miércoles, 24 de septiembre de 2008

CRISTO

Ayer fue el Cristo, sobre el morro del Corcovado. El tiempo de la lectura (Sarduy), Fabián y la PUC roban lugar a la escritura y se aparta y me aparto de lo inmediato. Hoy, aburrido en una clase en la cual se discuten temas ya pasados de edad en la cultura argentina, vuelven, de a poco, las letras. Retomo las percepciones y mudanzas de la altura. La nube que nos cruza, nos mete adentro, nos lame con un humo que se exhala desde los costados del Corcovado. Nos hace cagar de frío; estamos a punto de gelarnos. Poco antes estábamos abajo, acediados por los vendedores de excursiones que picoteaban los cuerpos caídos de los onibus como si fuéramos pedazos de carne disponibles para el consumo. A propósito del desfile mercantil, Mariana me recuerda que todavía existen poses de intelectuales que se niegan a subir al Cristo o al Pan de azúcar porque son "comerciales o turísticos"; sí, lo dicen así y se toman una Coca o un café en el bar de la esquina, o prenden la tele o se compran un libro, creyendo o negando que ésas no son actividades comerciales (algunas, comprar un libro en una biblioteca, turísticas también). Yo creí que ese anacronismo decimonónico estaba extinto; pero no, se reproducen con sus prejuicios intelectuales para alcanzar quién sabe qué fines oscuros (¿preservar algo que perciben amenazado si ellos no se vuelven los superhéroes protectores?). No importa. Ellos se pierden la nube, el viento que levanta los pies del suelo de pedra de sabao, a Rio; no pueden conocer al Rio dividido cruelmente por el morro entre el norte y el sur por un morro que tapa la vista para que los turistas no se lleven una imagen real del país: la pobreza, la ruina de un proyecto urbano que terminó tirando la vida a la condición de sobras. Por el prejuicio. Y mucho antes, de la nube, el tren nos había metido en las Tijucas con la espalda vertical en sus asientos. Flores y pájaros y aberturas de ciudad entre las plantas. De acá se ve Rio o, al menos, la parte que parece no tener favelas casi. La postal hermosa del turismo. Edificios que contornean lagos turquesa y el fondo de un mar intenso. Rio tranquilo, maravilhoso. Como la señora del onibus que pegué antes de entrar a esta clase. Maravilhosa, como dice la cinta del Pan de azúcar. Y es cierto. Los cariocas son buena gente. Porque me había subido a un colectivo que nunca había tomado antes. Y por leer un resumen de un texto de Hayden White en español; pero que tenía que exponer en portugués -imaginen la locura y el estrés que me provocó- por distraerme en eso, me desorienté completamente. Y le pregunté a la carioca maravilhosa si a gente ja passou pela PUC. No supo responderme, pero se levantó y le preguntó a todo el colectivo , buscó diferentes respuestas y luego trasladó las conclusiones: ella no sabíabien; porque nunca había venido para esta parte de la ciudad; iba al hospital y nunca lo habia hecho antes. Esa pasión con la cual se movió para satisfacer minha pergunta me reprodujo la imagen servicial, amistosa y cool que cada carioca tiene cuando se trata de ayudar a alguien. Rio está hecha de esa gente. La que no se veía desde arriba del Corcovado; pero que estaba ahí, se percibía. Eso se pierden los anacrónicos denegadores: la percepción de tanta gente que sostiene ese monstruo de belleza de cemento y naturaleza de allá abajo. Y el Cristo de brazos abiertos y la transformación de los cuerpos; sentir que uno es uno más de la mayoría, sentir lo que la mayoría turista y consumidora siente. Y por eso, pierden comprensión y la posibilidad de contacto; de ser parte de una cultura para llevarla al extremo hasta que no resista más y estalle. No pueden volverse unas locas o unas modelitos, como nosotros, frente a la cámara. Mariana con los pelos al viento, Fabián con la cámara, tirado en el piso y yo con poses y más poses. Soy uno más. Por suerte. Uno de todos los personajes que frívola y cínicamente se divierten gracias a lo que oculta el morro del otro lado. Y ahora entiendo como se sostiene este mundo.

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