domingo, 26 de octubre de 2008

LECTURAS

Termino de leer. ¿Termino? Son las cuatro de la mañana. Digamos que hoy termino. Mañana me esperan algunas cositas todavía que necesito antes de dar el salto. Sin embargo, ya siento el peso. El nerviosismo que me supera en la dorsal y en las manos y en las vértebras. Una tensión de palabras que no pueden decirse porque se acumulan para poder explotar, en algún momento, de una sola vez. Tengo ideas sueltas. Y me destruyen las neuronas que las anudan en extrañas coincidencias. En plena crisis de los mercados internacionales, leo sobre Cucurto y veo la emergencia de una nueva forma de hacer literatura con el mercado; hace pocos días estuve en una conferencia donde se hizo evidente: la mayoría de las ponencias, directa o indirectamente, hablaban de economía y literatura; y tengo una novela ahí, esperando, donde un librero que vende cínicamente de todo, se enfrenta en un shopping de consumidores descocados, a una conspiración de fumadores compulsivos que pretenden hacer al resto de la sociedad fumadores y mi tesis es sobre relatos de mercado, que cada vez aparecen y proliferan, con fuerza, sin control, en todas partes y el texto de Laddaga que habla de un cambio total en la circulación y en las formas de hacer literatura después de los 70 en plena globalización. Demasiadas coincidencias para una sola noche y una sola cabeza. Laten, crujen los huesos, me impiden acomodarme en el sofá que decididamente se va transformando en mi cama. Creo que voy a enloquecer, a veces, por la presión de las ideas y por la hiperproducción de ellas en mi cabeza y que no pueden, sin embargo, salir por mis únicas dos y, por lo tanto, insuficientes manos. Sí, creo que ya estoy en pleno delirio. Y quiero ir a la playa y que haya sol, aunque sea de noche. No me importa ni siquiera dormir.

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