viernes, 24 de octubre de 2008

NIDIA

Nos costó acostumbrarnos a lo que en Argentina es un aburguesamiento. Pero claro que no tanto. Siempre nos gusta vivir como burgueses y eso es de lo que menos se reniega. Aunque, al principio, nos parecía extraño llegar y tener todo ordenadito sin mover un pelo. Hasta la ropa doblada y las cosas del trabajo. Nidia se llama. Viene dos veces por semana a limpiar la casa. Y hoy está enferma. Toda la semana estuvo enferma y, por eso, vino sólo hoy. No quiero que toque nada, que limpie nada. Nosotros nos podemos arreglar. El Niño Campeche toma una escoba, un paño y sabe y puede limpiar. Que descanse y se recupere, que si no se siente bien, que no haga nada. Y ella dice que no, que da pra limpar. No hay tanto desorden para que diga eso; pero es tan exquisita y prolija que, a lo mejor, sí, en sus parámetros. No hay tanto como el que Fabián enfoca en la camarita por el messenger en mi casa. Lo quiero cagar a patadas, porque esa imagen me hace pensar y corroborar que el que hace quilombo es él. La ropa tirada en cualquier lado, bolsas de chocolate y cartones en la mesa, en los banquitos, mochilas en el suelo. Un desastre. Todo tirado. Por todos lados. Escondo la pantalla cuando Nidia se acerca con la escoba. Da pra limpar, me larga en la espalda. Y me muero de vergüenza. Le mando al mugriento el guiño del chancho bailarín por la pantalla. Y después del nene malo que rompe una guitarra porque está enojado. Me responde que no tiene ganas. Nunca la tiene. Y yo tampoco; pero limpio igual, cuando puedo, porque si no, el quilombo-Fabián desborda y no puedo ocuparme de él y de mi trabajo al mismo tiempo. Entonces, cuando eso ocurre, porque estoy muy ocupado, dejo que se acumule su desorden y le sumo el mío, hasta que termino de laburar y me agarra un ataque y doy vuelta toda la casa y la pongo en orden. Él no va a hacer eso, se puede morir de una infección ahí adentro. Más bronca me da.
Nidia sigue, con su dor de dentes, según me cuenta. Pasa y se mueve y ya van tres horas que limpia y yo no quiero. Pero la entiendo. Sé que trabaja de domingo a domingo en cuatro o tres casas diferentes para llegar a 1200 reales a fin de mes. Sin franco. Y un alquiler cuesta 1800 reales, fuera de una favela. Si tiene hijos, no sé cómo sobrevive. Y por eso, ni un dolor de muelas, ni un esfuerzo demás, van a frenarla. Yo sé que Silvia le pagaría igual, y más si está enferma; pero ella se sentiría con cargo de consciencia. Lo sé porque mi mamá hizo y hace lo mismo. Cuando yo iba al jardín de infantes, trabajaba en tres casas en Leones. Y no se podía enfermar, porque si no, perdía la plata, miserable, de ese día o se sentía con culpa. Así que desarrolló una especie de inmunidad a prueba de todo e iba y limpiaba aunque el cuerpo la estuviera tirando al piso. La he visto llorar de dolores en la noche. Mi papá igual. Sé que Nidia también. Que cuando llegue a su casa, va a tener que hacer la comida y limpiar y acostar a sus hijos -si los tiene- y después, con suerte, se tomará una aspirina y se recostará en la cama. El mundo, afiebrado, habrá dejado hasta de dolerle. Y se dormirá, con la consciencia y la esperanza, de estar mejor al otro día y si no, no importa, en dos o tres días más, la enfermedad se pasa, y ella no se queda sin dinero. El poco dinero que puede ganar, para vivir en una favela -o cerca- en un país que la dirigencia conservadora de Argentina toma como modelo en la pantallita de TN, mientras se derrumba su economía.

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