lunes, 22 de septiembre de 2008

BUZIOS

GENTE: Fue imposible colgar, como los he acostumbrado, los textos y fotos ni bien se vivieron, porque la señal de La Pousada Ilha Formosa no andaba con la configuración de mi notebook. De todos modos, la escritura, a pesar de los destiempos, continuó en archivo de Word. Ahora reproduzco la crónica, tal y como aconteció el fin de semana.

Sábado
I
Nos levantamos, borrachos y decidimos salir para Buzios. Me tengo que preparar, psicológicamente, para los posibles golpes del camino. El primero, es la Rodoviaria, en plena favela, o en el límite. Vamos a dejar las valijas a URCA y, luego, en Botafogo, pegamos el onibus Real hasta ella. Ahí nos ven, a toda rueda sobre el mapa verde de la costa de Flamengo, Lapa (el lugar mágico de anoche), el Centro y, en este momento, en calles que cambian su fisonomía y dejan atrás el estilo domo seguro. Desportilladas, rotas, derruidas, nos abren un tapial de alambres con cuchillitas y cemento y, más allá, la Rodoviaria. El trámite es simple, como comprar un pasaje en Argentina. Subimos al 1001. Le escribo un mensaje a Mariana: A genchi e no onibus. Fabiano fala que voce e otima com os cálculos –Mariana nos había dicho, segundos antes, que si tomábamos el ónibus Real en ese momento llegábamos al cole de las 11 para Buzios. Nos reímos. El portugués de los anuncios de la Rodoviaria empieza a degustarse en la lengua y en los dedos (tal vez por tanta feijoada y salgados). Arranca el 1001 sin aire acondicionado (raro porque si hay algo bueno en Rio son sus onibus; casi todos los onibus urbanos tienen aire y son excelentes; pero éste, interurbano, no –no importa, de todos modos; en Argentina uno tiene que pedir que el onibus esté mínimamente limpio y, a veces, el aire tampoco funciona; digo, estamos acostumados, ¿ne? No me voy a hacer el exquisito y menos después de los días fríos que pasamos).


Y ahora estamos por la costa. Salimos camino al puente. De Niteroi. Vamos a cruzar el mar y esa ciudad que se ve siempre del otro lado. La otra orilla. La autopista comienza a ascender, paulatinamente. Los techos de las favelas de Rio corren a los costados. El mar se mueve abajo, turquesa. Y atravesamos la bahía, sobre este tendedero que choca las dos partes separadas por el agua. Puertos, torres de petróleo de Petrobas, islas, veleros y los enfrentamientos de dos ciudades que custodian, militar y estratégicamente, los accesos al continente. Allá, lejos, en los confines, los fuertes militares de Rio y Niteroi se enfrentan en la entrada a la Bahía, con los agujeros por donde las balas de cañón se dispararían sobre barcos enemigos o piratas. Más acá, se enfrentan los dos centros de las ciudades, con sus rascacielos y edificios; apenas un mínimo porcentaje del territorio restante, ocupado por las que se enfrentan a continuación, luego del centro: las favelas. El espacio de las dos ciudades, jerarquizado y en espejo sobre los márgenes de la bahía. Pienso que las hipótesis de Ángel Rama, tan criticadas y refutadas desde su publicación, sobre el orden piaramidal del espacio urbano latinoamericano, digo, creo que acá son reales. El onibus cruza. Asoman más islas, barcos, puentes y, entonces, como siempre ocurre, todo es favela. Kilómetros y kilómetros de favela. Horas de favela. Mininos que corren y juegan al fútbol en los callejones de tierra y la pobreza que se extiende kilómetros y kilómetros sobre los morros. La vista es una gran favela. Ese continente que se abismaba en la otra orilla, es favela. Y yo soy uno de esos mininos. Sé lo que es el callejón de tierra, las paredes que se caen sobre las camas, el padre que se toma una damajuana sentado al pie de una planta extraña, la madre que barre la vereda con un

chuflo despeinado en la cabeza y un vestido sucio y roto. Y ahora no puedo más que sentir angustia. Hay tanto por hacer y sé que lo mío será nada. Y me pagan por esto. Y a esa gente, no, la dejan igual, desde los tiempos de los tiempos, y por kilómetros y kilómetros, la dejan (o la dejamos) igual. No lo soporto. Y sin embargo, tengo que seguir y vivir. Nada más frívolo y cínico.

II

Buzios es eso. Sí, miren las fotos. Seguro que la vista y la imagen, tal y como lo demuestra nuestra cultura del presente, harán más comprensible pero no totalmente, esto que percibo. Aunque no lo que vivo. Pero si cruzan foto y lenguaje, tal vez estén cerca; aunque no completamente, insisto, de eso que vivo. Pero ahora, basta de metatexto. Hay que dejar de aburrir con estas pajas intelectuales y pasar a lo concreto: a la experiencia de Buzios.
Primera impresión: se parece a un pueblo y, como no tengo amigos ni conocidos, me voy a embolar como los mejores. Los pueblos sólo son divertidos si uno conoce gente, si uno puede pasar sus días en companía de otros que le abren las puertas de sus casas para compartir el tiempo de pueblo. Pero acá no tengo a nadie y me voy a pegar un embole. Mucha lagunita, costa, casita; pero...



Segunda impresión: Todo es artificio. No hay rastros de favelas o pobreza en los alrededores. No parece parte del departamento de Rio de Janeiro, ni de latinoamérica. Tal vez, hayan conseguido solucionar la vida de los pobres y tenga algo que aprender. Pero no creo, por lo poco que veo, es el centro del conchetaje. Fabián será feliz; yo un malhumorado.
Tercera impresión: Ni bien nos bajamos del onibus, un tipo negro nos ofrece una posada -pienso que es la típica ciudad turística donde todo está preparado para consumir o hacerte consumir. El tipo se llama Paulo.
Cuarta impresión: No hay ni siquiera rodoviaria -terminal-. Me parece que va a ser deprimente.
Quinta impresión: Paulo nos mete hacia el centro. Cruzamos por calles de pirca. Hay una proliferación de vidrieras y de pousadas. Se oye el ruido del mar. La ventana de la Pousada que Paulo nos ofrece, da al mar y por ochenta reales -Menos que el Hostel húmedo de Rio.




Sexta impresión: La habitación está buenísima. Lástima esta gente que lo único que quiere es vender. Paulo nos ofrece una promo: si pagamos en efectivo, ochenta reales, con débito, noventa. Porque preguntamos si podemos pagar con débito. Se pelean con la encargada que nos quiere cobrar noventa en efectivo -por diez reales somos capaces de sacarle los ojos a cualquiera. Pero lo prometido, se cumple o se cumple. No nos van a engañar, endulzar para vendernos algo que luego cambia. Se pelean mal entre ellos. Intuyo que desde siempre la habitación costaba 90, en efectivo o débito; porque es fin de semana y sólo en la semana tiene el otro precio. Para venderla, Paulo se hizo el vivo y quiso engañarnos frente a otras ofertas: nos dio el precio de la semana. Cuando dijimos de pagar con débito, quiso reponer los diez reales que solito se había olvidado de cobrarnos y nos mintió; pero no contó con que teníamos efectivo. Conclusión: nunca me prometas algo que luego no has de cumplir, ni me mientas, porque no perdono, seas o no vendedor. Se sacaron los ojos y nos cobraron ochenta reales.
Séptima impresión: El mar, finalmente. Me meto; pero como pasa siempre, no puedo dejar de lado la inseguridad de dejar la mochila en manos de cualquiera y no me alejo de la costa. Las algas me raspan los pies. El sabor a sal cristaliza en la boca.
Octava impresión: Los precios no tienen nada que ver con los de Rio. Cincuenta por ciento más baratos. Me voy a comprar todo y no voy a poder contenerme. Y lo que voy a comer.
Novena impresión: Caminos por el paseo del centro. Se multiplican las playas, pequeñas, de aguas traslúcidas y turquesas. Piedras y arena en el fondo como una fotografía. El paisaje es indescriptible, es certo. Pero mi cuerpo está frío, congelado. Como una Hamburguesa con queso. No puede haber tantas opciones. No deja de sorprenderme lo armado que está todo: ya me cansaron los vendedores; salen hasta de las paredes, brotan y cada uno ofrece, infinitamente, lo mismo. Los ignoro. Estoy tiritando y me duelen los huelos.
Décima impresión: Son las doce de la noche y todo, tiendas de ropa, de souvenirs, panaderías, supermercados, todo, absolutamente, sigue abierto. El pueblo del principio deja de ser tal. Se parece esto a una ciudad en miniatura, a un shopping a cielo abierto preparado para el placer del consumo. El paisaje se borra en la noche; pero el mercado sigue iluminado.

Domingo

Íbamos a irnos de excursión a las islas. ¿Adivinen? Sí. Está nublado y el mar, como nunca, picado. El viento encalló veleros y barcas de pescadores enfrente de nuestra ventana. Las algas y las ostras, revueltas, quedaron tiradas en la playa. Por eso hemos caminado durante todo el día, con mapa en mano, buscando las playas que rodean a Buzios. Las conocimos a casi todas y a ninguna pudimos meternos. Imagino la decepción de Fabián, su angustia. Yo la pasé bien: pero venir a Buzios y no poder meterse en la Playa, es el colmo de la mala suerte en la que Rio me ha atrincherado.
Estamos comiendo un salgado de presunto y queixo. Una trafic rumbo a Geribá, una de las playas y barrios de Buzios, para en la calle principal. Nos subimos. La mala suerte de encontrarnos con la Rosarina nueva rica y conchuda. Rubia y maquillada hasta la médula. Nos dice su nombre con una vocecita de nena que no deja de taladrarme los tímpanos. Y comienza el delirio. Siempre me pasan estas cosas a mí. Las locas se me pegan como garrapatas. Ay, sí, yo encontré acá mi lugar en el mundo. Qué sé yo, yo les decía que las playas de acá no tienen nada de arena en comparación con la Florida (jajajaja -me río y no puedo creer que diga eso-). Pero Geribá es mi lugar en el mundo, donde ellos tienen su cabaña, Uds. la pueden venir a conocer y se toman un café. El hijo de ellos está en Rosario, en mi hostel, por Pellegrini. Sí, qué lindo. Esto es lo más lindo que me pasó, tengo una familia, ellos, y joda todas las noches y gasto y gasto y gasto plata todo el tiempo (mañana tengo que pedir otro giro porque ya me quedé sin de nuevo). Además, vos viste lo que es Buzios, un gran country, de qué otro modo se puede describir. Es mi lugar en el mundo. Bajamos de la trafic. la Loca no para de hablar. Encima nos lleva a la Posada de estos otros dos que, me imagino, deben estar hartos de ésta. Nos meten en un lugar (si Fabián no le huebiera hablado, no estaríamos acá, pienso; pero se va a quedar callado y todo). Ahora nos dan café y la Loca nos muestra las fotos de su viaje y nos explica y nos da nombres de gente que no conozco ni me interesa conocer. Nos tomamos rápido el café. Nos muestra la Posada. Es linda; pero no me interesa; me quiero ir porque se hace de noche y quiero conocer la playa, antes de que se apaguen las luces. Odio esa cara de boluda y esa vocecita. Nos saca por la calle y nos mete en infinitas diagonales. Crizamos un pasadizo entre los chalets del gran country de Geribá (la definición más acertada de Buzios se la debo a una Loca) y allá están las olas y la Playa. Nos saca una foto y ya no escucho lo que dice porque mi mal humor es descomunal. Nos da dos besos, porque acá se saluda así y desaparece por uno de los corredores, no sin advertirnos, antes, que nos podemos perder en Geribá, porque es como un laberinto; pero que preguntemos por el supermercado la princesa, ¿viste?, como yo y todos les van a decir cómo llegar. Descomprimo y miro el mar. La noche contrasta con sus olas, brillantes.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Cris querido, fui a Buzios hace como quince años... era un pueblito perdido con el mejor mar del mundo.
Me imagino que ahora debe ser el microcosmos que vos contás...
En fin, seguí borracho pero dejá un poquito de hígado para la vuelta, che.
Un beso grande,

Estefy

PD: Soy oficialmente ayudante de la Jefa.

Unknown dijo...

jajajajaj estoy programando mi viaje a Buzios y leer tu Blog me hizo reir mucho, me hiciste acordar a mi con mis malos humores y demas, gracias por compartir esto con todos!