jueves, 2 de octubre de 2008

EN HONOR A BLENDERS -GUILLO-: PIZZAS NO BAIRRO DASPU(TAS)

No fue una Caipirinha, Estefy; pero intenté que, al menos, fuera una cerveja. Tampoco. Algo en la noche lo hizo imposible. De Todos modos, quise salir. No quedarme encerrado, seguir, como Blenders hubiera querido al borde de la ironía dolorosa y corroída por su nada. Y El niño Campeche se sumó a un roteiro que hacía un amigo de Silvia por Lapa. Hacía dos semanas que me había contactado con él, para pedirle hacerlo. Y fue, aunque dudó antes de hacerlo. No estaba bien. Pero después, El niño Campeche se convenció de que podía ser la forma de decirle chau a Blenders también o quién sabe; tal vez no chau, porque últimamente, ayer, digamos, cuando bajé del colectivo, entablé un diálogo con él y con Lelia; un diálogo que sabía que era en vano; pero que alguna parte de mí quería creer; aunque luego, la otra parte, no y se sobrepuso: en estos casos siento que creer en la posibilidad de la vida eterna o de la existencia de Dios o de un coro de almas en una dimensión invisible, me solucionaría los vacíos, el dolor del vacío; pero no; sé que todo es ilusión (odio que el psicoanálisis me haya dejado esto. Pensé que el roteiro podía servir. La noche, Lapa, la cerveja, la comida, los travestis, las mujeres, los hombres deformados, la música. El mundo de Blenders. Así que el Niño campeche fue. Salimos de una Catedral céntrica y paseamos. Éramos siete. Sólo faltaba el coro de murciélagos, Blenders. Pero no se puede todo. Sin embargo, cuando llegamos al Bairro daspu(tas); efectivamente, me di cuenta de que era la forma adecuada de decirle chau a Blenders. Un callejón oscuro por el que brotan mujeres con cueros y en cueros y con tacones y hombres, también, con jeans y camisas ajustadas y cigarros y muchos bares, repletos, más adelante, en otro callejón y las pu sobre las veredas, en las ventanas, en las puertas, exhuberantes. Era la noche de Blenders. Y cuando todo terminó y quise tomar una cerveja, en el bar, no había. Entonces, decidí cambiar el exceso y comer, también por Blenders y acaso con él, unas cuantas pizzas, hasta el atracón. La oscuridad y los personajes corroídos, decadentes, fueron el agasajo de Blenders. Y a mí también me hizo sonreír hasta el final.

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