jueves, 18 de septiembre de 2008

PAO DE ACUCAR III. El Morro de Urca.

Estoy pisando la ladera que cae en la ventana del departamento. Acá todo se transforma. Éste es el Rio de postal, el que se vende. Perfecto domo en las alturas, donde ninguna favela va a entrar, donde cualquier favela se deforma y aparece diseminada y confundida con cualquier casa o puntito de techos de Rio. Esto es perfecto. Uno se olvida del peligro, de la pobreza, de la culpa. Y no puede más que ver el mar, celeste y esparcido, la Bahía y el otro morro, al que nos falta subir. Caminos y sendas de cañas de azúcar, callecitas de roca. Y el celeste, de arriba y de abajo y Rio, increíble, irreconocible, perfecto, sin contrastes: un aparente Paraíso. Y hasta hay bares y anfiteatros y cines. Nada escapa a la posibilidad de sentirse en las alturas (inclusive, si uno quiere subir más, hay un helipuerto, que hace de Rio algo más perfecto todavía, sin ninguna visión del horror en que se han vuelto nuestras ciudades, las antiguas sedes de la Utopía. Por suerte esto es celestial.

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