jueves, 18 de septiembre de 2008

Ipanema. El regreso.

Volvimos a Ipanema. Resulta que la noche anterior, mientras leíamos unos folletos, descubrimos que existía una cuadra enterita gay. Decidimos ir. Nada del otro mundo, ahí, adelante, gente que come, se ríe, etc. Entramos al Bar do Beto y pedimos la segunda Feijoada carioca. Otra vez el sabor. Pero nunca tan rico como el de Santa Teresa. Cuando le digo al mozo eso, quiere convencerme de lo contrario; pero no, a mí me gusta más la de Santa Teresa y a Fabián la de este bar y se lo digo, descaradamente. El Grembling con anteojos me quiere persuadir a que diga que esta es la mejor. Me ve dejar una montonera en el plato, aparte. Es que no es que la dejé porque no me gustaba, sino porque le puse unos pimientos putaparió en aceite que me dejaron la boca en llamas. Le metí caipirinha, gajos de naranja, cerveza, cualquier cosa para calmarla y no hubo caso. Hinchada me quedó. Y la montonera en el plato y el mozo que me quiere convencer de no sé qué cosa. No, señor, no se compara a la de allá, en aquella tarde, a pesar de estar ahora en mi salsa. Los chongos pasan, mirones, por las veredas. Se acumulan en las discos, en los banquitos, en las calles. Y la noche llovizna. Ipanema no quiere que la visitemos. Por eso, nos tomamos una trafic a dedo y nos quedamos, tranquilos, en Botafogo. Para de llover. Mañana, si hay sol, tal y como sostiene el Weather Channel, nos vamos al Viejo jardín botánico, al pie del Corcovado. Si es que me levanto, porque estoy, literalmente, molido del cansancio. Que se enoje Fabián y todos los santos. Voy a dormir.

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