su dinero que se reduce para hacer posible una redistribución que no toleran.

CHECK IN

Otro check in más. Mierda. Esto es un exceso. Más burocracias internacionales. Le sacan hasta el cinturón y lo meten como cuando a las vacas les pinchás el culo para que pasen al corral, adentro del avión. Piensa que este viaje tiene no un punto de llegada, sino dos y que recién el lunes, cuando vuelva de Leones, habrá llegado finalmente.

BRASILIA

Llegó, allá abajo está la ciudad construida adrede. Con sus edificios rascacielos que nos tocan el ala del avión y el puente de semicírculos que reaparece en todas las postales. Y la tierra roja manchada de un verde fosforescente en una llanura con círculos arados negros, marrones y serpenteada por un río cuyo nombre ignoro y que me gusta no saberlo. Hay casas de campos en todas partes. Fazendas. Y el aeropuerto inmenso y laberíntico allá adelante. El Niño siente el miedo: EL MIEDO ante tanto tanto tamaño colosal y ni bien baja, se manda la primera cagada. Da dos veces vueltas en círculos sobre una plataforma. El boludo le dijo que en el portao 13 tenía la conexión y él entró ahí; pero los números llegaban hasta el 7. Claro, esto no es Rosario. Andá a saber dónde mierda está el 13 o cuántos 13 hay. Si se parece a una Biblioteca de Babel redonda y del consumo esto. Es impresionante la infraestructura, los cristales, los pisos que se continúan con shoppings bajo un cielo azul de nubes blancas y sobre una llanura con palmeras y autopistas. Y le vuelve a preguntar al boludo de Gol que le dice que tiene que seguir derecho, no entrar al domo para dar la vuelta al perro. Eso traduce él, porque no le dice semejante barbaridad, no. Pero se da cuenta de que con la mirada le dice: argentino pelotudo. Y no le importa: él es una clase oprimida acostumbrada a que lo ninguneen y, sobre todo, a usar eso en su favor. Así que hace un esfuerzo más y le mete pata. Pasa por corredores circulares que se tragan la ciudad y el verde, todo junto, del otro lado. Y llega a un corredor y se mete y el espacio se abre a un shopping más, enorme y carísimo. Sigue. Busca el portao 13. Ni a palo. Ve un cartel que dice que es derecho. Camina y no llega nunca. El Bolso no lo aguanta más. Y mira los precios y se agarra la cabeza. ¿Quién tiene tanta plata para comprar estas preciosuras mercancías del alma? Él, no. A lo sumo su palita y, ahora que ha ascendido socialmente, su notebook. Su únicas fuerzas de trabajo. La notebook prestada, obvio. Y llega al final del corredor de vidrieras y hay una chica en un portao que dice embarques internales del 11 – 13. Le pregunta. Es ahí. Mira el reloj del celular y se quiere matar: faltan cuatro horas para salir. Se va al patio de comidas, obvio.

AIRE

Otra vez en el aire. Suspendido, con un banco de nubes que le pone los lentes de sol y la camarita en la mano. Siente el aire que le raspa el cuerpo del avión, a través de la camarita que no deja de filmar el despegue, aunque no se pueda. Para no olvidarlo o, al menos, olvidarlo menos.

Embarque

Espero, mientras los aviones pasan y aceleran y suben y bajan allá afuera. Pasé todos los controles. Mi droga de libros y fotocopias. Y mis dedos que escriben y escriben sin pausa. Pienso en Sandra: no le voy a complicar a existencia con la tarjeta de embarque. Pienso en Mariana: me debe estar puteando, mientras lee esto, por lo mal que estuve con eso durante días. Pienso en Fabián: si sos pelotudo. Pienso en mi mama: Ay, nene. Pienso en Laura: Hijito, que taradito. Pienso en vos: y que te cagás de risa. Y me llaman para que suba y vuele sobre las montañas. El Niño Campeche, ahora aburguesado, está triste y feliz. Con su mochilita de paja en los hombros, mientras curza una manga que lo deja en la puerta al costado de un ala.

AEROPUERTO

Y ahora llego y vienen todos los trámites y el quilombo para subir al avión. Los pelos de punta. Me dejan en la Terminal 1. El boludo del taxi y yo que no me acuerdo si es la uno o la dos. Es la dos. Y tengo que caminar para la empresa Gol por un pasillo interminable y con todo el peso del mundo. Pero me doy cuenta. El Niño Campeche piensa, que tiene que sacar el pasaje y abre el sobre de la Empresa de viajes y ahí, ante sus ojos se cae, no sabe de dónde, la Tarjeta de embarque que supuestamente le habían sacado. Se la pusieron doblada en una publicidad. Los odio por la angustia que pasó culpa de estos pelotudos. Y se pone feliz. Las cosas comienzan a tranquilizarse y el mundo, parece, quiere que el retorno sea perfecto. La realidad se vuyuelev hippie y los colores intensos, del otro lado de las ventanas. NO ME VOY A HACER CARGO DEL VIAJE, LA CONCHA!!!! VIVA EL ESTADO ARGENTINO! VIVAN LAS RETENCIONES! Un poquito de frivolidad, señores de las favelas que rodean el aeropuerto, por favor.

CAMINO AL AEROPUERTO

Soy un ente. Miro el mar y no puedo ser más maricón de la que ya soy. Sentadito atrás, me limpio las lágrimas en el espejo retrovisor; mientras me meto Na morada do sol, para dejar las llaves del departamento y la mensualidad a la mae da Silvia. El lugar es incredible. Un edificio multiplicado en vueltas y enroscado sobre el morro, con balcones y plantas, babélicos. Dejo las llaves y el dinero y subo al taxi otra vez. El embotellamiento nos traba, nos hace lenta la despedida y una angustia se abre adentro como un pulpo de tentáculos con vidrios cortantes. Miro los alrededores. Las últimas imágenes de URCA. La prefeitura, el paredón que cerca la calle al Pan de azúcar y la bahía innmensa y derramada entre montañas, mientras el bondinho del Pan de azúcar asciende, allá, lejos. La visión se vuelve nublosa y mientras muero, como muere este viaje, me dejo arrastrar sobre un asiento a la partida.

ÚLTIMOS MINUTOS

Doy vueltas en el departamento como un gato en una bolsa de conejos. El pasaporte, la denuncia del documento y la mierda de la tarjeta de embarque que nunca apareció y me voy a tener que hacer cargo del viaje y la concha de la lora y el sobrepeso y todo el quilombo del semáforo y esta mochila de mierda que pesa más que mi gordura adelgazada. Quiero explotar, salir, volar y, cuando me doy cuenta, no. Quiero quedarme. En este departamento, en esta vida burguesa de dos meses. Toda la vida así. Pero no. Tengo que volver. Quiero estar allá, también. Y ya me doy cuenta de que otra vez soy dos. En dos lugares, con la necesidad de estar en ambos al mismo tiempo. En realidad, ahora son tres: Rosario-Leones-Rio. Quisiera estar en los tres. Que mi espacio sea los tres. No abandonar los morros, ni estar pared, ni ese cuadro con corazones en el living. Nada. Pero no es posible. Y suena el portero y me fala el Taxi. Y cierro la puerta y le digo Chau, departamento, chau. Te voy a extrañar en mi tarro de conservas. Y doy dos vueltas de llave abajo y cuatro arriba y ya no veo nada más y me quedo con la última imagen de un pajarito de alas abiertas colgado de un hilo, al costado de unas cortinas con las que tapé el morro para que no me retenga.

martes, 11 de noviembre de 2008

SILVIA

Nunca lo dije. Porque ella leía el blog y no quería hacerla sentir más mal de lo que estaba. Hoy la operaron de un tumor en la médula o en las vértebras, entre el cerebelo y la columna. Se lo diagnosticaron hace un mes, a la semana de lo de Guille. Me sigue la muerte; ya es obvio. Pero esta vez, Silvia la vence a ella con sus superpoderes cariocas. En la cirugía, sale todo otimo y su mamá me dice que está contenta del otro lado del teléfono. Mis dedos y mi cabeza sienten ganas de derramar su mar en la bahía y correr y festejar . Pero prefiero la tranquilidad de saberla bien a ella y me quedo callado, mirando el morro, del otro lado de la ventana.

DESPEDIDA V





Quisiera que todos pudieran vivir las luces que explotan pequeñitas y titilantes y multiplicadas en las pupilas para hacer perceptible el infinito. Pero sé que eso no puede ser; porque sólo es posible para privilegiados. Y yo, en este momento, acá arriba de las luces, soy un privilegiado y soy feliz y me doy asco.

DESPEDIDA IV










Pasado mañana voy a volver y este blog ya no existirá o dejará de ser experiencia. En un avión como ese que pasa, al costado del cuerpo y rasura con viento las olas, abajo, voy a volver. Otra vez acostumbrarme a la realidad que sigo por TN. Un Gobierno boicoteado por recetas neoliberales y una oposición irresponsable que no trabaja para construir un país, sino para destruirlo. Y la gente que se prende a la realidad inventada. Y el Gobierno que tira manotazos de ahogado para conseguir el dinero de donde sea para pagar la deuda y con el cual sostener un modelo que los argentinos rechazan, porque les gusta rechazar. Tenemos lo que nos merecemos o provocamos: Malvinas, los militares, Menem, el 2001 y, ahora, la destrucción de una oportunidad histórica. Argentina no es como Rio: los cariocas no le dan ni cinco de pelotas a la política. Sonríen y aceptan todo. Son lo opuesto a nuestro país, en el que se critica y se destruye todo. Sin embargo, los resultados son idénticos: un capitalismo globalizado por los flujos del mercado que avanza y hace avanzar, con su paso, las favelas y las villas miseria. A esa realidad vuelvo; si alguna vez salí.

DESPEDIDAS III





Los barcos forman círculos de redes de pescar. Al costado de URCA. Cae la noche bajo nubes negras. Leo a Mike Davis y, a lo lejos, se encienden las luces de todas las favelas.

DESPEDIDAS II


Me ataca un impulso fotográfico. Llevarme URCA, el Pan de azúcar, Rio en imágenes. El poder de la imagen. Como si me fijara un recuerdo en un sentido básico. La vista. Pero no el gusto, de esta minitorta, por ejemplo, acá. Ni los ruidos de los idiomas mezclados o el viento que sacude el bondinho o me envuelve en esta mesa. Acá. Arriba. No importa. Algún día se va a inventar una máquina de los revivir recuerdos, una del tiempo, y volveré y borraré cada palabra para volver a escribirla.

DESPEDIDAS I

Cada uno cierra de maneras diferentes. El Niño Campeche tuvo su ataque de ansiedad o la necesidad de volver a hacerlo todo en un día. Desde el lunes, come y re prueba todos los sabores. Va al bar da URCA, donde comió el Bombón chocolate con Fabián; pero no lo encuentra. Seguirá siendo todo un misterio o una desaparición ese postre. A Ipanema, al bar donde se comen tortas enfrente de una plaza cercada por barrotes de hierro. Y de ahí, a la Travessa y compra los libros que le faltaban. Y después, vuelve a URCA y se clava dos salgados en la loja Laguna. Y no lo puede evitar. Necesita subir al Pan de Azúcar, por tercera vez. Tiene, tengo que saciarme, hartarme de Rio, como si fuera la última vez que vengo. En realidad, lo es; todavía no entiendo cómo llegó acá. Él, un Niño Campeche en un viaje internacional; mientras sus viejos y amigos y los otros, del barrio, allá en el campo... ¿Tanta plata da la literatura después de todo? Eso no dicen las biografías. Es un detalle que siempre se oculta. O algo nos pedimos de la historia o alguien insiste en mentirnos en pos de andá a saber qué fines.

sábado, 8 de noviembre de 2008

PARANOIA II: LAS MALETAS

Los primeros síntomas de la locura comienzan cuando veo las fotos de la cantidad de cosas que compré y las dimensiones de la valija. Mierda. No sé dónde voy a meter todo eso, más los libros, más las fotocopias. Odio. No voy a sobrevivir de los nervios. Plancharé todo hasta dejarlo finito. Pienso dejar las zapatillas baratas. Armo improvisadamente el bolso y las malas. Aparentemente, va a entrar todo. Pero Mariana me dice que le hicieron pasar cosas del bolso a la valija. Eso será imposible porque no voy a tener resquicio en la valija. Ay, concha, creo que no vou a soportar a presao de tudo esto.

CAFÉ COLOMBO

El Niño está tan cargado y agotado de caminar, que no doy más del hambre. Regreso a Uruguaiana y cuando estoy en ella, agarro rumbo a Cinelandia. Los edificios sobrevuelan la visión altos, altísimos y cuadriculados. Meto todo en la mochila. Para que no vean tantas bolsas. Nunca llevé tanto peso en una mochila de explorador obeso adelgazado, insisto. Lojas de sucos por todos lados. Pero no quiero un salgado. Quiero comer algo relativamente sano. Y nada de esa mierda de arroz que ya me tiene podrido. Con todas sus calorías al pedo. Me acuerdo del Café Colombo que no conozco. Pero no lo veo en ningún lado. Ahí, al barrendero, el Niño va y le pregunta. Disculpe a onde está o café Colombo? Você tem que ir por aquela rua y na frente, , é o Colombo. Muito brigado. Naaadda. Y voy por una rua de piedritas brancas. La demencia del hambre me ataca. Está todo feichado. No debe haber ni el loro. Pero no. Ahí, entre una callecita más, está el Colombo. Imponente. Un interior de espejos gigantes enmarcados con madera en motivos ¿barrocos? No estoy seguro. Pero sí de los cerámicos portugueses de las paredes. Impresionante. Tanto lujo imperial concentrado. Y los garcones con camisitas naranjas y la recepcionista. Pero debe costar un ojo de la cara comer acá. Así que doy uma olhada ás sobremesas y salgo, depois vou voltar. Vuelvo en dirección a Uruguaiana. Me frena dos desesperados garcones con cardapios da cores na rua. Veo ensaladas y paso. Adentro ya estoy y la salada crocante es lo más. Abro la primera página de 29,99 reais, de Beigbeder y dice que ese libro lo escribe para que lo despidan y pueda cobrar la indemnización. Lloro. Por fin la literatura vuelve a servir para algo y a interferir en la realidad. A Beigbeder lo echaron de su agencia publicitaria cuando sacó el libro. Eso lo supe por una nota en Internet. Nada más eficaz que la literatura para intervenir en el mundo. Su poder sigue siendo, en plena sociedad de consumo, el del mayor recurso que tiene el hombre para actuar y hacer dinero, o cobrar la indemnización, obvio -y digo esto para ser polémico y que vos te enojes. Salgo y vuelvo al Colombo. Sigo leyendo. Los espejos desfiguran mi sonrisa y mis lágrimas en cada palabra que avanzo. No puedo parar. Y el garcon me trae un Capuccino colombo y una fatia de torta Bombón (lástima que no es el bombón chocolate).
Lo dulce se mete en la lengua, mientras varias parejitas gays se sacan fotos abrazados entre los cristales y las mesas de mármol, con sus remeritas rosas -que, lo digo, me compré en uruguaiana yo también; lo peor es quedar afuera de los estereotipos de la moda, a veces. La lengua se endulza y habla y lee en portugués. La sensación no puede ser más intensa. Creo que soy, banal y frívolamente, feliz -sobre todo, porque no compré una bermuda estampada con la Rosiña porque ya me parecía demasiado ya y, además, creo que no comprarla sería para muchos un gesto verdadera e intensamente político. No para mí. No la compro porque no quiero llevar más pobreza en el cuerpo.

URUGUAIANA


Lo que sigue pone en evidencia mi descontrol con el débito; pero es inevitable. Había esquivado Uruguaiana desde que vino Fabián y después, cuando fue Mariana con el grupo de Las locas. No sé, ahora que lo pienso, si no lo hice a propósito. Para que nadie me pusiera límites a las posibilidades de compra. Esto es el universo. El capitalismo concentrado en un punto. Un Aleph del consumo. No paro. Empiezo a caminar a las 11:30 de la mañana. No se puede describir. Calles y calles y Tiendas amontonadas, techadas con lonas y chapas desplegando todos los colores y sonidos y músicas y micrófonos que anuncian descuentos y muchachas que quitan los micrófonos y se ponen a bailar. En las veredas o adentro de esa especie de terminal en pleno centro que se divide en lojas y más lojas adentro, por corredores finitos y apretados. Tengo miedo de que me roben. Pero no va a pasar nada y sigo, sobre todo, porque tengo el poder de la tarjeta en mis manos. Mi lucecita. La única esperanza de redención que me queda. Y camino. Sí, me gustan. Una para mí y otra para Fabián. A 30 reales las dos. Y tantas bermudas. Unas con los Simpson. Pero si me las pongo, si se las compra, se va a acentuar aún más su carácter de Niño y sería redundante. Sigue. Esa con los tréboles. Se la hace rebajar de 30 a 20 reales. Perfecto. Adentro. Ay, pero mirá qué lindos vestidos. La concha de la lora, si pudiera usarlos. Y aquéllos. No pueden ser tan baratos. 7,99 reales. Tres. Dos para sus hermanas y uno para Caro, que le cubrió todos los trabajos posibles. Y la gente ahora pasa por calles proyectadas al infinito, con color y toldos y micrófonos y mercadería desparramada y alfombrando el espacio hasta llenarlo, sin posibilidad de vacío. Mirá que lindo pareo. Para Sonia. Negro y morado como a ella le gusta. ¿Y ese capri allá enfrente? Es mío. 60 reales. Carito; pero es mío. Lo llevo. ¿Com débito pode ser, ? Pode. Y adentro. Las joyas tapizan las vitrinas. Entro a ver si hay algo interesante. Puras baratijas. Horrible. Más vestidos y una remera a 5 reales. Es mía. Adentro. Y los anteojos para Fabián. Todo, todo es mío. Lo quiero para mí y no puedo por el peso del avión, si no me quemo el sueldo en esta Tierra prometida que Gracias Dios nos diste con Obama al mando. Son las tres de la tarde. Cómo pasa el tiempo!

SEBOS

El Niño agarra el 107 y sale. Es un día de nubes blancas bajo un sol que atraviesa los árboles multiplicados por la Bahía. El mar está perceptible. No gris ni oculto como de costumbre. Y pasamos por Laranjeiras, Flamengo, Gloria, Lapa y ahora, ahí enfrente, el reloj que queda en la cuadra de Cinelandia. El niño me pongo de pie y agarra el cablecito del timbre y lo tiro hasta que le taladra los oídos al motorista. Me deja en el costado y cruza la calle. Con su mochilita de explorador obeso adelgazado. Mira en todas las direcciones. Un pibe viene adelante y al lado una loca que habla sola. La esquiva. No sea que se le pegue otra más. Y le mete pata. Llega a la vereda de Cinelandia y a la calle del teatro. Avanza dos cuadras y ve, adelante, los arcos de Lapa elevarse y tapar el cielo ahora despejado. La concha de la lora, me equivoqué. Y de vuelta para el teatro. Entonces, era la otra calle, una más. Y sigue. Dobla por la otra calle y sí, allá ve la Rua uruguaiana. Se mete. Y vuelve a doblar por Largo do carioca. Innúmeros puestos de bolsos (ahí había visto baratos y el otro día no se acordaba de decirle a Mariana: ahora que los ve, sabe que era ahí. Tiene que ir a la rua Tiradentes. Va a buscar un sebo. No, tarados, no es una bola de grasa. Es una especie de librería de usados. Así se llaman. La noche anterior, vio que la Livraria Sao José tinha um livro que ele procuraba desde medio ano na argentina e nao estava. 99 francos, o euros o, traducido al portugués, 29,99 reales. Genial apuesta de Beigbeder para marcar el carácter de mercancía del livro. Llega a la rua Tiradentes. Del 2 al 20. Entonces, la livraria debe estar en la otra cuadra. Al 85 como decía estante virtual. Y no. Cuando llega al final, empieza otra cuadra con otro nombre. La concha. Mira cada cartel en las cuatro esquinas. Ninguno más dice Praca Tiradentes. Estoy más confuso que De la Rúa. Entonces, le va a preguntar al señor del puestito de revistas. Todas porno, por cierto. El hombre barriga acomoda dvds pornos de hombres y mujeres en las posiciones más nostálgicas -al menos desde hace un mes y medio nostálgicas. Disculpa, estou procrando a rua Tiradentes numero oitenta e cinco, vc sabe a onde está? Na frente. Y me doy cuenta: La rua Tiradentes es las cuatro ruas que rodean la plaza. Camino. Cruzo por la Rua das pu(tas) y veo el cartelito del Sebo. Ahí empieza el primer episodio de vicioso del día. No paro de comprar libros: Beigbeder, Chico Buarque, Silvano Santiago, Graciliano Ramos. Estou maluco, no sé como voy a llevar todo esto en el avión. Un delirio. Pero se siente tan bien poder comprar.

AGUA

Volvió el agua a las tres de la mañana. El olor en el departamento era el de un basural a cielo abierto, así que el Niño Campeche tocó el botón y dejó que los olores se tragasen por el inodoro. Era imposible entrar al baño. Pero lo hizo. Y la noche quedó clara, en un segundo y con el olor del agua, mientras se lavaba los dientes para que estén pulidos y listos para una nueva batalla.

viernes, 7 de noviembre de 2008

LA NIVO ESCRIBE




El niño Juan Pantaleón Avilés de Luna Alvarado
1808 – óleo sobre tela – 70,2 x 66,2 cm
Autoria de: JOSÉ CAMPECHE

Quizás ya la tengas, por las dudas te la mando. Estabas triste ese día, niño.
Mañana te pensaba invitar a ver algo de danza, vamos con Mariana (la presente), te llamo al mediodía para ponernos de acuerdo.
Muuuuuy bueno el blog. Tenés mucho respeto por los pormenores y un gran sentido de la derrota, que siempre produce efectos risueños.
Algo que extraño de Manolo (mi ex-compañero, estuvimos 10 años juntos) es ese sentido. Lo exploraba de otra manera, pero era connatural a él. Y me hacía reír mucho, siempre estaba a punto de explotar de la risa. Él me bautizó 'la nivo', y sólo algunos amigos me llaman así. Me alegra que tomaras mi rebautismo y que fueras amable con mis empanadas y con nuestra ilusión-sorpresa. Me alegra también que nos hayas salvado de nuestro mundo de fantasía y hayas convidado a las sombras al festín. Besos, nos vemos, que descanses

El regalito de Nidia

Vuelvo de clases. Abro la puerta y un olor rancio me tumba. Corro las ventanas de par en par. Un alivio. Me voy al baño. Desde Botafogo que no aguanto y me hago. Me duele la panza. No doy más. Y corro. Levanto la tapa y me tumba el olor hacia atrás. Flotantes trozos de mierda en el fondo del vaso. Esta mañana yo no fui. Nidia. ¿Pero cómo no va a tirar la cadena? Contengo la arcada y aprieto, ciego, el botón de la cadena. Ni una gota de agua. Me desespero. El dolor sigue adentro y con los nervios aumentados. Pero no me siento ni en pedo. Un asco el olor y eso. Giro todas las canillas. Ni una sola gota. Esto es la pesadilla. No lo puedo creer. Pero es. Y corro por el departamento, frotando, contriñendo el abdomen. Se alivia. En la pieza, un papelito. Dice, textualmente:
"Cristian, peco disculpas. Usei o vaso, quando fui dar descarga está sem agua.
Por favor, disculpas.
Nidia."
Entonces, del dolor paso a la carcajada. No aguanto la risa y me la imagino a la pobre Nidia desesperada por un poco de agua para que no quede eso que quedó. Pobre. Pero igual, me cagó la noche. Ahora, mientras escribo, el olor del baño inunda el departamento. Todo Rio está sin agua porque están desinfectando las piletas, según me comenta Marina, la mae da Silvia, por telefono, cuando la llamo desesperado porque miren si se rompió algo o cortaron el agua y tengo que permanecer hasta el jueves con el regalito de Nidia. Me muero. Pero no. Mañana, aparentemente, vuelve el agua. Pero de todos modos, el baño queda clausurado. No se puede entrar. Me río en la noche de fragancias ácidas, mientras espero que el agua corra aunque sea por milagro, para dormir tranquilo.
PD: Corroboro dos cosas: 1-Nidia es de buen comer. 2- No hay palabras en estas situaciones que puedan agregar algo más que la obviedad.

Jueves. Sozinho

Me quedé solo. Mariana acaba de irse. Me hubiera metido en su valija y listo. Pero no. Para algo me pagan. Únicamente silencio. Nada más ahora. Y Silvia que me habla y Fabián que me dice que no estoy solo, que él está del otro lado de la pantalla. Lo único que quiero es acostarme a dormir.

JUEVES. PROCURAR A DENUNCIA

Caminé por la mañana de Botafogo y otra vez a la delegacia. Me dieron la denuncia, firmada. Acá está. Y en mis manos. Espero que no me hagan ningún tipo de problema en el aeropuerto. Entonces, los veo. En un lugar, los nombres de mi mamá y de mi papá. Es fuerte la percepción: pero es la primera vez que salen de Leones y quedan escritos tan lejos.

MIERCOLES A LO ASTUTTI

Así es. Me la paso comiendo. Rio me destruyó la dieta. Pero por suerte no engordo. Y ahora, acá, pedimos una pizza. Estamos con la Niña Viterbo que habla sin parar de las cosas más inconexas y más raras del ser humano. Me entero que vivió en Cañada de Gomez. Y que también lidió con Los mirá si se enteran y Me vas a dejar mal. Me dice que soy un rencoroso con eso, porque le cuento el proyecto malicioso de festejar mi unión civil en Leones, en una Fiesta enorme, en medio de la calle. Me divierte. No lo entiende. Me divertiría y me daría mucha risa verlos destruirme y darles un chisme del cual hablar, alimentarles la cabeza, meterme en ellas y ser, como dice Maradona, importante por un rato. Un antes y un después. Molina es puto, ¿viste? Y entonces, sería el Puto Molina, para la historia. La pizza es rica. Pero ahora ya no como eso, sino que me tomo un helado. Delicioso. Profundo. Así es. Y ella no para un segundo de hablar. Ahí, en ese momento, me pregunta qué hago en un proyecto de literatura y mercado en en latinoamérica, si estoy en Literatura francesa. Comprendo todos los matices de la pregunta y sólo me hago el desentendido y respondo con la verdad: me gusta la literatura y no una Nación. Adriana es la que pincha y dice lo que el grupo no pregunta ni me dice. Pero respondo, sonrío y, como dice Caro, muestro todos los dientes.

Martes. Despedida de Mariana.

Hace dos días que las chicas me piden que trate de convencer a Mariana para que el martes a la noche vaya hasta su casa, porque le van a hacer una despedida. Pero no hay caso. La llama a Adriana y queda en irse a cenar con ella. ¿Qué mierda hago? Acabo de comprar un vodka y dos cocas para la cena. Las puse en la mochila sin que ella se diera cuenta. ¿Pero cómo carajo la llevo? Le tengo que contar todo y después llamar a Adriana e invitarla, tal y como las malucas de La Nivo y la Denisse me pidieron. Y le digo que no puede ir con Adriana porque las chicas le prepararon una despedida sorpresa que ahora deja de ser sorpresa; pero que no se la podemos arruinar con todas las pilas que le pusieron. Que no importa, yo me hago cargo para decirles que te tuve que decir. No. Yo me arreglo para hacerme la sorprendida. Y así es. Llegamos y Mariana se hace la ayyyyyyy, gracias, no lo puedo creer. Ni yo tampoco. Obvio que no digo nada. Y veo la superproducción. La Nivo se cocinó el mundo. E hizo empanadas en pleno Brasil! Y todos las comen como si fueran la gran cosa. Yo detesto las empanadas (y no por un gusto burgués: al contrario, de tan campeche, demasiado, porque para terminar la carrera en plena crisis del 2001, el Niño capenche tenía que salir a vender empanadas con su bicicletita descascarada por Leones para hacer la plata de la semana -50 o 70 pesos-; todos los fines de semana viajaba y terminaba a las once de la noche, con su aroma y grasa en las narices); sin embargo, estas están ricas, mucho (por lo menos, no tienen pasas de uva). Y Denisse pela unos tomates con receta de la abuela que nos hacen morder las lenguas. Y la cerveja y la caipirinha denissesca y los licores y el pucho en el balcón y los chismes y las puteadas y las risas y las charlas. La noche nos pasa, mientras le decimos chau a Mariana que todavía se hace la sorprendida.

Martes. Barra das Tijucas

Otro día de estrés. No termino con el artículo sobre literatura y mercado. Complicado salir de la denegación, sin caer en la idolatría de la mercancía. Tal vez, imposible. No sé. Pero Cucurto mercantiliza la literatura y liter

aturiza el mercado. ¿Y eso hace algo por el mundo? Tal vez -y sólo tal vez- que la literatura pueda seguir existiendo en una lógica de mercado. MMM. Me duele la cabeza. Mariana parece una leona enjaulada porque ya se acerca la partida. El jueves se va y yo, no. La soledad se comerá hasta el morro y únicamente va a quedar el vacío. Mas vacío de lo que ya estoy. Trato de ser indiferente a su proceso, porque no quiero que acreciente mi angustia. Soy frío. Evito. La evito y evito pensar que se va. Y en esos momentos, me invita a Barra das Tijucas. Por la novela que vimos la noche anterior; estoy seguro. Sí, porque ya con Sandra no pudimos ir y ella quería. Y como anoche vimos un culebrón brasileño que mostraba Barra y le encantó, ahora me pide ir, para quemar el tiempo. Y yo no sé. Pero estoy harto de este trabajo y , sí, que se vaya todo al carajo. Me voy a barra das Tijucas.



Nos metemos al metró. Esta vez, le digo que no me haga cometer un delito y me mande al vagón de las muejeres. Y no, aunque confieso que no me molesta en absoluto, ir en él o hacer mierda una regla tan absurda. Pero mejor vamos donde van las personas integradas y no los ghetos. Y ya está. Ahora, subimos en Copacabana al metronibus. Nos lleva por la Costa, pasamos por Ipanema, Leblón y ahora, parece, se termina la tierra con un morro que nos va a hacer estampar y destruir. Pero no. Hay un túnel. Y seguimos por el costado. Playas. Enormes. Y arena y celeste. Y otro morro y entonces, la favela que se derrama por montañas con flores y verdes, muchos verdes y un solo tipo de flor lila, debajo del blanco y azul de arriba. Y autopistas que se curvan y se elevan y bajan, con torres y sobre la tierra y al costado del mar. La Rosiña. Impresiona. Porque es hermosa. Increíble. La belleza en la pobreza. Un aura de favelas. La belleza en la pobreza que, en el fondo, creeríamos que es horrible y no; eso es sólo un clisé. Las casitas de colores apiladas y como morros de cuadritos de colores. No es igual a las del aeropuerto. No. No parecen ruinas. Son un cuadro de colores. Y Otro túnel. Y la playa blanca, debajo de una autopista que parece flotar en la floresta. Y curvas y contracurvas y un paisaje donde lo urbano y la naturaleza están fusionados, sin límites y el corazón a mil. Una sensación en el pecho hasta las lágrimas, que no van a salir, no. Pero que se derraman adentro. Las siento. Ahí, en ese panorama. Y cuando el último túnel es cruzado, ya no son lágrimas; es un mar de cosas que golpea y no sabe por dónde salir. Me acomodo en el asiento. Ya no tengo posición. No me entra el paisaje en el cuerpo o, al revés, el cuerpo quiere ir a parar en el paisaje. No sé. Allá, enfrente y abajo de la autopista, un turquesa intenso se mete entre edificios y chalets; el mar nos pasa por abajo y deja aflorar sólo parches de pequeñas islitas con chalets de los colores más intensos del universo. Jardim oceânico, dice el cartel, ahí, a la derecha. Una ciudad sobre el mar, turquesa. Y la autopista por el costado. No sé qué hacer; porque el cuerpo va a explotar o me va a tirar afuera de las ventanillas. Me veo, molida la carne con los vidrios. Pero no. Voy a aguantar. Sobre todo, porque llegamos a un ponto de onibus y bajamos. Esto es una ciudad aparte. Un country ciudad, con edificios bajos y caros, carísimos. Se nota. Y se parece a Alberdi. Pero con más dinero. La playa, una arena blanca extendida al fin del mundo. Y allá, en el fondo, un Miami en miniatura. Da asco tanta belleza para tanto new rich. La estatua de la Libertad se yergue frente a un shopping y lo arruina todo.

lunes, 3 de noviembre de 2008

DENUNCIA II

Mi portugués me salva. Fluido. Como un hablante nativo. Eu tento de explicar que perdi meu documento nacional de identidade e tenho que fazer a denuncia pra poder voltar a Argentina. La mina re bien. Primero no sabe si la puedo hacer ahí. Seu nome. Cristian Molina. O enderezo no Rio. Rua Ramon Franco 78. CPF. Nao sei. Y o nome de seu pae y sua mae. Y me acuerdo de ellos y del asado que me espera y quiero volverme ya. Pero nao. Você vai ter que aguardar três dias para retirar a denuncia, porque tem que ser autorizada. Nossa! Três dias? Eu viajo na proxima semana, voce acredita que em tres dias tudo vai estar terminado, ne. E. Y bueno, salgo de la comisaría, con los hombros agachados, mientras la mujer se ríe y me dice voce nao salga com seu passaporte agora, favor. Y llego a la esquina y la transpiración y la ansiedad es tan grande que me como, sin pausa, una torta con todo el azúcar y el chocolate de este país.

DENUNCIA I

Hoy es el día. El Niño Campeche sale a la rua Bambina. A la 13 delegacia policial. Sí. En unos minutos más, lo veremos extender su brazo y su dedo y parará el onibus y se subirá a él. Todos los miedos en el asiento de al lado. ¿Y si no lo reconocen? ¿Y si ya nadie puede acreditar que ese de la foto es ese que está ahí, de frente, parado frente al mostrador del policía y deciden meterlo en una piecita con malandros de una cárcel brasilera? Húmeda pieza y descascarada, por cierto, con todos los olores concentrados. Y se acurrucará, hasta que alguien lo recuerde y pueda dar crédito de que ese de la foto del pasaporte y el que está ahí, tembando del pánico, son la misma persona. No sabe si va a volver; pero de todas forma, ya mismo, apagará la máquina y extenderá su pulgar para que el onibus lo lleve al riesgo.

SAMBA

Es sábado. Y el Niño Campeche decide sumarse a la Banda de las Locas (o sea: Mariana, Denisse y La Nivo). Está podrido de tanto leer y estuvo con Cucurto todo el día y acá encima no hay cumbia, que si no... Pero bueno. Prefiere sumarse a la Banda de las Locas y sale con una de ellas a pegar el onibus. El 107 viene y suben y bajan, en una ráfaga -o eso cree: porque el cerebro le ha quedado tan achicharrado que ya no percibe- en Botafogo. Y no hay forma, che. Parece que Denisse se foi embora y no está en el departamento. El señor de Los conmutadores nos dice que nadie atiende el portero. Y ya se ve, alicaído, voltando pra Urca, y otra vez frente a la pantallita. O a los libros. De ninguna manera. Voy, se los juro, voy y me como todas las tortas en el bar de la esquina y habré hecho la peor maldad al comunismo, consumiéndome capitalistamente todos los postres hasta acumularlos en mis estómago. Es que la ansiedad, desde que se acerca la hora, me atacó de golpe y me obliga a comerme hasta el aire. Lo extraño es que no engordo, sino que bajo. Dicen que por los nervios. No sé. Sólo ceo que ahora el Niño y una de las locas sube con El Señor de los conmutadores -parecido a Larguirucho, por cierto; y hasta se ríe como él- por el ascensor. Cuando llegamos al primer piso, el piyamas de la cara de La Nivo sale de la porta y se caga de risa. Otra Loca. Sí, literalmente, si ustedes quieren la escena más grotesca. Porque se quedaron dormidas, dicen: perdón, falam; en portugués no se usa el verbo decir en estos casos. Y nos abren la puerta y entro a un departamento que quisiera tener y no tengo -ni tendrá, dada su condición de Campeche. Denisse se maquilla el sueño y la almohada se le cae por las costillas y La Nivo sonríe y sonríe, hasta hacerme dudar si no le va a dar un ataque o no le va a faltar el aire. Pero no. Y después de que Denisse agarra La Puta Vieja -una carterita roja setentosa- salimos. Nos pegamos un onibus. Y ahí vamos, por el costado del mar y entre los edificios. Ahora, una venida ancha que se parte en dos la noche. Y las miradas fugadas por las ventanillas. A toda marcha. Hasta que llegamos a la Praca Mauá. Y unos lugares de puertas abiertas e interiores intensos se venden en la vereda. Es la única luz de los alrededores derruidos, pasados por una especie de guerra que no termina, porque nunca comenzó, sino que está latente. Y el silencio profundo de una noche de callejón. Entramos a uno -ya no recuerdo el nombre. Porque todo es imagen. Un techo altísimo de maderas con arañas enormes de madera, coloniales, por cierto. Y las paredes y los pizos con cerámicos portugueses diseminados que rompen y cuadriculan la vista y el cuerpo y te pierden, así como así, sin que te des cuenta, en la intensidad de una música que vibra y nace de las paredes. Al final, unas escaleras que se multiplican en escaleras, como si ascendieran en una montaña o en una favela en la montaña a tarvés de plataformas o mesetas. Lleno de gente. Y de colores. Es la samba, que ya empieza a temblar, en la lengua, en los pies, en los ojos. No hay lugar y subimos al final de la montaña-taberna. Un paticito abierto -parecido a la ex Samoa disco de Leones- lleno de helechos y atapialado. Un morocho nos atiende y le sonríe a una de Las locas. El Niño Campeche lo caza al vuelo. Sabe de esos códigos de miradas lascivas. Pura libido derrochada en el aire. Y se ríe, mientras el mozo pasa por el frente y, ahora más descarado, le larga una sonrisita a la misma Loca. Y ellas se cagan de risa. Y él también. Peor: lo hace a propósito. Le pide carne. Y al rato, uma batida de coco. Y al rato, un Cuba libre. Y ya la tensión entre Las Locas y el muchacho se agranda. Así que bajan y la samba los somete a una rotura de vasos que se deploman y desintegran en el piso y a los cuerpos y a una especie de Marixa Bali de 65 años que tiene cara de pescadito -como todas las que se cirugían- y que le guiña el ojo a hombre que pasa o se le cuelga al mozo, con su vestido amarillo y sus plataformas de veinte centímetros y casi lo tumba. Los cuerpos no paran, ¿por que lo va a hacer Marixa, con sus caderas intermitentes? La samba, menos. Y siguen las cervezas y los drinks y una torta que quieren comer; pero que no. Y el chico gay que cumple los años y trajo a todas sus amigas -varones y mujeres- a la fiesta. La mezcla es absoluta. No hay posibilidad de cliché; todo termina sometido a la perversión de la diferencia y él baila, baila, baila -como Mercedes Gomez-, hasta ser casi feliz en su borrachera-porque le falta alguien.