viernes, 14 de noviembre de 2008

PUNTITOS SOBRE EL RÍO: primera llegada

Ahora, ahí abajo, los puntitos blancos sobre una llanura en declive y un río marrón que parece estancado y él sabe que no. Puntitos de luz de un puente sobre un río. Que se agranda a medida que los círculos del avión caen sobre la ciudad. El corazón ansioso, a mil. Rosario. Llega. ¿Llega? Eso cree. Aunque le falta Leones. Y ni bien tocan la pista, un millón de cosas y de imágenes, como fotografías, caen a pique. Ya está hecha la tripartición y la necesidad de los tres espacios a los que se siente, inexorablemente, ligado (unido y llamado). Y sabe que no tiene que perder las tarjetas de embarque, ni los papeles de migraciones, ni nada. Y se acuerda de que a lo mejor le toca el semáforo y le abren y le rompen toda la valija, porque se le trabó el cierre. La puta. Y no puede creer el carácter precario del aeropuerto de Rosario. Un tractor arrastra una escalera hasta la puerta del avión y allá, lejos, se mueven los peones del dispositivo acomodando mostradores o montándolos, para la recepción y los controles. Cero infraestructura. Pero seguro que son más rompebolas que los brasileros y él sin el DNI, y ya ve que lo dejan ahí toda la noche, sin poder volver y con las ganas que tiene de cruzar el edificio del otro lado y pasar calles, el Carrefour, el puente sobre Sorrento, las Avenidas. Entonces, desciene y mientras cruza la pista, entre los cristales de arriba, ve una mano que le toca el cuerpo y lo electrifica. La cola que se armó es interminable. Va a ser un karma y ya necesita apretar y amarrarse a esa mano que se eleva, arriba, allá, en los vidrios enormes.

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