jueves, 18 de septiembre de 2008

PAO DE ACUCAR IV. El Pan de azúcar al fin.

Hace frío. Y los pájaros vuelan arriba, en círculos, con las alas desplegadas para aprovechar las corrientes de aire caliente (según el Discovery Channel). Lo que se ve desde acá no entra en el lenguaje. No puedo hablar. Todo es celeste, puntitos, verdes, puentes, techos rojos, y mar y barquitos y aviones y el Cristo de brazos abiertos adelante. Fabián se mete en los callejones de roca del Pao, túneles de cañas, enredados. Otro bar y rocas y porquerías a la venta (no bajan de los 50 reales las más chiquitas y hay unas joyas y unas gemas y unas esculturas de gemas brillantes, como el agua celeste y verde de abajo, que no baja de los 175 reales -hay que tener plata en este mundo, no queda otra (o conseguirse una beca y, a lo mejor, a alguna cosita se puede acceder). La tarde nos pasa. Fabián no deja de tirar fotos; pero con él, no quiere que el paisaje deje de involucrarlo, ser, por un instante, el centro del paisaje. Me pone nervioso su insistencia en fotografiarse; pero no importa, le gusta, lo complazco. Y la tarde vuelve a pasarnos. No paro de comer cosas típicas de Brasil (siempre que siento placer, el hambre que me agarra es incontralable -típica reacción nerviosa de gordo, con placer o displacer, la descarga es la comida). Nos quedamos sin otra cosa más que mirar Rio. Porque no podemos hacer otra cosa. Y sacamos todas las fotos, las fotos de tudo o mas grande do mundo.

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