jueves, 18 de septiembre de 2008

Pao de azúcar- FINAL

Ya casi es la noche. Decidimos quedarnos porque al panorama hay que verlo en todos sus colores. Con sol, nublado y de noche. Algunas luces empiezan a encenderse, entre infinidad de morros oscuros multiplicados hacia el horizonte, incontenibles, imposible de retenerlos a todos juntos en el plano de la vista. Y ahora llega el frío y la oscuridad. El Cristo se enciende, alto y blanco y todo es un mapa de luces diseminadas. Recién ahora, lo turbio del día deja ver la dimensión del Paraíso infernal: Rio parece no tener fin, coparlo todo, entre sobre, detrás de los morros, del mar, de las islas, coparlo todo con irradiaciones de luces de casas, edificios, faroles. Y el Cristo blanco de brazos abiertos sobre el morro más alto, creo. Un grupo de uruguayos paquetes se acerca y nos cuenta que en el Rio de la Plata no somos así (Nos saca toda la información pertinente a quiénes somos con anterioridad - La senhora no puede creer que el Niño campeche viva de su trabajo cómo qué, qué hacen ustedes los que estudian letras, porque en nuestros países no se puede vivir de "eso", "de lo que a uno le gusta hacer"-odio "ése" lugar común-. Al contrario, señora, le responde El niño campeche, usted no sabe lo bien que se vive si se consigue una beca, no podría creerlo). La mujer se queda con los ojos abiertos y no para de hablar; no sabemos si le dicen en broma o no Senadora; pero tampoco me interesa. Sigo perdido en la sábana negra con luces de arbolito de navidad, según Fabián. Se van los uruguayos, después de llegar a la conclusión, cuando ven mi cintita de Carioca maravilhoso, de que los brasileros quieren a sus gobiernos y a sus países, no como nosotros que somos grises y sin espíritu de progreso y fe en nuestra dirigencia política (confieso que eso que parece ultra conservador, es un contraste más que obvio y sincero). Bajamos ahora, en medio de un contingente de jubilados. Fabián no deja de reírse por las alusiones obvias. Los viejitos cariocas tienen un idioma más comprensible que los más jóvenes. Mi oído, después de probar los sabores del Pao de azúcar, ya no es el mismo, puedo entender el protugués sin necesidad de traducirlo y hasta me he dado cuenta de que el Pao de azúcar me abrió tanto los tímpanos que comprendí a los turistas yanquees y franceses (a pesar de lo poco que el Niño campeche estudió idomas -siempre hay otras prioridades en su vida- algo, evidentemente, pudo aprehender). Agarrado al caño del telesférico, el descenso acontece y la noche, deja de estar abajo, para volver a estar arriba, también con sus lucecitas interminables.

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