viernes, 7 de noviembre de 2008

Martes. Despedida de Mariana.

Hace dos días que las chicas me piden que trate de convencer a Mariana para que el martes a la noche vaya hasta su casa, porque le van a hacer una despedida. Pero no hay caso. La llama a Adriana y queda en irse a cenar con ella. ¿Qué mierda hago? Acabo de comprar un vodka y dos cocas para la cena. Las puse en la mochila sin que ella se diera cuenta. ¿Pero cómo carajo la llevo? Le tengo que contar todo y después llamar a Adriana e invitarla, tal y como las malucas de La Nivo y la Denisse me pidieron. Y le digo que no puede ir con Adriana porque las chicas le prepararon una despedida sorpresa que ahora deja de ser sorpresa; pero que no se la podemos arruinar con todas las pilas que le pusieron. Que no importa, yo me hago cargo para decirles que te tuve que decir. No. Yo me arreglo para hacerme la sorprendida. Y así es. Llegamos y Mariana se hace la ayyyyyyy, gracias, no lo puedo creer. Ni yo tampoco. Obvio que no digo nada. Y veo la superproducción. La Nivo se cocinó el mundo. E hizo empanadas en pleno Brasil! Y todos las comen como si fueran la gran cosa. Yo detesto las empanadas (y no por un gusto burgués: al contrario, de tan campeche, demasiado, porque para terminar la carrera en plena crisis del 2001, el Niño capenche tenía que salir a vender empanadas con su bicicletita descascarada por Leones para hacer la plata de la semana -50 o 70 pesos-; todos los fines de semana viajaba y terminaba a las once de la noche, con su aroma y grasa en las narices); sin embargo, estas están ricas, mucho (por lo menos, no tienen pasas de uva). Y Denisse pela unos tomates con receta de la abuela que nos hacen morder las lenguas. Y la cerveja y la caipirinha denissesca y los licores y el pucho en el balcón y los chismes y las puteadas y las risas y las charlas. La noche nos pasa, mientras le decimos chau a Mariana que todavía se hace la sorprendida.

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