sábado, 13 de septiembre de 2008

Santa Teresa I

Decidimos el turismo, hoy. Me pasé la mañana leyendo Crítica y Ficción de Piglia o de sus entrevistadores; uno nunca sabe de quién/es son esos productos de marca Piglia. Ahora, por la tarde, vinimos hasta el centro de Rio. Obviamente, Mariana y Fabián al mapa. Yo soy un completo inútil con los mapas; no sirvo para eso. Es un mundo demasiado grande, cargado de referencias y nombres que resuenan y anudan significados densos y oscuros y que siempre me hacen perder y salir del objetivo: trazar una relación representación-realidad casi de similitud. No me ubico. Pero ellos parece que sí. Llegamos a una Av. Chile. Y como no sabían para dónde ir, le pregunté a un motorista onde pegar o bondinho o comu a gente pode chegar ate Santa Teresa. Nos da dos opciones. Obvio que nos vamos hasta el bondinho y ahí nos ficamos. Cuando le preguntamos a un hombre si hay que comprar los pasajes, nos señala una fila inmensa, enorme, interminable. Nos ponemos atrás. Hay césped de potus y de unas plantas que allá ponemos en macetas. Las flores están en todos lados. Me siento Heidi, a punto de subir a la mantaña-morro. Pero no. Soy el niño campeche. Chega u bomdinho. Comienza a circular la fila. Lo veo. Es la estructura de un colectivo, pero sin nada en los costados. Se parece al trencito del parque Alem en versión adulto. Cuando chegamos al molinete para pasar. No hay más lugar, la gente se cuelga de los costados del bomdinho, parada sobre unos tabloncitos de madera en los costados. Mariana se quiere colgar como pulga rabiosa y aventurera.



Obvio que nosotros, no. Ni en pedo. Puedo llegar con un ataque de asma incontrolable, asfixiado o en un estado en el que mejor, no querrían dejarme. Por el mal humor. Así que esperamos el próximo. Sale éste, con a gente colgada como bolsitas en los costados y llega el otro. Nos sentamos. La gente emocionada. Los mininos y mininas como en un parque de diversiones. Se cuelgan menos a éste. Pero se cuelgan igual. Salimos. Comienza a subir la montaña. La ciudad de Rio se queda chiquita abajo. Se abren avenidas y los movimientos y velocidades del bomdinho nos alteran. La gente colgada, por precipicios de un puentecito. Están, totalmente, locos. Mariana agradece que la frenamos. Aunque imagino que de todos modos, le hubiera gustado. Quizá a mí también. Pero el asma. Ni en pedo. El horror. Y ahora, después del puentecito y de los precipicios, Santa Teresa. Casas y chalets coloniales y de la independencia del Brasil. Ferias y puestos y lojas de artesanos. Y verde y plantas enormes y musica. Todo es color. No hay peligro alguno en este nuevo domo, con aires de pueblo, que ya empiezo a adorar.

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