martes, 2 de septiembre de 2008

Secuelas del vuelo

IV. 2 de septiembre del 2008


No he podido escribir en todo el día de ayer. Tal vez sea el primer síntoma de algo que cristaliza adentro como un juego de lucha de cosas que están encontradas y que se presentan a cada paso. Cuando subí al avión, la lengua se canceló. El mundo tomó otra dimensión, en un idioma gutural de gestos y de frases con entonaciones graves. Y miro la pista, los colores de la madrugada negra que deforman el panorama y lo dejan perdido en la oscuridad. O decolagem, o decolagem, o decolagem, logro interceptar y el motor habla y el avión se mueve. Era como decía Fabián; la sensación de un colectivo en movimiento, hasta que… El despegue y la flotación, el suspenso en un vacío lleno y el pulso acelerado y tranquilo en el abdomen. Es lo mismo, idéntico a la impresión ésa que uno siente en los sueños en que uno vuela. Como Superman, o como villano, escapando o persiguiendo, el sueño me había regalado esta sensación mucho antes de que fuera realidad. Pienso que los surrealistas no se equivocaban: hay verdad en el mundo onírico y profecía y alucinación. Entonces, subimos y, por la ventanilla, las lucecitas se esparcen en el cuadro preto. Rosario se abre paso como una maqueta de lucecitas de árbol de navidad; un mapa aéreo de la vida que fulgura en cada una de las calles y casas que, imagino, hay detrás de cada titilación.
Me despierta, ahora, de la sensación, el azafato con los papeles de migraciones y demás que trato de completar. Una hora después de los formularios, vuelvo a dormirme y el sueño deja la pantalla ventanilla sobre un campo minado de montañas y casitas diminutas de todos los colores y tamaños. Una niebla diáfana filtra la luz del sol que aclara las percepciones. El aeropuerto de Porto Alegre es casi tan grande como el de rosario y tiene la pista llena de teros, a manchas, por todos lados. Veo a los maleteros correr y reírse, transportando as malas de un avión a otro. Otro idioma me dice que me ponga pra Rio, en una fila. Y la cabeza aturde y palpita y se constriñe descompresurizada. El oído clickea cosas adentro. No sé qué; pero algo. Me siento cansado y al borde de la nada; de perderme en el aire, de volverme una partícula que vuela. Eso, en realidad, quisiera cuando paso al otro avión.
Ya hace dos horas que duermo sobre el mar desde que salimos de Porto Alegre. Y sigo queriendo aquello: descomponerme y volar. Cuando miro hacia abajo, las ondas serpenteantes del agua se deforman sobre diferentes intensidades; tal vez, las profundidades disímiles del fondo. Algo me llama la atención: por todos lados se multiplican prolongaciones de unos puntitos blancos que se retuercen, se deforman, se sumergen en las ondas del agua. Aparecen diseminados por todos lados, en una suerte de espejismo reproducido hasta el horror. Contornean en el agua, bailan. Un conjunto de posibilidades sobrevienen a la cabeza, todavía aturdida y con el oído extrañado, clickeante. ¿Serán las sirenas que Colón vio cuando llegaba a América? ¿O son barcos? ¿O no estoy sobre el mar y la neblina diáfana, se interpone y borra al continente y oculta y reaparece, en danza, las casas? ¿O son animales marinos, vaya a saber de qué dimensiones colosales, que nadan allá abajo? Cuando atravesamos un suelo de nubes densas y blancas y nos acercamos abajo, un poco, me doy cuenta de que era el avión, lisa y llanamente, con su poder de realidad en espejo sobre el agua.
Allá lejos veo las primeras islas y montañas y playas de Río. En círculos, el avión atraviesa casas, nubes, autopistas y una ciudad colosal surge y surge y cada vez más, entre morros, entre calles, más casas e iglesias, sin detenerse y sin poder abarcarla yo, desde acá, desde la doble visión recortada de la ventanilla y de los ojos. Me asusto; ahí tengo que bajar y volver al terreno de los hombres. Dejar de ser ave, de moverme sin moverme, desde acá arriba. Aterragem. O aterragem. Y los círculos y el oído y la cabeza inflamada que no dejan de latir y doler. Dolor porque vuelven; ninguna diferencia de presión; dolor porque vuelven al mundo de los hombres y dejan el de ave. Un chorlito, digamos o un gorrión o una golondrina. Los dejan y a mí y me duelen.
Piso las escaleras de acople para el descenso. Comienzo el peregrinaje burocrático. Migraciones, primero. La muchacha azul me pide documentos y me pregunta cuánto tiempo voy a quedarme. Noventa días, le digo y se arma el escándolo. Cristian, voce me va a facer morrir. Y se golpea el pecho, como ahogada. No entiendo por qué. Al número se lo dije correctamente y es el que corresponde a minha clase de turista. Desaparece agitada por detrás de la ventanita. Viene un traje marrón con corbata. Es igual a Lula; pero un poquito más gordo, y comienza el interrogatorio. Me piden una Visa que no tengo, obvio. Se miran entre ellos, desorbitados. Me hacen explicarle el motivo del viaje. Les digo que É pra tomar aulas na PUC, mais por pouco tempo e nao necesito Visa pra isso. Me piden los demás papeus. Se los doy; les doy todo. Revisan y revisan y contrastan. No digo nada. En estas situacines es mejor no alterar más las cosas. El hombre me dice que puedo pasar, pero sólo por noventa días en clase turista. Imaginen. El corazón a mil.
Salgo de ahí, aturdido, más aún que cuando dejé de ser ave. Doblo por los recovecos del aeropuerto. Camino hasta las malas, para retirarlas. Busco el ticket amarillo con el numerito del vuelo y el comprobante. No lo tengo. Me quiero morir. Vuelvo a buscarlo a la ventanilla; recuerdo que me lo sacaron cuando me pidieron los papeus y corroboraron auguma coisa, uryentemenchi y me dejaron salir. Se lo pido a Lula; me dice que no lo tiene. Se lo pido a la Señorita. Tampoco lo tiene, o no me lo quiere dar, porque tenía un montón de papeus iguales que ni mira. Lo necesito para retirar as malas. No es necesario, las pega, nomás. Bien. Salgo, miro si no está en el suelo, por las dudas, porque ellos dicen que no lo tienen o, qué sé yo, se me cayó en el apuro, en los nervios; o no, tal vez se lo dejaron para controlar algo y no quieren dármelo. Tomo las valijas y salgo, uryentemenchi. Afuera, me esperan Mariana y Silvia. No puedo dar explicaciones aún. No puedo falar. Los oídos y la cabeza destruidos.
Después de luchar contra un cajero que no funcionaba y de no poder sacar dinero, enfurecido, le cuento a Mariana que no es mi día y le explico de nuevo lo de migraciones. ¿Qué papel te sacaron? Ése es el que necesitamos para rendir con Sandra. Me acuerdo de Sandra y de Laura; me acuerdo de que si no, me voy a tener que pagar el viaje. Estoy perdido, a un paso de desintegrarme, completamente. Hoy, mientras escribo, sigo igual. Ya hablé, Fabián mediante, con la empresa. Me harán una constancia; pero no sé si eso sirva para algo. Tengo o cartao de embarque y desembarque; pero no sé, no sé, siquiera, si yo sirvo ya para algo.

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