sábado, 15 de noviembre de 2008

Quilombos

Las cosas son así. Una madre que abraza, fuerte, a su nene y una abuela melodramática que llora como si él, El Niño Campeche, hubiera muerto. Ahora entiende de dónde le viene el gusto por el melodrama; lo lleva en la sangre. Y ni bien baja, comienzan los quilombos, que se mezclan con las lajas de la plaza, allá abajo de los árboles que oscurecen un césped fosforescente. Su tía, medicada hasta la médula y con la mirada perdida que le dice que sólo sobrevivió para verlo volver; aunque sabía que no lo haría con la frente marchita y que no está flaco; sino bien. Tirada en una cama y con la vista de ultratumba que lo destruye. Y Silvia y Guille y Lelia en los dos ojos del cuerpo -que él desconoce- y que no va más. No dice nada. hace chistes, le saca una sonrisa desencajada, en medio de la poca percepción que le queda a ese cuerpo sedado con tranquilizantes. No dice nada; pero al mismo tiempo, todo. Adentro, una tropilla de caballos lo caga a patadas hasta dejarlo inflamado y dolorido con tantos moretones, que nadie ve; pero que están ahí y duelen como la concha de la lora.

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