jueves, 13 de noviembre de 2008

BRASILIA

Llegó, allá abajo está la ciudad construida adrede. Con sus edificios rascacielos que nos tocan el ala del avión y el puente de semicírculos que reaparece en todas las postales. Y la tierra roja manchada de un verde fosforescente en una llanura con círculos arados negros, marrones y serpenteada por un río cuyo nombre ignoro y que me gusta no saberlo. Hay casas de campos en todas partes. Fazendas. Y el aeropuerto inmenso y laberíntico allá adelante. El Niño siente el miedo: EL MIEDO ante tanto tanto tamaño colosal y ni bien baja, se manda la primera cagada. Da dos veces vueltas en círculos sobre una plataforma. El boludo le dijo que en el portao 13 tenía la conexión y él entró ahí; pero los números llegaban hasta el 7. Claro, esto no es Rosario. Andá a saber dónde mierda está el 13 o cuántos 13 hay. Si se parece a una Biblioteca de Babel redonda y del consumo esto. Es impresionante la infraestructura, los cristales, los pisos que se continúan con shoppings bajo un cielo azul de nubes blancas y sobre una llanura con palmeras y autopistas. Y le vuelve a preguntar al boludo de Gol que le dice que tiene que seguir derecho, no entrar al domo para dar la vuelta al perro. Eso traduce él, porque no le dice semejante barbaridad, no. Pero se da cuenta de que con la mirada le dice: argentino pelotudo. Y no le importa: él es una clase oprimida acostumbrada a que lo ninguneen y, sobre todo, a usar eso en su favor. Así que hace un esfuerzo más y le mete pata. Pasa por corredores circulares que se tragan la ciudad y el verde, todo junto, del otro lado. Y llega a un corredor y se mete y el espacio se abre a un shopping más, enorme y carísimo. Sigue. Busca el portao 13. Ni a palo. Ve un cartel que dice que es derecho. Camina y no llega nunca. El Bolso no lo aguanta más. Y mira los precios y se agarra la cabeza. ¿Quién tiene tanta plata para comprar estas preciosuras mercancías del alma? Él, no. A lo sumo su palita y, ahora que ha ascendido socialmente, su notebook. Su únicas fuerzas de trabajo. La notebook prestada, obvio. Y llega al final del corredor de vidrieras y hay una chica en un portao que dice embarques internales del 11 – 13. Le pregunta. Es ahí. Mira el reloj del celular y se quiere matar: faltan cuatro horas para salir. Se va al patio de comidas, obvio.

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