viernes, 14 de noviembre de 2008

PRIMERAS PERCEPCIONES DE ROSARIO

Nada tiene las dimensiones del monstruo. Ni las villas, ni las luces, ni las aguas, ni el paisaje. Ni este viaje, automatizado, en el auto. El auto que extrañaba, el asiento adherido a su espalda. La vista se acostumbra a su realidad, otra vez. Y nota todas las mudanzas de estos meses. Las luces nuevas sobre la Avenida Alberdi. Las plantas florecidas. Su casa con pilas de cachivaches acumulados. Y también lo que nunca cambia: el arroyo Ludueña con sus olores al final de la calle y, ahora, la Facultad con sus buitres que le laceran y le lacerarán las carnes en el Taller de Tesis. Por ese proyecto endeble que revela, hoy, todas sus precariedades. No le importa. Se ríe, porque él ya es otro: su aburguesamiento le desfigura los dientes con el gesto cínico. Y todo se vuelve así. Y él, un ave de carroña más dispuesta a comer también de la carne ajena y a defender su tajada. Como sujeto capitalista del presente. Los nervios se acumulan y aprietan en las cervicales. Y no está, no, en los edificios babélicos de la mañana anterior, ni en la Bahía, ni el aire que le agrietaba los poros mientras caminó por el costado de un mar turqueza. No, hay una rutina de taxi, bajo árboles de plátanos desfigurados por la poda y unas calles, cenicientas y anchas, atravesadas de canteros.
Volver, como el tango, pero con frente florecida y en alto. Triunfante. Un Astier triunfante. Y la percepción extrañada de un salto en el espacio y en el tiempo. Una imposibilidad de comprender a mudanza que tem feito. Cómo e posible? No comprende. Dos cosas diferentes y unos morros que la vista busca, en vano. Y unas frases que el portugués repite frente a las circunstancias más absurdas. Con la cajera, a la que le dice obrigado, con el chico al que interpela con Chiscuupas. Y la piel que se reseca y se desprende del cuerpo como una bolsa orgánica, sobre el piso, mientras su lengua se divide, bífida, con el sabor de todos los venenos. Es tristemente feliz en esta ciudad que siente propiamente ajena. Le falta el mar y los morros.

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