sábado, 22 de noviembre de 2008

lunes, 17 de noviembre de 2008

LLEGADA DEFINITIVA

Esto fue el regreso al Rio sin morros ni mar. O a este espacio hecho de tres lugares que ya no puedo descifrar por separado. Hay idiomas y voces extrañas, raras, pero son las mismas o parecen las mismas, también. Qué sé yo. El auto está sobre la ruta. Atrás, Leones, adelante, Rosario y, si sigo, Rio. No sé qué decir ni si me dejó o no algo, esta experiencia que, ahora, sobre la ruta con eucaliptos, termina. Tal vez, sí. La posibilidad de ser todos, en una breve brecha de tiempo. El Cempeche, el burgués, el villero. Los tres, en un mismo mundo que fulguro, por fuera de la ventanilla, mientras termino de llegar a un punto que, solo ahora, o desde hace pocos días, sé que nunca dejé.

domingo, 16 de noviembre de 2008

Mañana de domingo

Leones me agotó. Agarro mi bicicletita, después de la borrachera de anoche, y salgo para la casa de mi hermana. Quisiera volver anoche; a la goma que se pincha en la ruta y por la cual no pudimos llegara a Noetinger y tuvimos que volver, con los chicos, a Leones y nos quedamos, a bailar en una disco en la que estábamos nosotros y nadie más. Por herejía: los leoneneses no nos quedamos ni locos un fin de semana en nuestra ciudad. Pero no esta vez. Y menos ahora; estoy acá, yendo a lo de mi hermana, a ver si me da ropa para el Nahuel, que está de mi abuela, porque, parece, le dieron la tenencia. Y me entero que mi hermana está embrarazada de nuevo y que están intentando sacarle la tenencia del otro nene y que lo quieren llevar a mi casa, para que lo críe mi mamá y mi papá. Voy. Le llevo en el bolsillo un recuerdo de Buzios. Frívolo, en medio de este desastre. Pero la frivolidad es necesaria, si no, lo único que queda en medio de esta impotencia, es el suicidio o la depresión. Y soy frívolo y bailo, borracho, con Fabián y Mariana y el Bepa y el Favio y la Edith, en plena disco, borrachos y solos, los cinco, mientras los policías se nos cagan de risa de las pelotudeces que hacemos. Sin nadie más en la pista. Pero abro los ojos y no, estoy en la calle de mi hermana, en pleno pedaleo. Y ahora, le toco la puerta y sale y le pido lo que le tengo que pedir. Y me hace señas para que me calle, porque Torofo duerme y que no nos escuche, porque no quiere que nos dé nada por hacer quilombos, que si lo quieren al chico, que lo críen ellos y le compren ropa. No digo nada, para evitar el Apocalipsis. Saca unos trapitos y unas zapatillas rotas de la pieza y me las da hechas un boyo. Mi otro sobrino juega a la pelota en la calle, embarrado y mugriento, con los mocos que le caen por el cuello. Salgo, después de darle la tortuguita que dice Buzios. Y llego de la nona y le dejo la ropa del nene, que juega y juega y no para. Se ríe. Le doy un beso y me voy. Esta parte de Rio, nunca me gustó.

SIGUE EL QUILOMBO

Ya me quiero volver a Rio. Aunque, ¿salí? Ayer, cuando volvía de correr, me encuentro a mi hermana. Me cuenta su versión. Que ella le pegó al nene, no el Torofo, como dicen, y lo hizo porque estaba insoportable. Me quedo mudo. ¿Se justifica que ella, porque era la madre le pegue, y no el otro, en un "ataque de nervios"? Insinúo, conteniéndome y diplomático, que quiera o no, legal y humanamente, eso le hace mal al pibe. Que más allá de todo este puterío, están ellos en el medio, mis sobrinos, sus hijos. Me dice que no da más y que los Otros -una otredad sin referencia basada un real diferencia- arman todo el quilombo porque no se aguantan que ella haya vuelto a trabajar en el bulín y, por eso, la gente de mierda de este pueblo, arma puterío. Le digo que no mezcle las cosas, casi al borde de morderla. Que en eso tiene razón; pero que ella elige eso y sabe cómo son las cosas en "ese pueblo de mierda" con "gente de mierda", de la que ella y yo, formamos parte, quiera o no. Y que eso no tiene nada que ver con las marcas del Nahuel. Me congelo, no sé si por el frío que se levanta y me seca la transpiración, ahí, en medio de la calle salitrosa y enfrente del boliche de donde se oyen las miradas y risas de todos los borrachos, o porque efectivamente el cuerpo enfría una respuesta que puede ser insoportable. Y no sabe qué ni cómo reaccionar ante ese cuerpo de una misma máquina, tan golpeado y lleno de quemaduras por el mismo dolor de la infancia. No sabe cómo reaccionar, incluso, cree hasta que la comprende en algún punto, endeble, ahí, en medio de la calle y recuperándose de una cirugía de cuerpo entero, después de que una "puta" la prendiera fuego por robarle los clientes. La impotencia es tan grande, que Rio desaparece, el mundo de Rio, desaparece; o no, se vuelve más real, como si eso no pasara ahí, si no en el medio de una de las favelas, a las que allá no quiso entrar, porque ya las conocía.

sábado, 15 de noviembre de 2008

QUILOMBO

Después, viene la otra noticia, mientras mira el asado que el Padre Campeche del Niño campeche cocina en el patio. Su hermana -la que dice que cuando era chica su papá la violó-, desfiguró a golpes a uno de sus sobrinos y se desató el conventillo y el quilombo. Por puta, por trabajar en el bulín de Gral. Roca y andar con ese drogado-villero de Villa María, dicen, le destruye la vida a sus hijos. Yo sé que, si mi papá la violó como dice, no hace más que reproducir la forma de amor que le enseñaron: destruir la vida de sus hijos. Por suerte, piensa, no va a tener los suyos; pero sus sobrinos ya existen y eso le rompe la cabeza con la impotencia de las circunstancias y todos los sufrimientos que él conoce y sabe que están pasando. La cuestión es que una maestra de primario, le encontró una marca en el cuello a su sobrino y le dijo a su abuela que mirase lo que tenía. Nahuel, apenas la Nona María le miró la marca -de un cinto o una soga- alrededor del "cogote", empezó a interrogarlo y a aguijonearlo para que le contase qué había pasado. "Torofo", el "villero drogado", "me pegó". Y eso desató el quilombo, sobre todo, cuando le sacaron la remera y le bajaron el pantalón y le vieron todas las marcas que tenía. El Sodero, tío del Niño, salió con una escopeta y empezó a los tiros. Su otro tío, Café, fue a buscar al Torofo con su chata destartalada; pero el Torofo le cagó a ladrillazos la puerta y se la abolló hasta dejársela inservible. Como Café estaba tan borracho, no hizo más que volver a su casa como un perrito asustado. El papá del Niño, quizo salir con su escopeta y puñal, porque siempre se sintió Juan Moreira; pero su madre lo detuvo y lo desarmó. Así que, ahora, están todos asustados, porque lo denunciaron al Torofo -que tiene un hermoso y frondoso prontuario- y tienen miedo de que se cobre venganza con su abuela. Esta noche tendrán que ir a cuidarla.

Quilombos

Las cosas son así. Una madre que abraza, fuerte, a su nene y una abuela melodramática que llora como si él, El Niño Campeche, hubiera muerto. Ahora entiende de dónde le viene el gusto por el melodrama; lo lleva en la sangre. Y ni bien baja, comienzan los quilombos, que se mezclan con las lajas de la plaza, allá abajo de los árboles que oscurecen un césped fosforescente. Su tía, medicada hasta la médula y con la mirada perdida que le dice que sólo sobrevivió para verlo volver; aunque sabía que no lo haría con la frente marchita y que no está flaco; sino bien. Tirada en una cama y con la vista de ultratumba que lo destruye. Y Silvia y Guille y Lelia en los dos ojos del cuerpo -que él desconoce- y que no va más. No dice nada. hace chistes, le saca una sonrisa desencajada, en medio de la poca percepción que le queda a ese cuerpo sedado con tranquilizantes. No dice nada; pero al mismo tiempo, todo. Adentro, una tropilla de caballos lo caga a patadas hasta dejarlo inflamado y dolorido con tantos moretones, que nadie ve; pero que están ahí y duelen como la concha de la lora.

Segunda llegada: LEONES

Salimos a las diez de la mañana. El Niño Campeche metido en su rutina y apenas ha llegado. Fue a presentar la clase de postítulo con La pequeña alondra Rolle. Y Fabián lo pasa a buscar y suben al auto y, después, van de su hermana, Lorena, y la meten adentro y salen. Cruzan Pellegrini y, ahí, miren, el campo. Su campo. Los corrales derruidos que cortan, al costado, la continuidad entre la autopista y las siembras. Sol y un calor que se precipita en los espejitos. No entiendo dónde estoy, ni si es posible que haya pasado el tiempo, que Rio sea, desde ahora en más, un recuerdo y haya dejado de ser real. Y piensa, monótonamente, durante dos horas lo mismo, hasta que allá, adelante, turbio, Leones se levanta sobre la llanura y feliz y decepcionado, se dice que sí, que todo termina, como dice la canción.