lunes, 27 de octubre de 2008

LA ZONA LIBERADA DE URCA

Estaba a punto de matar a alguien o comerme el mundo o de que me reventara la cabeza y el cerebro quedase, desparramado, en el parket de la sala da Silvia. Pero no. El Niño Campeche no iba a dejar que la tensión por la escritura contenida, le ganase. Se fue a correr, como siempre, pela praia da URCA, hasta el final, donde comienza el terreno militar. Son las cinco de la tarde y siente que las piernas corren más fuertes que nunca, con furia, velocidad, pasan cuerpos y el calor que suda, por todos lados, en todos lados. Es la tarde y en la Praia donde de la Bahía, hay cuerpos cortados -como en los poemas de Girondo- hundidos en la arena, en el agua, bajo el cielo turbio por una bruma de vapor. Juegan a la pelota. Saltan. Se gritan. Compiten. Y él sigue. Más fuerte y más y más. Con las montañas de cimas redondas en los costados. Hasta que se termina el camino igual, idéntico al de Ipanema y Copacabana.
Pero no la tensión en las cervicales, en la cabeza, en el cuello. Como si el cuerpo estuviera intoxicado de palabras, de lecturas y de ideas inconexas. No le alcanza el recorrido. Antes de salir había pensado en hacer el camino del Morro da URCA, por el costado del mar, en pleno barrio militar y aledaño a la Praia Vermelha. Es la tarde y hace calor. No fui porque Mariana me había dicho que el recorrido era más corto y necesita descargar tensiones y no me iba a alcanzar. Pero tampoco el recorrido tradicional alcanzó. Y creo que me voy a ir al camino del Morro de URCA. Sigo de largo, paso. Pero no. Mejor me baño y después voy a caminar. Tranquilo. Y así es. El Niño Campeche se mete al departamento da Silvia. Sube las escaleras porque -como siempre- algún boludo/a del cuarto piso lo deja mal cerrado. Y lo/la va a encontrar algún día cerrando mal el ascensor y lo/la va a cagar a patadas hasta tirarlo/la por el hueco por todas las veces que lo hizo subir las escaleras. Pero ahora no está. Ni tampoco la lagartija que, atragantada con una de las flores de cactos de la ladera, lo miraba silenciosa, cuando salió a correr. Así que se mete adentro y a la ducha. El agua cae fresca y arrastra la transpiración y se queda ella, húmeda y feliz, a enfriarlo. De todos modos, la tensión pincha en los ojos, en las manos, en el cuello. Se viste y sale. Al Morro da URCA.

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