sábado, 4 de octubre de 2008

SE ENCUENTRAN SHAKESPEARE Y VICTOR HUGO, HACEN VOCES INCREÍBLES, PERO CREAN UN MONSTRUO

Una excelente película para un buen comienzo. Fuimos a ver Intimidades de Shakespeare y Victor Hugo de Yulene Oilazola. Hace dos noches atrás pensaba, mientras escribía El trencito del amor, que todavía no tenía conocimientos de una película enteramente contada por la voz de sus protagonistas que nos relaten la historia, sin que la historia sea más que por la voz. Para mi sorpresa. La orquesta de voces, en una forma documental, pero como si fuera un cuento, exactamente así; una orquesta de voces e imágenes y gestos que nos cuentan una historia, es la base de la película. Voces que nos relatan no sólo la vida de José, sino cómo los personajes la recuerdan, la reconstruyen, la vivieron. Y esas voces dejan ver el amor de cada uno, la admiración de otros, la necesidad de ocultar el secreto. Los gestos en la pantalla, como contrapuntos y complementos del relato y la imagen de ese personaje que dice llamarse de una manera; pero que al final de cuentas es nadie o no, es el monstruo. Y acaso ése sea uno de los puntos flojos: la asociación del genio artista y loco; por un lado; y la del homosexual, con una historia truculenta que justifica moralmente su sexualidad y su manía asesina. El homosexual que asesina mujeres por su condición y por su pasado. Me cansan estas películas que victimizan al homosexual; pero no dejan de mostrarlo como monstruo. Monster, Andrés en Resistiré, etc. No es necesario un pasado truculento para decirse gay, para decirse homosexual, a pesar de que tengamos el mismo. Pero en todo caso, ese pasado no nos hace gays. Porque todos, homosexuales o no, tenemos una parte negra de la vida y no por eso, por eso malo, nos volvemos gays, como si el mal nos hiciera gays y después nos corrompiese hasta volvernos mosntruos. Hay que dejar de victimizarse y asumir que nos gusta lo que nos gusta porque ante lo que sea, bueno o no, hicimos una elección de la que ni siquiera nos acordamos o porque el cuerpo nos lo pide. De todos modos, insisto, la película es muy buena, si salteamos esto. Y sobre todo, es el primer largometraje del director. Las imágenes, las voces, la mujer que baja las escaleras al revés porque tiene problemas de rodillas. El montaje cortado de las imágenes. El tipo que está a punto de llorar porque no puede reconocer que lo quizo al loco, a La Flaquita vestida de novia y con alpargatas. No puede, no. Por la que lo llama a cada rato por teléfono y corta el relato. Pero no la cámara. Ni el montaje que pasan a la voz de Rosa. Rosa que descubre que La Flaquita la amaba y que borra su nombre del te amo Rosa, porque la gente nunca va a poder comprender algo así. Aunque su nieta, que filma el documental, tal vez sí. Esas voces me hicieron crujir la sangre. La voz. Lo poco que nos queda de los otros. Los restos de una identidad. La diferencia absoluta de los otros. La voz.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Cris, si te sellaron el pasaporte cuando entraste no te van a pedir el documento.
Besos,

T