jueves, 11 de septiembre de 2008

UN POQUITO DE FRIVOLIDAD, POR FAVOR

Intento ser lo más frívolo que puedo. No puedo demasiado. Pero lo intento. Al fin de cuentas, sin frivolidad, el mundo no se sostendría. Mi mundo. Trato de hacer algo de turismo, jugar a parodias de los brasileros y tomar una cerveza. Eso nada cambia la favela que está allá atrás; es cierto. Pero acaso, lo no frívolo, lo supuestamente serio, ¿cambió al mundo? Yo sigo viendo el mismo esquema con distinta careta: los que tienen y los que no tienen. Ser serio o frívolo, o incluso, indiferente, en nada altera las cosas. Sí, eso creo. Por eso me permito la estupidez en mi vida, los realitys (anoche me quedé a ver a American idols en versión carioca -Idolos-), el turismo con camarita digital, que sí, reemplaza la visión por la concentración en el foco, aliena (¿y? También la literatura aliena si lo único que hacemos es leer literatura -No, no les creo a ustedes, señores, que sostienen la pose de no veo tele, de no consumo, de puaj el turismo. Esa situación forzada a la que se condenan, los vuelve un anacronismo y es la respuesta al hecho de por qué los intelectuales han dejado de ser un elemento vivo en nuestras sociedades y se han transformado en museos -Ustedes, los que dicen no tener gusto por la industria cultural y del entretenimiento-). Me alieno. Para desalienarme. Y me desalieno. Para alienarme. Todo el tiempo. Porque a la alienación y a la frivolidad no le escapa nadie; ni siquiera ustedes, señores intelectuales, porque, si no, deberían renunciar a sus viajecitos y a sus bequitas, para que realmente les crea que no están alienados y que no son frívolos frente a los que, como los habitantes de las favelas, no salen siquiera de su barrio o no tienen un puto subsidio para viajar en ómnibus. Sí, acéptenlo; están, como yo, cooptados por la misma maquinaria. Y eso, y a pesar de sus escritos, en nada cambia la favela, ni la Villa, ni la redistribución de la riqueza. A pesar de ustedes, la maquinaria sigue. Y entonces, ¿para qué nosotros? Por necesidad pura y por la pura posibilidad. ¿No se entiende? Porque algo nos hace decir por necesidad de decir lo que sea -favela o no favela-. Porque, finalmente, ese decir es posibilidad de que intervenga en el otro, de que estalle la realidad y la haga más real en algún momento. Pero, insisto, es poco y, hasta en vano, si nosotros solos. Lo comprueba la historia, Werther, por ejemplo. Con él, más que un saco y una ola de suicidios no hemos conseguido. Tal vez sea suficiente para que la necesidad crezca y la posibilidad se abra. Como y por Werther.
Sin embrago, junto con ellas, también la frivolidad y el cinismo como reacción ante la maquinaria y como acción de la maquinaria que nos hace sus piezas. Como táctica de supervivencia ante lo exigido por la maquinaria. Como máscara para vivir de nuestra necesidad en medio de la maquinaria y para hacer posible, alguna vez, un punto de fuga que la haga estallar. Porque si no, sin la frivolidad y sin el cinismo, ya estaría desintegrado por esta suerte de melancolía que, de acuerdo con Agamben, me crea fantasmas para subsanar una pérdida de algo que nunca tuve. No sé todavía, qué. Pero me pierde la mirada, en la tierra, allá en el morro, en el suelo donde está la favela.

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