Ya me quiero volver a Rio. Aunque, ¿salí? Ayer, cuando volvía de correr, me encuentro a mi hermana. Me cuenta su versión. Que ella le pegó al nene, no el Torofo, como dicen, y lo hizo porque estaba insoportable. Me quedo mudo. ¿Se justifica que ella, porque era la madre le pegue, y no el otro, en un "ataque de nervios"? Insinúo, conteniéndome y diplomático, que quiera o no, legal y humanamente, eso le hace mal al pibe. Que más allá de todo este puterío, están ellos en el medio, mis sobrinos, sus hijos. Me dice que no da más y que los Otros -una otredad sin referencia basada un real diferencia- arman todo el quilombo porque no se aguantan que ella haya vuelto a trabajar en el bulín y, por eso, la gente de mierda de este pueblo, arma puterío. Le digo que no mezcle las cosas, casi al borde de morderla. Que en eso tiene razón; pero que ella elige eso y sabe cómo son las cosas en "ese pueblo de mierda" con "gente de mierda", de la que ella y yo, formamos parte, quiera o no. Y que eso no tiene nada que ver con las marcas del Nahuel. Me congelo, no sé si por el frío que se levanta y me seca la transpiración, ahí, en medio de la calle salitrosa y enfrente del boliche de donde se oyen las miradas y risas de todos los borrachos, o porque efectivamente el cuerpo enfría una respuesta que puede ser insoportable. Y no sabe qué ni cómo reaccionar ante ese cuerpo de una misma máquina, tan golpeado y lleno de quemaduras por el mismo dolor de la infancia. No sabe cómo reaccionar, incluso, cree hasta que la comprende en algún punto, endeble, ahí, en medio de la calle y recuperándose de una cirugía de cuerpo entero, después de que una "puta" la prendiera fuego por robarle los clientes. La impotencia es tan grande, que Rio desaparece, el mundo de Rio, desaparece; o no, se vuelve más real, como si eso no pasara ahí, si no en el medio de una de las favelas, a las que allá no quiso entrar, porque ya las conocía.