jueves, 11 de septiembre de 2008

ME DESPIERTAN LOS MILITARES

Me despiertan los militares. Cantan, mientras corren, con su entrenador al lado, como en una película Yanquee. No pude escribir más en estos días. Los dedos pesados, hinchados, de tanta humedad. Me duelen. Demasiado. Y ahora los militares desparecen al final de la calle, por el costado de la bahía. En un rato voy a correr, como ellos. No entiendo qué cantan; pero el otro día, mientras iba por ahí y ellos adelante, me repugnó ese exhibicionismo. Es un genocidio encubierto de uniformes. La favela de botafogo se caía desde el morro y ellos, a los gritos y corridas, intimidando y haciendo una performance de su dominio de URCA, de su presencia que asusta y controla a la favela que nunca se instaló en el barrio. Según wikipedia: en URCA la criminalidad es prácticamente nula. El adverbio de modo me da arcadas: a fuerza de práctica, militar (muerte), la criminalidad (la otra muerte) es nula. Pero está, porque algo se practica para que así sea. Mientras vuelvo por la Bahía no dejo de mirar la favela. Si fuera brasilero, habría nacido ahí y también sería escritor, creo. Pero nací en un rancho en medio del campo, allá, en Leones y me crié entre galgos y piñas y alcohol y cuchillos. También estaban los militares, que reprimían el, para ellos, crimen subversivo. Mi viejo estaba preso, por intentar matar a alguien un domingo alcohólico, y aprendí a caminar en la cárcel, según cuentan. Por eso, la favela me dice algo. Y vivir en este barrio-URCA, limpio y prolijo, sin criminalidad, es un contraste insoslayable que me hace doler los dedos y me abre un vacío que desarma a la altura de la garganta. Tampoco hoy toleraría vivir en la favela. No es eso lo que digo. No podría volver a ese punto donde se desencadena... La cara de mi madre llorando, los moretones en los brazos. Las tardes de sexo reconciliatorio entre ellos, mientras me mandaban a dormir la siesta y se tiraban una cobija en el comedor (porque teníamos una sola pieza) y las noches de vino tinto y gritos y corridas y cuchillos y lágrimas y miedo, mucho, demasiado, debajo de las cobijas. Los ojos cerrados y el rezo, como si hubiera alguien que pudiese escucharme, con la confianza en que hubiese alguien, mágico, gigante, todopoderoso que parara el tiempo y me hiciera nacer en otro lado. No podría vivir ahí tampoco. Ya no tengo un lugar cómodo, ya no tengo nada, ningún sentido ni espacio de pertenencia.

1 comentario:

Anónimo dijo...

No podes ser tan bueno escribiendo!!!!! No tenes derecho de hacerme sentir tan inutil frente a una hoja en blanco!!! Sos muy bueno. Ponés las entrañas en la escritura. No te lo digo por el amor que te tengo, cuando leo lo tuyo te envidio!!!! Mirta Dainotto.
La Negra.