lunes, 29 de septiembre de 2008

PALAVRA ENCANTADA

Silvia le propone al Niño ir al Festival de cine en el Shopping de Gavea. Acabo de bajarme del onibus de allá. Son las doce y cuarenta. Y no puedo hablar. Se me cayeron todas las lágrimas en la oscuridad de la pantalla. Una a una fueron formando un charquito en las córneas y mis dedos se las arrancaban, para que no lo vieran, ni Mariana, ni la gente. Pero ver a Chico, a Vinicio, a tantos grossos en la iluminada, es demasiado. Se acuerda, también, de Zelia Duncan (http://www2.uol.com.br/zeliaduncan/), que es amiga de Silvia y que vive en URCA. Increíble; ella junto a Chico, en la misma película y yo amigo de su amiga y en el mismo barrio. No puede ser. Sus concepciones del arte, su vivir la música y la palabra, la escritura, por fuera de cualquier preconcepto y de cuestiones tan ideologizadas en la cultura argentina, me ponen la piel de gallina. Y creo que Josefina tiene razón cuando dice que nuestra cultura está envejecida. No ve más allá de sí misma y discute temas que no tienen nada que ver con el mundo actual; es un anacronismo. Eso cree el Niño Campeche. Y también se da cuenta de que quiere aprender música, de que eso que pensó hace tiempo; de que el arte del presente es un arte de la performance, del acting y del espectáculo es lo que falta en Argentina y lo que mejor define la contemporaneidad. Pero nos falta. Y va a aprender canto y ya no va a leer más poemas; va montar espectáculos poéticos. La única forma de salvar a la poesía y a la literatura. Eso va a hacer. Nada de leer. Nada de anacronismos. Hacia adelante, hasta que la literatura vuelva a tener fuerzas y la gente se acerque a ella y no se distancie más. El Niño Campeche se asombra hasta la náusea y no puede creer tanta música, tanta palavra, encantatoria, que lo mete en la pantalla, entre los aplausos y lo hace soñar con estar con ellos, con hablar con Chico y llorar, de sólo verlo.

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