miércoles, 3 de septiembre de 2008

PUC II

15:30 hs
La clase es aburrida. Eu posso comprender tudo y, por isso, e muito mais bassica ainda. Apenas close reading de los textos que leí anoche. Un embole. Pero, ahora, mientras escribo, siento la puntada y presto atención: porque hablan del gusto en relación a la clase social desde una perspectiva bourdesiana. Sostienen que cada clase social posee un gusto diferenciado. Y cuentan la experiencia: en una escuela de clase media, a una profesora la interpelan con voce; pero en la otra, de clase baja (si e que nos podemos falar dessa categoria), de Senhora. ¿Cómo puede ser ese gusto distinto en los alumnos? ¿Nao e un tema interesante para sua tese? No sé de qué se asombran, porque perciben el abismo de la diferencia social; pero no pueden comprender la lingüística, como si la lengua hiciera de todos una misma cosa. No, no son el mismo mundo, ni tienen la misma lengua, por lo tanto. Es más que obvio. Pienso en Argentina. En el reciente y ya superado, mediáticamente, conflicto Campo-Gobierno. A Cristinita se le reprochó que dividía con el discurso. Es la misma operación que hacen los de acá: piensan que la palabra debe hacernos iguales a todos y esa ficción se debe sostener; aunque vaya en contra de la realidad (esa que se toca, se ve, se percibe): estamos divididos y también en la palabra; y no es, como se supone, que la palabra nos divida antes de estar divididos. ¿O todos somos/fuimos a la misma escuela o nos criamos en las mismas situaciones económicas, familiares, políticas, etc.? ¿Todos somos dueños del campo? ¿Y todos somos parte de una misma Nacionalidad? Estos discursos sólo consiguen afirmar lo que niegan con el sólo hecho de existir: la desigualdad. Y ahora me doy cuenta: el asombro, en la PUC, es producto de la falacia con la que comencé esta reflexión: no todo Rio se concentra en la PUC; sino una clase media alta u alta, acostumbradas a sus clichés burgueses e iluministas. Les falta vivir en los morros-favelas, entrar en ese otro mundo, para que les sea evidente que no hay igualdad posible y que, por eso, la lengua de esos sujetos se niega a decirle voce a alguien que no mantiene con ellos una relación simétrica, sino que está, por esas cosas de la economía, más arriba. Horrorizados, seguirán trabados en su gesto de asombro, igual que los argentinos rabiosos porque se les tiró la realidad en la lengua, con violencia; la misma que todos los días soporta la "clase baja" cuando le pretenden hacer creer que "somos todos iguales".

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